La carta que todos debimos leer

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Recuerdo el día que nacimos como si hubiese sido hoy mismo. Aquellas horas se hicieron eternas. Nos sentíamos tan felices allí dentro. Salir de aquel mundo en lo más acogedor y profundo de mama fue horrible. Dentro, el mundo fue un océano de sensaciones envueltos con la voz de mama y un eterno y placido latido que nos acompañó a cada minuto durante una vida. Hasta recuerdo ver como reías, cuando las manos de mama acariciaban tus piernecitas a través del mundo que te envolvía. A pesar de estar a tu lado allí dentro tú todavía no me conocías hasta que llegó aquel día en el que oíste a papa gritar a mama, y ella lloró, ese día lloraste con ella y me conociste, yo soy la tristeza.

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Te conozco desde entonces pero tú has hecho como que no me conoces, has huido de mí como de una enfermedad. Yo nací contigo porque me necesitas igual que necesitas a todas las demás emociones. He intentado hablar contigo muchas veces pero nunca me prestas atención. Alguien ahí fuera te ha convencido de que no me necesitas y de que el mundo estaría mejor sin mí. Pero cada uno de los que ha intentado convencerte nace con una de mis hermanas y a veces lloran a solas sintiéndolas muy dentro de ellas, pero en vez de aceptarlas piensan que les está sucediendo algo malo. Te han hecho creer que la tristeza es mala, que sentir ganas de llorar es terrible y un signo de que te pasa algo malo, pero todos están equivocados, las lágrimas no se crearon solo para limpiar los ojos, cuando ruedan por tu mejilla bajan acariciando tu piel y justo en ese momento se expande tu corazón y sientes otra emoción a la que yo traigo para ti, el consuelo, la tierna caricia de la compresión, el sosiego que te hace respirar mejor, el beso de mi hermana la compasión, que tuvo días de gloria pero que ahora todos desprecian. Y entonces es cuando se cae la venda y te das cuenta que a veces lo malo no es tan malo y ves lo bello que es vivir.

Recuerdo perfectamente tu primer día de colegio. Lloraste porque mama se marchaba y nos dejaba en aquel lugar con personas desconocidas. Nos obligaron a no llorar con la excusa de que ya eras mayor, todavía me pregunto qué es ser mayor. Yo traté de decirte que no hicieses caso, pero enseguida te hicieron comprender que los demás ven el llorar como una debilidad solo permitida para bebes. Como tú no veías a ningún adulto llorar pensaste que era algo malo, sin saber que ellos también lloraban a solas cuando tú no los veías. Siempre traté de decirte que en realidad llorar es una de las cosas más reconfortantes que existen, pero que le han colgados estigmas injustos. El llanto no está relacionado con la maldad que a veces produce dolor sino con el consuelo que cura esas heridas. Pero claro tu mundo solo pinta a seres eternamente felices como muñecos con sonrisas pintadas que no pueden borrar. Esas mismas personas te enseñaron que debes reprimir y huir del dolor como de un enemigo, por eso están los hospitales llenos de personas que lo único que tienen es que viven constantemente con su eterna desconocida la tristeza. Pero tan solo soy la antesala de la felicidad, cuando me aceptas y me entiendes enseguida llega la felicidad a la que todos queréis. Pero si yo no existiera jamás la hubieseis conocido porque la felicidad no es mi hermana, es mi hija, es lo que nace cuando pasa la tristeza, cuando me aceptan y me quieren.

Ahora que estas abatida y por fin estamos solas tú y yo frente a frente. Quiero decirte que no soy tu enemiga ni la culpable de que creas que tu vida carece de sentido, ni la culpable de tu depresión ni de tus desgracias, solo vengo a curar tus heridas. Creer que soy mala es lo que te ha llevado a la depresión. A ese estado algunos lo llaman tristeza profunda, pero solo hay una tristeza yo solo soy una. Si me abrazas y me sientes con todos tus sentidos llegaras a sentir el mayor bálsamo que un alma puede acariciar. Sentirás que eres normal y que no te pasa nada malo como te han enseñado. Cuando no me abrazas y ni me miras tengo que pasar más tiempo contigo, no puedo irme hasta que no hagas eso, mi hija la felicidad no puede llegar hasta que no me dejes ir. Así que lloremos juntas hasta que las lágrimas nos sanen y entonces sentirás lo que es realmente estar vivo.

Manuel Salcedo Galvez

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