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Que el machismo, considerado como la actitud de prepotencia de los varones respecto a las mujeres, está vivo en los albores del siglo XXI, ciertamente, sí. Que el feminismo, tanto en su acepción de doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres, como en la que refiere que es un movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres, también palpita en la actualidad. Obviamente, esta corriente feminista nació con el sufragismo del siglo XIX, proponiéndose, como objetivo primario y fundamental, contrarrestar los efectos nefastos de alarde y abuso de poder por parte del hombre.

Dicho machismo son arcaicas actitudes, por parte del hombre, absolutamente perniciosas para la buena convivencia hombre-mujer, para la materialización y consideración de la equidad entre mujer-hombre, para el desarrollo psíquico e intelectual, laboral y social… de la mujer, en la misma línea y con los mismos parámetros usados, por la sociedad, para con el hombre, es decir, con los mismos derechos y deberes que el varón. “Mostradme al hombre que diga algo contra las mujeres como tales mujeres, dice Charles Dickens, y declararé solemnemente que no es hombre”.

El machismo, que aún hoy continúa vivo, por desgracia, en los países del primer mundo, es la consecuencia de una educación familiar, tan inadecuada y perturbadora como destructiva, que tuvo sus raíces, en un modo de obrar o proceder, durante épocas pretéritas, establecido por las costumbres y la tradición. Pero ese machismo, tan dictatorial y denigrante como hiriente, no fue un verdadero obstáculo para que muchas mujeres de principios del siglo XX, incluso de épocas anteriores, trabajaran fuera de casa, tan explotada y tan desvalorizada, tan desprotegida y tan pisoteada como lo estaba el hombre, cuando éste no se encontraba en paro.

Actualmente, la mujer tiene los mismos derechos y deberes que el hombre, aunque se alcen voces que digan que aún no lo lograron. Las mujeres son tan capaces para trabajar como los hombres. De hecho, cada día lo están demostrando en los distintos puestos de trabajo que desempeñan en la sociedad. Un proverbio persa dice: “No hieras a la mujer ni con el pétalo de una rosa”. Yo (Amado Nervo) te digo: “No la hieras ni con el pensamiento”. A pesar de estas palabras del poeta mexicano, a la mujer, por parte del hombre, se la hirió, se la maltrató y se le dio muerte, en el pasado, con un despotismo, una maldad, una contundencia impropia del ser humano. Aún hoy, en una proporción no comparativa con la de ayer, se la sigue tratando de la misma manera por monstruos perversos y endiosados, prepotentes e inhumanos… Esperamos y anhelamos que la justicia sea extremadamente justa y dura con quienes así actúan con la mujer para que desaparezca por completo del planeta estos hechos demoniacos.

 

Carlos Benítez Villodres

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