La realidad de dos lenguas y culturas enfrentadas

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La realidad plurilingüe de España no debería adoctrinar bajo ninguna circunstancia política, así pues las comunidades  o territorios bilingües deben servir como instrumentos de comunicación y relación entre los ciudadanos, como vehículos de identificación cultural entre los miembros de esas comunidades y de todo el Estado. Es decir, en España las lenguas deben convivir en situación de igualdad, o lo que es lo mismo,  para que todos sus hablantes utilicen ambas lenguas en un plano de igualdad de oportunidades no discriminatoria, las instituciones de acuerdo a la Constitución Española y a los Estatutos de Autonomía, desde 1982 han promulgado leyes  que deben desarrollar procesos de normalización lingüística, cuyo objetivo es conseguir un bilingüismo equilibrado en la Administración pública, en el sistema de enseñanza, en la cultura y en los medios de comunicación. Por eso sorprende o cuanto menos resulta curioso que la ciudadanía, que es la que se debe pronunciar al respecto sobre la lengua en el aprendizaje  de la misma, no se tenga en cuenta. Por ello, no entiendo por qué no se puede discutir sobre el modelo lingüístico. Es sospechoso que no se consulte a los ciudadanos si preferimos un modelo trilingüe, bilingüe o monolingüe.

La inmersión lingüística, que sitúa al catalán como la única lengua vehicular, se ha convertido en un tabú por el que ni tan siquiera se puede preguntar. Razones para una educación bilingüe en todas las Comunidades Autónomas con  lenguas propias, es algo constitucional pero lo que no recoge la Constitución es que se permita una situación de diglosia, en la que una lengua domine sobre la otra, y por tanto haya una discriminación, por una relación de desequilibrio entre dos lenguas de una comunidad en el mismo territorio, que se encuentran jerarquizadas “acosta de una inmersión, que ahoga a la que no está acostumbrada a bañarse”, en este caso al español, por esta razón no acabo de entender por qué se sigue dando competencias educativas a otras Comunidades Autónomas con lengua propia, después de lo que ha ocurrido en Cataluña; puestas así las cosas, es hora de que en el necesario  gran Pacto de Estado por la educación, se retome el tema y se centralice el currículo educativo, para que no haya 17 reinos en el que cada uno reivindique como es lógico su lengua, modalidad dialectal o lingüística, y entonces el puzle sobre el mapa y el uso lingüístico nos lleve a más quebraderos de cabeza cuando encima existe un amplísimo consenso social que la avala.

Tampoco es de recibo que la formación en español, esté por los suelos, pues a la larga puede generar un desconocimiento. En este sentido es una anomalía absoluta que en una comunidad bilingüe como la catalana, con dos lenguas oficiales, se imponga en la escuela una única lengua vehicular desde el principio hasta el final de la educación no universitaria. Aunque podamos comprender la propuesta inicial  de nivelación o equiparación entre ambas lenguas en la que se optó por un modelo de conjunción lingüística en las aulas, es decir, bilingüe, respetando el derecho a recibir la primera enseñanza en lengua materna y favoreciendo el uso del catalán para compensar la situación de debilidad en la que se encontraba después del franquismo; no es de recibo ni es admisible que se haya hecho  a base de ningunear a la lengua española, y no se haya nivelado el empleo de ambas lenguas.

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Concluyendo diremos que el modelo implantado en Cataluña es único porque en una comunidad bilingüe se impone una sola lengua vehicular. Así con el paso de los años, sobre todo tras la ley catalana de educación del 2009, este modelo bilingüe se ha ido transformando en otro que excluye dogmáticamente al castellano o español como lengua vehicular. Lo inexplicable o injustificable es que se imponga un modelo de nacionalismo lingüístico. Luego seamos claros y pedagógicos, la inmersión lingüística obligatoria la hacen únicamente los alumnos que no tienen el catalán como lengua materna, principalmente los castellanohablantes.

Con ello se vulnera un derecho básico reconocido por la Unesco, el mismo que durante la Transición el catalanismo exigía con razón. Sin embargo, hoy la enseñanza exclusivamente en lengua materna a lo largo de todo la etapa educativa no supone ninguna ventaja competitiva para los jóvenes catalanohablantes. Es imposible que un modelo en el que solo se da 2-3 horas de castellano a la semana garantice el mismo nivel oral y escrito. Las famosas pruebas PISA se hacen solo en catalán y, por tanto, no nos dicen nada del castellano de los estudiantes catalanes. La realidad es que no se hace ninguna prueba que permita medir el nivel de castellano en relación al que tienen los alumnos del resto de España.

La inmersión lingüística relacionada con la igualdad de oportunidades está servida pero no cumplida. Esta situación podríamos considerarla peor aún  como, iglosia  que se da cuando en un mismo territorio coexisten dos lenguas con diverso estatus social, de modo que una de ellas se configura como lengua de prestigio frente a la otra, que queda relegada a una posición subalterna. Esta situación de favorecer a la lengua dominante suele ser la que de manera oficial se emplea en la administración, la enseñanza, la justicia, los medios de comunicación, etc. Posiblemente tenga que ver con lo que decía Cicerón “La lengua es la compañera del imperio.”

Pero esto genera tensiones, crea fracturas y desigual reputación o valoración. La diferente posición de partida y la discriminación laboral, y por tanto también económica en la vida social impulsa a una lengua frente a otra, con la que se obtiene mejores beneficios; véase por ejemplo, para poder optar a un puesto de funcionario si perteneces a un territorio bilingüe, que exige el conocimiento de su lengua materna frente al resto de españoles que no lo tienen y no pueden acceder con las mismas condiciones mientras un valenciano, un vasco, un gallego o un catalán sí puede trabajar en el resto de España. Lo que está claro es que la guerra de las lenguas promete grandes réditos electorales a quienes la promueven, pero el uso partidista de la lengua como  instrumento de poder es injusto. En cambio, la lengua es un signo de identidad pero en una dialéctica de nacionalismos enfrentados, el debate está politizado por lo que abundan sofismas o falsedades.

Por ejemplo, que el castellano está siendo barrido de Cataluña. O que los escolares catalanes no conocen bien la lengua de Cervantes. “El habla es una expresión de sistemas ideológicos y cuando se hace un uso partidista, surgen problemas”, señala Fernando Ramallo. El resultado es que se ha aplicado una política que hace invisible la realidad lingüística de España. Y ahí estamos, en un nudo que costará deshacer. De tal modo que pensamos que estos son motivos más que suficientes para considerar el acierto o desacierto del cupo vasco si queremos solidaridad entre todas las Comunidades Autónomas de España. Se debe discutir o dialogar por tanto, entre todas ellas para que no esté en juego la cohesión social territorial, pues todos debemos ser iguales y tener las mismas posibilidades, digo yo: sumar y no restar.

Francisco Velasco Rey

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