LA DESVIACIÓN DE LA PUREZA

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Dr. Juan Gustavo Benítez Molina

Málaga

El ser humano nace, crece, se reproduce, sigue un patrón de comportamiento “normal” o bien se desvía en una u otra dirección y, finalmente, muere. En resumen, esa es la vida. La inmensa mayoría de las personas siguen un patrón de comportamiento “normal” u “ordinario”. Una minoría opta por desviarse en la dirección correcta: personas que destacan y sobresalen por encima del resto y que aprovechan su existencia para intentar hacer de este mundo un lugar mejor. Son personas que no dejan que la corriente de la impasibilidad e indiferencia les arrastre. Sin embargo, otra minoría elige desviarse hacia otra dirección bien distinta: individuos sin ley. Vidas regidas por la desobediencia, el desorden y la transgresión. Crímenes, robos y fraudes forman parte de su día a día. Nada tiene sentido. El caos es un bucle infinito del que resulta imposible salir.

Raskólnikov, el protagonista de la novela de Dostoievski, “Crimen y castigo”, escribe un artículo en el que “expone una teoría personal según la cual los hombres se pueden dividir en dos categorías: los individuos ordinarios, es decir, el rebaño, cuya única misión es reproducir seres semejantes a ellos, y los individuos extraordinarios, seres que, gracias a su superioridad, no están obligados a acatar la ley. La primera categoría se compone de hombres conservadores, prudentes, que viven en la obediencia y no ven más allá. Por el contrario, la segunda categoría son las personas que hacen las leyes para los demás, para el rebaño. Estas no ven límites en sus posibilidades y no vacilan, si es preciso, en saltarse las leyes, aunque ello implique la destrucción del orden establecido. Estas personas, según Raskólnikov, incluso pueden llegar a cometer crímenes de todo tipo, siempre que el fin, la construcción de un mundo mejor, justifique los medios”.

            En multitud de ocasiones a lo largo de mi vida me he detenido a pensar en una idea. Esta idea acude a mi mente en los momentos más insospechados, sin previo aviso. Pero, curiosamente, siempre me encuentro haciendo lo mismo, cuando mi mente reproduce dicha reflexión: intento ponerme en la situación de la persona que en ese momento tengo frente a mí y reflexiono sobre cómo ha podido llegar a ese punto en la vida. Normalmente, esto me sucede con mayor frecuencia cuando me hallo ante personas que no les va del todo bien en su deambular por este mundo: individuos que están sumidos en la desesperación, en la depresión; cuerpos degradados a consecuencia de la droga, de la prostitución; personas sumidas en la mayor pobreza posible, que solo tienen aquello que llevan encima y que duermen donde les lleva el viento; maltratadores y maltratadas; delincuentes y asesinos en potencia; hombres y mujeres que han atentado contra sus propias vidas, o que intentan destruir las de los demás… Y así un largo etcétera. Pues bien, cuando veo a estas personas, cuando les miro a los ojos, siempre se me viene una imagen de ellos, la imagen de esas personas, llegando a este mundo. Sí, habéis leído bien. En algún momento fueron bebés, recién nacidos en el lecho de una familia que los acogió con la ilusión y la esperanza de estar creando algo bueno. Porque, ¿hay algo más puro e inocente que un bebé? ¿Puede existir una pizca de maldad en un recién nacido? Es un ser puro que comienza su andadura por este tránsito que es la vida. ¿Cómo pensar que esa criatura venida de a saber qué lugar se convertirá, en el día de mañana, en un asesino, en un violador, en un maltratador? ¿Es posible? ¿Cómo puede llegar a desviarse tanto del camino? No soy un necio: qué duda cabe de que hay niños que no son deseados por sus padres, que caen en este mundo en el seno de una familia totalmente destruida… ¿Son, de este modo, ellos los únicos culpables de su desvío? Hay niños con existencias tremendamente difíciles, donde la crueldad, la desilusión y el dolor son partes importantes de su día a día. Aun así, nacieron y fueron puros durante un tiempo. ¿En qué punto se produjo la bifurcación en su camino, la desalineación en su existencia?

Imagen artículo La desviación de la pureza

            Con este mismo hilo conductor, en multitud de ocasiones acude a mi mente el recuerdo de una conversación que tuvimos largo tiempo atrás. Yo tendría unos dieciséis o diecisiete años, al igual que Teresa y Francis. Muchas tardes fueron las que pasamos juntos, conversando acerca de la vida. ¡Cómo las echo de menos! ¿Quién pudiera volver atrás? Mas no hay retorno posible, por muy doloroso que esto resulte. Ya, ni siquiera don Matías se encuentra entre nosotros. ¿Dónde estará en estos momentos? ¿Nos estará viendo y cuidando como antaño? Quiero pensar que sí. Intentaré reproducir el diálogo que entonces mantuvimos de la manera más fidedigna posible. Muchos años han transcurrido ya, muchas experiencias han sido vividas. Unas buenas, otras malas…, pero todas edificantes. Sin más preámbulos, allá voy.

