LOS GRANDES HOMBRES Y SU AMOR POR LOS ANIMALES

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Desde muy pequeña siempre he sentido mucho amor por los animales. Recuerdo que cuando volvía del colegio si veía un gatito abandonado me lo llevaba a casa y lo criaba dándole leche con un biberón de mis muñecos. Y que el primer perro que tuve fue un galgo de nombre Tabú al que yo llamaba “mi Tabuchito”. Era más grande que yo y cuando hacía una de las típicas travesuras de niña, para que no me riñesen le echaba la culpa a él diciendo toda convencida: Ha sido Tabuchito. Si él hubiese podido hablarme me habría dicho: ¡Acusica y embusterosa! Pero me miraba con ojos de amor.

Luego, a lo largo de mi vida, he tenido otros perros y gatos a los que hemos considerado como un miembro más de la familia (quien no ha tenido nunca un animal no sabe lo que se le puede llegar a querer y el cariño que él nos da) y a los que hemos llorado cuando se han ido a su cielo particular, como mi querida Yasmín, protagonista de “El diario de Yasmín”, a la que aún lloro cada vez que pienso en ella o miro su fotografía en un lugar destacado del salón.

Los animales son seres sin voz y apenas sin derechos que han tenido la desgracia, la mayoría de las veces, de ser dominados por el hombre sometiéndolos a duros trabajos, malos tratos o torturas para diversión de ciertos grupos insensibles que disfrutan con el sufrimiento de unas criaturas inocentes que a cambio nos dan su amor, fidelidad, compañía, alivio en el trabajo e, incluso, han salvado muchas vidas humanas.

Son criaturas de Dios que sienten como nosotros, sensibles al dolor, al hambre, al frío, que aman a sus hijos y los defienden hasta con su vida si los ven en peligro.

Hay una minoría de personas defensoras de los derechos de los animales, a las que admiro mucho, que han fundado o se hacen cargo de asociaciones protectoras y albergues y se dedican a cuidarlos, sin ayuda alguna, tan sólo con las cuotas de los socios y la colaboración de unos pocos voluntarios, sin remuneración por supuesto, y el amor que hacia ellos sienten. Algunas fundadoras, lo sé, han llegado al extremo de tener que vender sus joyas, si las tenían, para poder pagar las elevadas facturas de piensos, veterinarios, desparasitación, vacunas, exterilización y demás cuidados que un animal necesita como ser vivo con unos derechos.

Pero hoy quiero hablaros del amor que por los animales han sentido algunos hombres célebres de la historia y que nos pueden servir de ejemplo.

 

Comenzaré por el gran Buhda (559 a.C.), fundador del budismo, del que se dice que se reencarnó quinientas veces hasta alcanzar el nirvana o estado de iluminación. Cuenta la historia que en su vida de asceta, más de una vez durmió en cuevas rodeado de animales a los que respetaba y que asimismo era respetado por ellos.

          Alfonso de Lamartine (1790-1869), político, escritor y poeta considerado el primer romántico francés, a quien su famoso perro Fido acompañó durante trece años y que él quiso inmortalizarlo en un cuadro.

El almirante Byrd (1888-1957), famoso explorador y aviador americano, en sus expediciones a la Antártida iba acompañado de su perro Igloo y, pese a la espectación con que posteriormente sus conferencias eran esperadas en el mundo entero, las suspendió al enfermar el animal y querer cuidarlo personalmente.

          Newton (1642-1727), descubridor de la ley de la gravitación universal, el científico más grande de todos los tiempos, según dicen, sentía verdadero amor por su perro Diamante y éste fue testigo de los numerosos trabajos del sabio para bien de la humanidad.

De Beethoven, padre de la música (1770-1827), se dice que su amor por los animales era tan inmenso que en más de una ocasión se le vio con un pañuelo para proteger a las mariposas capturadas por los niños, que luego habían de pinchar vivas con un alfiler para hacer “colecciones”.

El francés Víctor Hugo (1802-1885), feliz autor de “Los Miserables” de fama universal, otro hombre cuyo corazón estaba lleno de bondad, en una nota aparecida en su diario, entre las muchas referentes a los animales, decía: “Mi pobre perro Senador acaba de morir después de terribles sufrimientos. He mandado inhumarlo en el jardín”.

