LA CARTA RARA QUE LLEGÓ A SU DESTINO

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por Rafael Camacho García

Benito era un joven aldeano, falto de instrucción escolar; nacido en la posguerra pasada, circunstancia trágica que dio lugar a la falta de muchas necesidades vitales, entre ellas la falta de escuelas en lugares muy apartados; como en este caso el vivir en una apartada aldea, y el pertenecer a una familia de pobres campesinos. La familia solo poseía una pequeña heredad de tierras y una piara de abejas y cabras, lo cual requería la ayuda de Benito casi desde la infancia. Se trataba, pues, de una familia de pobres campesinos que vivan de su pequeño patrimonio de tierras y ganado.

Por las razones expuestas, Benito carecía de base cultural alguna; – era lo que vulgarmente decimos analfabeto total, pero no por falta de inteligencia, sino por falta de medios para desarrollarla. Así creció en ese ambiente de orfandad cultural, y le llegó el momento de incorporarse al servicio militar obligatorio, en el que existían clases de alfabetización.

Así, pues, Benito se incorporó a un Regimiento en Madrid, donde siguió las vicisitudes del período de instrucción con todos los reclutas de su Reemplazo. Pero el muchacho sentía la añoranza de su vida en la aldea, allá en los confines de la provincia de la Granada alpujarreña. Como no sabía leer ni escribir, recurría a compañeros para que le sacaran del apuro de escribir a su familia. Lo grave del caso era que sus padres tenían el mismo nivel cultural.

Benito fue despertando de su atraso, y aprendió a desenvolverse en el ambiente del cuartel y en el de Madrid; así en Las horas de paseo se dedicaba a recorrer calles, plazas y paseos, y los Parques y Jardines de la ciudad. Un domingo primaveral, decidió visitar el Parque del Retiro, el cual le causó inenarrable admiración al contemplar Ia frondosidad de su inmensa arboleda. En su tierra no había árboles tan altos como allí. Llegó a las cercanías del amplio estanque, y quedó asombrado al verlo. En los alrededores del Estanque existen bancos, y tomó asiento en uno de ellos. Desde su lugar contemplaba el movimiento de las barcas navegando por las aguas; y en este descanso se entregó a la meditación, y en abstracción vio venir próximo a él, a un paisano de su aldea que estaba de paso por Madrid de regreso de un período de trabajo temporal en tierras de Castilla, y andaba en espera de tomar el tren para Granada. Al apercibirse Benito, le dio un fuerte silbido, propio de los que realizaba cuando apacentaba el ganado por los campos de su aldea. EI paisano volvió la vista y se encontró que era Benito, el hijo del tío Silvestre. Se abrazaron amigablemente y se preguntaron por los quehaceres de uno y otro en aquel momento.

– ¿Cómo te va en la mili, Benito?

– Muy bien. ¿A ti cómo te ha ido la temporada?

– Muy bien también. Ahora estoy haciendo tiempo para tomar el tren para Granada.

Al despedirse, Benito le hizo un encargo al paisano:

– Oye, le dices a mi padre que me escriba alguna carta, que yo le he escrito varias y no me ha contestado a ninguna.

El paisano cumplió el encargo.

Al día siguiente Silvestre, que era consumado analfabeto, recurrió a un amigo para que le escribiera una carta al hijo. El amigo cumplió la petición; y acabada la carta hay que escribir en el sobre la dirección para correos.

– Bueno, Silvestre, dime la dirección de Benito.

– Pues no me acuerdo, no la sé. Y las cartas de él no sé dónde están. Bueno, tú pones en el sobre para mi hijo que está en Madrid.

– Pero Silvestre, así no le llegará la carta.

– Tú pones en el sobre eso que he dicho, que seguro que le conocen.

La carta llegó a Madrid, pues era lo único claro que ponía en el sobre. Allí en el Departamento que existe para la correspondencia falta de datos, para su devolución o destrucción, quedó la carta inmovilizada por carecer de datos indispensables para su llegada al destinatario, y en espera de pasar a la trituradora.

Pasaron los días, y Benito confuso y entristecido al no recibir carta de su padre; porque estaba seguro de que su padre le había escrito.

Para salir de dudas, Benito tomó la decisión de ir al Servicio de Correos en Madrid. Se presenta al jefe del Departamento en consulta.

– Muy buenas Señor: Venía a preguntar si por casualidad tienen aquí una carta, que tuvo que escribirme mi padre hace días…

Los empleados esbozaron una sonrisa de sorna. Los carteros presentes se miraron asombrados hasta que uno de ellos recordó que existía una carta rara, parada hacía bastantes días sin identificación. Traen la carta, la abren, se la leen a Benito, el cual confirmó que era la de su padre.

– Bueno, muchacho, (le dice el jefe). Dile a tu padre que otra vez no se olvide de completar la dirección. Aunque al ver al destinatario sin duda quedó identificada la condición y naturaleza del padre.

Benito quedó satisfecho, dio las gracias y regresó a su cuartel.

Frutas Fajardo

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