La transfiguración de la belleza

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Se hace extraño confiar a la belleza la salvación del mundo, cuando uno se ve en la necesidad de salvar a la propia belleza de experimentos artísticos y críticos que tratan de suplantar lo bello-ideal por lo real-amorfo.

VLADÍMIR SOLOVIOV

La tarea última del arte perfecto ha de ser encarnar el ideal absoluto no solo en la imaginación, sino también en la propia realidad; el arte debe espiritualizar, anticipar la realización de la vida verdadera.

VLADÍMIR SOLOVIOV

 

 

Preparando el ajuar literario del verano, ha llegado a mis manos un libro de Vladímir Soloviov, recomendado por mi amigo Diego Sabiote y que recientemente ha publicado la Editorial Sígueme, titulado: La transfiguración de la belleza. Escritos de estética. La edición muy cuidada, ha sido preparada por Miriam Fernández Calzada, especialista en el pensador ruso, al que dedicó su tesis doctoral en el año 2013 titulada “Vladímir Soloviev y la filosofía del Siglo de Plata. Lo estético como factor religioso-transfigurativo”. Entre los textos seleccionados en el libro, destacamos algunos como los Tres discursos en memoria de Dostoievski, que han sido traducidos para esta edición y escritos entre 1881 y 1883; una serie de artículos literarios dedicados a la poesía de Tolstói y Puskhin; así como dos artículos dedicados a Nietzsche, Lérmontov y La idea del superhombre, al que Soloviov introduce en Rusia como un pensador esencialmente religioso.

Vladímir Soloviov, filósofo, poeta, visionario y místico, nace en Moscú en el año 1853 y es probablemente el filósofo más destacado del Siglo de Plata ruso. Será amigo y confidente de Dostoievski, entablando una profunda amistad en 1877. A raíz de la muerte de Aliosha, el hijo pequeño de Dostoievski, y ante el profundo abatimiento del escritor, Soloviov le acompaña en peregrinación al monasterio de Optina Pustyn (será en el siglo XIX el centro espiritual más importante de Rusia). A la vuelta de la peregrinación, Dostoievski escribirá Los hermanos Karamázov, inspirándose en Vladímir Soloviov para la figura de Iván Karamázov. Ambos pensadores confluyen en muchos puntos comunes en su pensamiento y la influencia será mutua, pero hay aspectos que difieren de forma profunda. Soloviov fallece en 1900, apenas contaba con 47 años, pero su obra tendrá una gran influencia en los principales movimientos culturales del primer tercio del siglo XX.

En Occidente, además de ser conocido en los ambientes filosóficos, también lo será por su teología y por el carácter ecuménico de su pensamiento, intentando unir filosofía y teología. Sus escritos fueron reconocidos por Juan Pablo II en la Encíclica Fides et ratio (1998), al que se le reconoce a la altura de pensadores como John Henry Newman, Antonio Rosmini, Jacques Maritain, Étienne Gilson, Edith Stein, Pavel A. Florenskij, Petr J. Caadaev y Vladimir N. Losskij. Para muchos teólogos será un adelantado del ecumenismo, un hombre de pensamiento y acción, que trabajó con entusiasmo por la unión de las Iglesias ortodoxa y católica. En la última conferencia que dedica a la muerte de su amigo Dostoievski, aborda el tema de la separación entre Oriente y Occidente, realizando una doble apología de la Iglesia Romana, que continúa su esfuerzo por santificar la humanidad entera, es cristiana porque es universalista. Se sumerge en el estudio de los padres de la Iglesia y de los teólogos católicos y, a medida que profundiza en sus estudios sobre la Iglesia Católica, más trabaja por la unión entre la Iglesia de Occidente y de Oriente.

Soloviov buscará un nuevo paradigma intentando diseñar un pensamiento religioso-filosófico capaz de unir la escatología cristiana con la idea de la evolución natural, la historia de la humanidad y la de la naturaleza. La fuerza transformadora deberá surgir del corazón y de la razón. Su pensamiento es idealista o espiritualista, por un lado, está el platonismo y por otro, el cristianismo, considerando el elemento material, previa transformación, como el elemento necesario para la plena transformación del espíritu. El fin de su pensamiento es religioso y transfigurativo, capaz de transfigurar y espiritualizar toda la realidad, transformar al ser humano y a la humanidad, de encarnar en esta vida los valores cristianos y crear una sociedad verdaderamente cristiana.

Utiliza en su obra la idea de Divinohumanidad, que será una interpolación del dogma cristiano de la encarnación con el pensamiento neoplatónico en un esquema cosmológico propio. El ser humano, limitado y finito es impulsado a la idea de Dios, único capaz de dar sentido a sus aspiraciones. El abismo o la grieta existente entre el ser humano y Dios, es el lugar del encuentro. Dios desciende sin perder su humanidad y el hombre asciende más allá de sí mismo, sin perder su humanidad. En esa confluencia tiene el lugar la realización de la Divinohumanidad. El sentido de la acción humana consiste que, a través de ella, el contenido dado por Dios se convierta en realidad en este mundo, utilizando la terminología teológica, se debe encarnar en él.

El ideal de bondad que constituye la divinidad aún no es real en el mundo. Solo la realización histórica del ideal de la Divinohumanidad, permitirá la transformación del mundo, con el hombre como copartícipe de esa realización. La verdad y la belleza, no pueden pensarse al margen del bien, ya que serán manifestaciones diferentes de lo uno y lo mismo, proyecciones dinámicas de lo divino que actúa en el mundo para recrearlo, gracias a la acción libre del ser humano. La síntesis buscada es la omniunidad, que debe realizarse por aproximación progresiva desde todas las dimensiones, impulsando unas a otras.

La aspiración a la divinización y espiritualización de la materia otorga a la belleza un lugar privilegiado en el pensamiento de Soloviev. Buscará una forma renovada de entender el arte y la propia actividad creadora del artista, muy cercana a la tesis de Dostoievski, resumida en la famosa y citada frase “la belleza salvará al mundo”. La belleza es el fin universal que aspira y tiende todo el universo. No es un mero objeto de contemplación, sino una fuerza creadora y vital, capaz de actuar sobre el mundo y transformarlo. El artista debe continuar la tarea iniciada en la naturaleza, contribuir a la realización del plan divino, que es el establecimiento de la omniunidad y la transformación de la humanidad en la Divinohumanidad.

Aunque no tendrá discípulos, ejercerá una importante influencia, tanto en filósofos como artistas, los llamados buscadores de Dios, grupo heterogéneo que les unía la búsqueda de soluciones a los problemas sociales, políticos y culturales de Rusia. Su obra y su persona inspirarán, tanto el simbolismo poético, como el llamado renacimiento religioso-filosófico ruso de principios del siglo XX. Un buen libro para leer despacio.

 

Juan Antonio Mateos

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