          El Premio Nobel de la Paz, Shweitzer (1875-1965), médico alemán, teólogo, músico, escritor, etc., fue un hombre extraordinario cuya bondad le llevó a África a cuidar desgraciados hasta el término de sus días y en cuyo hospital hallaban asilo hombres y animales. Este sabio doctor compuso una oración que rezaba todas las noches: “Padre Celestial, protege y bendice cuanto respira, líbralo del mal y permite que duerma en paz”. Frase suya digna de ser escrita es la siguiente: “No me importa si el animal es capaz de razonar, sólo sé que es capaz de sufrir y por eso lo considero mi prójimo”.

          Napoleón es cierto que no amaba a los animales ni a nadie excepto a sí mismo, pero durante la campaña de Rusia, al ver la fidelidad con que algunos perros se negaban a abandonar el cuerpo sin vida de sus amos, tuvo que decir admirado: “Jamás había visto tanta fidelidad”.

De Abraham Lincold (1809-1865) cuyo asesinato fue el primer magnicidio de los EE.UU, dicen que un día iba con un grupo de abogados en visita oficial y al pasar por una plantación se detuvo y dijo: “Esperadme un poco”. Todos obedecieron, observando cómo recogía a un desvalido pájaro y lo depositaba con todo cuidado en una rama. Sabido es que abolió la esclavitud, su mayor gloria,  y reconoció los derechos de los negros pero no olvidó tampoco los derechos de los animales: “Estoy a favor de los derechos de los Animales tanto como de los derechos del Hombre. Es la única manera de ser un humano completo”.

El escritor inglés Aldoux Husley (1894-1963), hombre enciclopédico autor de la famosa novela “Un mundo feliz”, solía decir: “Siempre habrá un perro abandonado, una noche bajo la lluvia, que me impedirá ser feliz”. Abandonado bajo la lluvia o en la carretera o en un monte. Llega el verano y “esa” es la perversa solución.

Y el gran Leonardo Da Vinci (1452-1519), genio universal del Renacimiento cuyo retrato de la “Gioconda” se considera el mejor cuadro del mundo, afirmaba convencido. “Día llegará en que la muerte de un animal sea tan punible como la de un hombre”. Algo se va adelantando pero aún queda un largo camino por recorrer.

          Ghandi (1869-1948), pacifista y libertador de la India, nos dejó esta ejemplar frase: “La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la forma en que sus animales son tratados”. Dicen que nuestro país es el que peor trata a los animales. ¡Buen galardón!

          El poeta inglés Lord Byron (1788-1824), a la muerte de su perro escribió este hermoso epitafio: “Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre sin ninguno de sus defectos”.

Incluso algunos Papas, pocos, esa es la verdad, a pesar de que la iglesia raramente se ha “mojado” con respecto a la tortura infligida a los animales, han salido valientes en defensa de ellos. Ejemplo fue el Papa Pío V (1504-1566), hoy en los altares, cuya bula “De Salute gregis Dominici”, prohibiendo los toros bajo pena de excomunión, aún sigue vigente pues hasta la presente no ha sido derogada.

El santo Padre Juan Pablo II también fue un defensor de los animales y así decía en una de sus frases: “Los animales poseen un alma y los seres humanos debemos amar y sentirnos solidarios con nuestros hermanos menores. Ellos están tan cerca de Dios como lo están los humanos”

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          Estos son sólo algunos ejemplos del amor que unos grandes hombres de la historia, escritores, filósofos, políticos, artistas, sabios, han sentido por esas criaturas entrañables y puras. Si ellos pudiesen hablar, cuántas cosas nos dirían a los humanos que nos harían reflexionar.

Quiero terminar con una rotunda frase del escritor ruso Fyodor Dostoyesky: “Amo a los animales: Dios les ha dado los rudimentos del pensamiento y gozo sin problemas. No disturben su gozo, no los hostiguen, no los priven de su felicidad, no trabajen contra las intenciones de Dios. Hombre, no te vanaglories de tu superioridad ante los animales”.

              

Carmen Carrasco, Primer Miembro de Honor de A.R.C.A.D.Y.S

Asociación para el Respeto y Defensa de los Animales Domésticos y Salvajes.

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