El individuo que tiene a la indiferencia como savia vital de su pensamiento no tiene nada que perder. Siempre lucha con ventaja contra aquella otra que no cultiva en sus adentros ese cúmulo de abstracciones con el cual su contrincante intenta defender lo indefendible o excusar lo inexcusable. El ser humano indiferente es poseído por un caos mental, de donde fluye esa sensación de calma o sosiego que cimienta un estado de ánimo en que no siente inclinación ni repugnancia por nada ni por nadie. Esta indiferencia en todo, acentuándose aún más en lo social, es para Francisco Bilbao “la negación misma del Ser”. Para él, todo aquel que ha sumido la indiferencia, que ha llegado a ambicionar la nada y que se encamina a la muerte, física e intelectual, como única esperanza, si logra superar este estado, venciendo a la indiferencia, necesariamente se topará con la existencia viva, con el Ser, que en la persona indiferente se encontraba ausente. “El peor pecado hacia nuestros semejantes, dice Shakespeare, no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia; esto es la esencia de la humanidad”.
Evidentemente, cuando no hay creencias, la indiferencia reina por doquier en la psique de la persona. Al sujeto indiferente nada le atrae y nada lo llama a asumir la defensa de lo que, alguna vez, encuentra justo y bueno.
Según Mario Fuentes, existen distintos modos de indiferencia: se puede ser indiferente por convicción; o ser indiferente por pereza. El indiferente por convicción posee una idea, la que lo aísla de la realidad, que lo separa de los demás, que lo impulsa a no tomar ningún compromiso, que no se compromete con nadie y con nada, una idea que paraliza su hacer, que no le permite actuar, más si éste se opone o niega su ideal. Para el indiferente por convicción esa idea es la mejor, luego él ha preferido esa idea a otras, él ha escogido, ha elegido, entonces él ya no es realmente indiferente, ya ha dejado de serlo. Parece indiscutible, que en este caso de indiferencia, no se acepta otra idea que no sea aquella que lo ha llevado a preferir, y en la mayoría de los casos, aparentar una indiferencia, para no encontrarse con los demás, o porque la corriente social lo lleva a esto y prefiere no oponerse a ella. Por ello es muy importante determinar que lo motiva, y que es lo que ha preferido para ser indiferente.
En cuanto a la indiferencia por pereza me remito a aquellas palabras de Aldous Huxley: “La indiferencia es una forma de pereza, y la pereza es uno de los síntomas del desamor. Nadie es haragán con lo que ama”.
Carlos Benítez Villodres