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Carlos Benítez Villodres

Málaga

 

“Los hijos nacieron para habitar

este mundo. Los padres podemos

desear la sonrisa de los hijos, pero

no podemos sonreír por ellos”

 

En mi libro “Guirnaldas de esencias”, escribí: “Quien tiene hijos cobija y nutre en su alma toda la luz de las alegrías y todas las sombras de los miedos que pululan por el mundo”. Ciertamente, todos los padres, vivan en el país que vivan, quieren tener hijos admirables. Que de niños sean cariñosos y de adultos se comporten como gente responsable y beneficiosa para la sociedad. Sin embargo, se pone mucho más empeño en pensar en el futuro de sus hijos que en sembrar sus bases durante el presente.

            El resultado es que cada vez tenemos más niños inconformes y más adultos desdichados. Cuando no hay criterio para la crianza consistente, racional y asentada, aumenta la probabilidad de que los hijos muestren comportamientos indóciles y/o introvertidos. Quizás veleidosos, quizás imperiosos y, en todo caso, inestables. Así, los hijos no logran establecer un vínculo cordial o cariñoso y estrecho con sus padres, sino que, por el contrario, viven en una contienda insensible o expedita con ellos. “El problema, refiere Robert Braul, con el aprendizaje de ser padres es que los hijos son los maestros”

            Una de las partes más importantes de nuestra vida es la infancia. Es, en ella, donde se construyen los basamentos de una mente sana y de un corazón puro. De este modo, algunas actitudes de los padres dejan una impronta para siempre: a veces positiva, a veces negativa, pero la mayoría de las veces honda y extensa. En el libro, ya mencionado, escribí: “Cada generación necesita un nuevo credo, unas nuevas fuentes, unos nuevos horizontes”.

Un hormiguero se haya en un lugar protegido porque se encuentra bajo tierra. Las hormigas están disponiéndose para recoger, fuera del hormiguero, alimentos para atesorarlos en su refugio. Ese es el destino para el que fue creada la hormiga, recoger y guardar alimentos para poder sobrevivir a los tiempos invernales. Dependiendo de lo que la vida le tenga reservado, podrá desviar la ruta, trazar otros caminos o buscar otros agujeros. Así son los hijos. Ellos tienen en sus padres un hormiguero seguro, pero, por más seguridad y sentimientos de protección que puedan dar los padres, todos nacimos para vivir la vida con sentido, correr nuestros propios riesgos y vivir nuestros propios desafíos.

En nuestra andadura, llevaremos los conocimientos y fortalezas adquiridas en nuestro hoyo y fuera de él. Muchas veces, como padres, queremos mantener a nuestros hijos en lugar seguro, en nuestro hormiguero, pero ellos están hechos para caminar, para forjar su propio destino y seguirlo, cuando llegue el momento, y la estancia en el refugio ha de prepararlos para vivir lo mejor posible. Algunos padres no desean dejar salir del hormiguero a sus hijos, desean que se queden en el lugar seguro para siempre, y olvidan prepararlos para marchar y encontrar su propio lugar, donde podrán sentirse seguros, felices y adquirir la fortaleza necesaria para en un futuro ser guía de hormigas.

Los hijos nacieron para habitar este mundo. Los padres podemos desear la sonrisa de los hijos, pero no podemos sonreír por ellos. Podemos contribuir por la felicidad de los hijos, mas no podemos ser felices por ellos. Los hijos deben continuar desde donde los padres llegaron, así como los barcos parten del puerto para sus propios logros.

Sin embargo, para eso necesitan saberse preparados y amados, fortalecer sus valores morales, su autoconfianza, y reforzar sus virtudes y fortalezas, en definitiva, prepararlos para sus travesías. Qué difícil para los padres es que sus hijos suelten las amarras, pero algún día tienen que soltarlas y navegar, sin sus progenitores, por los mares de la vida, pero, como padres, podremos tener el orgullo de verlos partir a navegar sus propios rumbos con la seguridad de que son barcos fuertes, independientes y capaces, que están bien abastecidos de todo lo que les hemos inculcado para poder enfrentarse al mundo y capear las tormentas que se les presenten ya que los educamos para navegar, para la independencia, para solventar cualquier obstáculo que se les presenten en su dura e inimaginable travesía.

El amor del niño es: amo porque me aman o amo porque los necesito; mientras que el amor de los adultos es: los necesito porque los amo o porque los amo me aman.

En los primeros años de vida, la correlación más estrecha del niño es con la madre, pero poco a poco se va emancipando y esa relación va perdiendo su razón primaria, mientras se va robusteciendo la unión con su padre.

El amor de la madre, representa el deseo más profundo de toda persona para ser amado, sin condiciones, y no por sus méritos, tanto siendo niños como adultos.

La relación con el padre es diferente. El padre representa el orbe de las ideas, del raciocinio y del pensamiento, de las cosas, de la ley, del orden, de los acontecimientos….

El padre es el que le abre a su hijo el portón del mundo, su amor es condicional porque debe cumplir con sus expectativas, portarse bien, ser como él. El amor paterno hay que ganárselo y se puede perder, si no se hace lo que él espera, es decir, que se le obedezca y que se le trate con mucho afecto.

El amor del padre se puede conseguir haciendo algo, pero para ser amado por la madre no es necesario hacer nada.

A los seis años un niño necesita el amor del padre, su autoridad, su guía; y la madre debe favorecer esa relación. Porque la función de la madre es brindarle seguridad a su hijo y la del padre conducirlo para que aprenda a vivir en la comunidad, en que nació.

La madre debe confiar en la vida, no ser demasiado anhelosa, y desear que su hijo sea, en el futuro, un ciudadano autosuficiente.

El padre debe ser firme y condescendiente, no imperioso ni conminatorio, ayudándole, oportunamente, a su hijo para que sea bondadoso y noble, pacífico y dialogante…

En el mejor de los casos, una persona madura no tiene que ser, como su padre y su madre, sino debe ser él mismo, forjando su propio destino, su propia conciencia, su propia capacidad de discernimiento…

Una persona que considera solamente su conciencia paterna será inhumana y áspera, y si tuviera únicamente conciencia materna perdería su criterio y podría trabar su desarrollo o el de otros.

La base de la salud mental y de la madurez se logra con la síntesis de la relación con el padre y la madre; y el fracaso de este desarrollo es la causa fundamental de las neurosis.

Una de esas causas se produce cuando el niño tiene una madre amante, pero demasiado indulgente o dominante y un padre débil e indiferente.

En estas circunstancias el niño puede convertirse en alguien dependiente de su madre, con la necesidad de recibir, de ser protegido y cuidado y carecer de las cualidades paternas de independencia, de disciplina y de la capacidad para controlar su vida.

Existen actualmente niños y adultos que padecen enfermedades pasan hambre, sed, no tienen un hogar, donde vivir… En el ya nombrado libro, escribí: “¡Qué control podemos pedirle! ¡Qué leyes queremos que obedezca aquel que ve a su hijo dormir con el estómago vacío en un lecho de cardos y grava!”.

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