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Diego Rivera la pintaría en sus obras casi obsesionado. En “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” (1947) inmortalizaría la imagen de La Calavera Catrina junto a la mismísima Frida Kahlo. Personificar a la muerte parece algo común en muchas culturas, pero México ha sido la cuna de mas de cien formas de llamar a la muerte, e infinidad de representaciones. La Tiznada, La Fría, La Segadora, La Dama Delgada, Doña Osamenta, La Huesuda, La Liberadora, La Pelona, entre otras.

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Uno de aquellos mejicanos que andaba triste por las penurias de su vida le escribió a la Dama de la Guadaña:

<<Te llaman La Cierta porque sé que no olvidas ningún nombre. Tengo que decirte que cuando vengas a por mí estaré preparado, al menos todo lo que se puede estar. Tan solo te pediré llevarme un recuerdo, uno solo, y prometo no pedir nada más, ni siquiera que me dejes seguir viviendo.

Sí, a ti, La Parca, te digo que tu esquivo rostro ha ido cambiando a lo largo de mi vida. Un oscuro fantasma, una respetada figura y ahora en el atardecer, tu rostro se me antoja un poco más amable.

Sé que te han llamado La malquerida, pero lluéveme despacio, resbala por mi piel fría, acaricia mis mejillas con tus dedos helados y llega hasta mis huesos, quiero sentirme vivo, sentir como me susurras la verdad, aunque seas La Hueca. hasta para sentirte antes he de estar vivo, por eso déjame respirar mis últimas exhalaciones. Dame razones cuando no las encuentro, dame algún sueño que me aliente.

Muchas veces te odié y por eso te llamé La Jodida, La Novia Fiel, La Cruel, pero te espero recogiendo añicos, pegando trozos, cosiendo desgarros, cicatrizando dentelladas, maquillando cardenales y curando los muñones de mis emociones mutiladas. Te esperé siempre sin saberlo. He mal arado mi tierra sin enseñanzas, he recogido dolor, también felicidad, la tierra nunca fue mala, más bien el labriego. ¿Porque deambulo por mundos sin saber?, ¿porque me marcho a otro cuando sé?  Espero de La Pálida, respuesta, pero te conocen por La Muda.

Personajes extraños se cruzaron en mi vida. Ahora los recuerdo, están ahí como en el celuloide de una película antigua. Pisoteando mi tierra como dueños, quemando mis campos como las zorras de Sansón, mientras yo tan solo miro. La Enlutada, tú también lo viste.

Cruzaban mi sendero, erguidos como juncos, pero en el fondo eran girasoles derretidos; un músico de letras amargas, una enfermera con insomnio, un carpintero sin oficio, un banquero deprimido, un geólogo con piedras en el riñón, una novia vestida de luto, un padre sin hijos, dioses inventados, demonios reales, hijos abandonados teniendo padres, políticos extraños como alienígenas, dentista sin sonrisa, egos y más egos, egos chocando contra mi propio ego, mi ego, yo, y La Amada Inmóvil.

Te llaman La Indeseada, La Que no Pregunta, y sé que no olvidarás ningún nombre. Sé que el mío está en esa lista, como estaba el de mis ancestros, el de mis abuelos, el de mis tíos, el de mi prima, el de mi primo, el de mi padre, el de mi hermana… Ojalá algún día llegue a entenderlo todo. Hasta entonces lloraré mi ignorancia y mientras tanto, dame algo más, porque sé que tu no solo te llevas las almas de tu libro, haces más cosas. Sé que antes de que te pusieran ese hábito oscuro, tú lucías alas blancas, antes de que nos robasen la verdad, te llamaban La Niña Blanca.

Todas mis risas hechas de papel de aluminio, diseñadas para envolver mis llantos, se derriten tras el espejo. Una cuarta parte soy todo amor y las tres restantes estupidez. Te pido a ti, La Triste, que me des algo más, dame los argumentos que no encuentro para amar la vida hasta el último suspiro.

Temiéndote a ti, La Llorona, tuve que agradecer ausencias buscadas, aparté a todas las personas de mi vida, como un perro maltratado, que no confía en ningún humano, porque tan solo uno se lo hizo creer. Por ti, La Sin Dientes, temí a la vida como si ella fuese La Hedionda, La Afanadora. Que equivocado estuve, vi dientes afilados donde solo habían besos, garras donde habían manos amables y pesadillas donde solo habían hermosos sueños.

Es triste nunca poder decir la verdad, porque el miedo no deja salir las palabras, por eso te llamé La Patas de Catre, La Estirona, La Descarnada. Pero ahora sé que mi Zapatona, La Calva, solo estas aquí desde el principio, para que te llamemos como te llamemos, aprendamos a valorar la vida mientras la tenemos>>

Mis más sentidas condolencias a la familia consanguínea y a la familia Granada Costa del siempre Ilustre Don Carlos Benítez Villodres. Tal como escribiera el mismo, seguro estás con la naciente luz que te abrazaba todas las mañanas.

Manuel Salcedo Gálvez

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