La emoción más peligrosa

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Hace algo más de un año un enorme telescopio llamado BICEP2 situado en el Polo Sur consiguió las imágenes de los primeros instantes del universo, ondas espacio-tiempo conocidas como “los temblores del Big Bang” dando así razón a la Teoría de la relatividad general de Einstein, pero más aún estos descubrimientos abrieron la puerta a lo que podrá ser en un futuro, el mayor descubrimiento de la historia de la humanidad con el que los científicos sueñan. Descubrir la fórmula que explique una posible Teoría del campo unificado de las fuerzas, una que pueda unir y la mecánica cuántica y la Teoría de la relatividad general. Una que explicase desde el comportamiento del universo como lo más grande hasta lo más pequeño a nivel subatómico. Sus aplicaciones serian infinitas.

¡Una Teoría así podría despejar innumerables dudas! Podría decirnos porque existimos. Una Teoría que se enunciaría con una simple formula tal como hiciese Einstein, que con tres letras resolvió el enigma de todo lo que vemos (E=mc2), solo que esta vez resolvería también la incógnita de lo que no vemos.

Esto me hizo pensar en qué pasaría si tuviésemos una formula también que resolviera el enigma del porque existe el sufrimiento, la guerra, la desnutrición, el racismo, el genocidio, la explotación de los recursos que nos llevan a la extinción del planeta y a nosotros mismos. De lo más grande y atroz como humanidad hasta lo más pequeño como individuos, los complejos, la depresión, la frustración, el suicidio, el vacío emocional… por supuesto esta fórmula seria de elementos no computables, una que fuese simple y que nos explicase lo que vemos y lo que no vemos del paradigma humano. De hecho de que nos servirá la teoría de unificación de fuerzas si ya no existe ni planeta ni especie humana.

El ser humano es una caja de emociones, que en un equilibrio perfecto podrían potenciar nuestra salud y hasta nuestra longevidad. Desde la capacidad de amar como la más poderosa y curativa, pasando por la alegría, humillación, apego, nostalgia, odio, culpa, pasión, rabia, deseo, desolación, rechazo, entusiasmo, solidaridad, empatía, ternura, repudio, resignación, miedo, tristeza, valentía, hastió, vergüenza, hostilidad y estas tan solo son una pequeña muestra del basto universo de emociones humanas que deberíamos de conocer muy bien, porque en la medida que se conocen se pueden controlar. Todas ellas tienen una finalidad que en su justo equilibrio pueden armonizar. Sin embargo de entre todas ellas existe una con la capacidad de desequilibrar todas las demás, de estrangularlas y deformarlas hasta conseguir un horrendo retrato de nosotros mismos, estoy hablando del miedo. Después del amor es la más poderosa emoción, puede desde salvarnos la vida a matarnos o peor aún convertirla en una pesadilla constante.

Como todas las demás emociones tiene un propósito, gracias al miedo existen muchas cosas buenas que protegen nuestra vida de amenazas reales, de hecho esta emoción es una de las más antiguas que conserva nuestra amígdala, poniendo de inmediato a trabajar a nuestro sistema límbico mediante el hipotálamo, un lugar de nuestro cerebro encargado de regular químicamente todo lo necesario en nuestro organismo para procurar nuestra supervivencia y que está conectado directamente con el centro de ramificaciones nerviosas de nuestro cuerpo, la medula espinal, sin ni siquiera pasar la información a nuestro cortex. Dicho de otra manera, a nuestra parte racional sin que en muchos casos podamos advertir nuestras reacciones.

La milagrosa pócima que segrega el hipotálamo con un combinado de hormonas produce el tan conocido stress. Este, casi magistralmente llama a las glándulas suprarrenales para que produzcan más adrenalina y cortisol enviándolas al torrente sanguíneo. Estas hormonas aumentan la frecuencia respiratoria y cardíaca, elevando la presión arterial y el metabolismo. El hígado libera glucosa almacenada aumentando la energía del cuerpo. Los vasos sanguíneos se ensanchan para proveer de una mayor circulación sanguínea a los músculos, poniéndolos en estado de alerta. Las pupilas se dilatan consiguiendo mejorar la visión. Y hasta las glándulas sudoríparas produce sudor para refrescarse. La adrenalina se le conoce como la hormona de la lucha o vuelo, porque nos provee de tanta fortaleza física que puede darnos la sensación de que volamos. Estos cambios físicos preparan a la persona para reaccionar rápidamente y eficazmente cuando siente tensión emocional cuando siente miedo, el mejor estado para sobrevivir a una amenaza real.

¿Entonces que hace a esta emoción tan peligrosa? La irracionalidad. Cuando el miedo se convierte en irracional. Es cierto que antes dije que el mecanismo del miedo pasa directamente al sistema nervioso sin pasar por nuestra facultad de razonar, pero descubrimientos recientes en ratones dio lugar a un hallazgo bastante curioso.

La  hormona del estrés CRH, en realidad reducía el miedo a través de sus receptores en esta parte del cerebro. Estas neuronas provocan la liberación directa de la dopamina en el cerebro y por lo tanto provocaron un comportamiento de superación del miedo. De modo que nuestro cerebro está perfectamente preparado para controlar el miedo y hasta superarlo aun sin pasar por el cortex.

¿Entonces dónde está el problema? En nuestro banco de creencias. Ya no se trata del mecanismo biológico, más bien de lo que pensamos y creemos sobre la realidad que nos rodea. La civilización y el mundo moderno es muy diferente al mundo que existía cuando se formó nuestro primigenio hipotálamo, de modo irremediable nuestro cerebro interpreta como amenazas a la supervivencia ciertas inquietudes diarias, como cuando nos enfrentamos al trafico al conducir, en las disputas laborales, en los problemas familiares y otras muchas cosas que en realidad no requerirían de un estrés con altos niveles de adrenalina. Pero que nuestro cerebro interpreta como una amenaza a nuestra supervivencia tal como si un tigre nos acechara para comernos, que era lo que sucedía en el mundo donde nació nuestro hipotálamo. Toda esa excitación cardiaca, metabólica y arterial, poderosa segregación química en nuestra corriente sanguínea, dilatación de pupilas y sudor para luego nada, ni lucha ni huida, sin desahogo químico, solo frustración y rabia. Esto produce en nosotros daños físicos que con el tiempo nos enferman.

De modo que nuestra racionalidad tiene que hacer un ejercicio de adaptación para que sepamos identificar y separar lo que es un tigre de lo que es el tráfico o situaciones que no requieren adrenalina sino calma. Debemos cambiar nuestro banco de creencias sobre la realidad que nos rodea. Nuestra tendencia es a “terribilizar” creemos que todo lo que nos sucede es terrible, cuando en realidad tan solo es una escala desenfocada. Para enfocarla deberíamos ver cosas que sí son verdaderamente terribles por todo el mundo o al menos dejar de estar insensibilizados a lo que vemos.

El grupo de creencias que se van arraigando dentro de nuestra alma desde muy pequeños, pueden ser nuestra salvación o nuestros demonios, todo depende de lo que creamos. Muchos de los males de este mundo surgieron por una creencia que nació del miedo irracional. Las guerras que quizás sea lo más terrible que la humanidad ha experimentado y el caldo de cultivo de muchos otros males, nacieron por el miedo, inculcando creencias falsas sobre las razas, sobre las personas a las que no conocemos, sobre el sexo opuesto, sobre la legitimidad de la tierra, sobre dios.

De modo que creo que la fórmula que explicase y resolviera el paradigma humano sería algo así como E–mi=S  Emociones humanas menos miedo irracional igual a supervivencia de la especie.

Manuel Salcedo Galvez

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