            Hacía una tarde apacible, una tarde primaveral. De esas que siempre añoras y esperas que se repitan. Una vez más, habíamos acudido a nuestra cita con don Matías. Allí, nuevamente, nos encontrábamos degustando las sabrosas tortitas de Dolores, así como disfrutando de las maravillosas vistas desde nuestra mesa favorita en el jardín. Por aquel entonces en la residencia se respiraba tranquilidad. Los sonidos de la naturaleza invadían nuestros sentidos. Aquel día, tan solo una mesa más se hallaba ocupada. Lo recuerdo como si fuera ayer: ver a doña Anica conversando animosamente con su hija y su nieta. Francis estaba especialmente hablador aquella tarde.

—¡No os podéis imaginar el revuelo que se ha montado esta mañana en el pueblo! —exclamó Francis al tiempo que le propinaba un generoso bocado a una de las tortitas—. Por lo visto nadie lo sabía, pero el hijo mayor de doña Amelia acaba de salir de la cárcel, y se ha presentado hoy de improviso en la que era su casa. Dicen quienes lo han visto que su mujer, al abrir la puerta y ver que era él, se desmayó y cayó a plomo a sus pies. La gente enseguida se agolpó en derredor para ver la escena. Rápidamente, los más avispados ayudaron a la pobre mujer y la llevaron adentro para tumbarla en un sofá. Otros, conocedores de los verdaderos motivos que habían propiciado tal reacción, intentaron por todos los medios persuadir al hijo mayor de doña Amelia para que se fuera lo más pronto posible de allí. Sin embargo, nada consiguieron. Este se puso a repartir puñetazos a diestro y siniestro, blasfemando y gritando como un poseso.

—¡Menuda desgracia para la chiquilla! —dijo don Matías—. ¡Con todo lo que ha sufrido a consecuencia de ese bellaco! ¡Un poco más y la mata en la última paliza que le dio! La madre la encontró una mañana agonizando en el suelo de la cocina de su casa. Gracias a Dios que no fue demasiado tarde y consiguieron salvarla. Él estuvo desaparecido, en busca y captura, durante más de tres meses. Y eso no fue lo peor. Se llevó con él a la fuerza a su hijo pequeño, de tan solo seis años. Todos sabían de las palizas a las que sometía a su mujer y a su hijo, sobre todo cuando llegaba a casa borracho como una cuba a las tantas de la madrugada. Al fin lo atraparon y lo metieron de cabeza en la cárcel. Y ahora, dos años después, ya está en la calle. ¡Así está la justicia en este país! —don Matías no parecía dar crédito a la temible noticia. Se le veía muy afectado.

—Pero… ¿y la orden de alejamiento? ¿No tenía? —dije sorprendido.

—¡Por supuesto! —dijo don Matías—. Mas se ve que nada importa a ese demonio. Nada ni nadie lo va a detener hasta que ocasione una desgracia. Entonces, ya será demasiado tarde.

—¿Qué pasó con su hijo? ¿Estaba bien cuando detuvieron al padre? —preguntó Teresa horrorizada.

—Sí, físicamente lo encontraron bien. Muy asustado, pero bien. Aunque a saber, cómo le afectará todo lo vivido en un futuro. Sin duda, eso traumatizaría a cualquiera, por muy fuerte que uno pueda ser. Después de lo acaecido, y tras meter a ese canalla entre rejas, le dieron a la madre la custodia del pequeño y con ella ha estado desde entonces —tras estas palabras, don Matías tomó un sorbo de café y estuvo con la mirada perdida durante unos segundos. Ahora fui yo el que rompí el silencio:

—¿Cómo puede una persona llegar a eso? ¿Qué puede haber dentro de esa cabeza? —medité en voz alta. Los tres me miraron extrañados.

—Muy interesante reflexión la que acabas de hacer, Jorge —dijo don Matías—. Esa es una cuestión de la que nadie conoce la respuesta. ¿Cómo es posible que naciendo todos igual, del mismo modo, haya personas buenas y malas en este mundo? ¿Lo habéis pensado alguna vez? No hay nada más puro que un bebé, que un recién nacido. No hay cabida ni para una pizca de maldad en ellos. Libres de todo pecado. Pero… ¿en qué punto nos desviamos? Todos, tarde o temprano, sucumbimos a la tentación en mayor o menor medida. ¿Qué duda cabe? —dicho esto, hizo una pequeña pausa para coger aire y continuar con sus cavilaciones—. Por cierto, y al hilo de todo esto, si me lo permitís, me gustaría contaros la historia de doña Amelia y sus dos hijos. Seguro que así podremos debatir largo y tendido sobre este asunto. ¿Qué me decís?

—¡Pues claro, abuelo! —dijo Teresa—. ¡Ya estás tardando en empezar! —Francis y yo le miramos al mismo tiempo y asentimos con la cabeza.

 

Continuará

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