HACES DE LUZ. ¿POR QUÉ HABLÓ ASÍ NIETZSCHE?

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 ¿POR  QUÉ   HABLÓ  ASÍ  NIETZSCHE?

      Dice la sentencia latina: “Cuiusvis hominis errare est” (Es propio de todo ser humano errar), pero nuestro refranero español es aún más profundo: “Por la boca  muere el pez”. Con ambas  estoy de acuerdo. Por la primera, soy  plenamente indulgente  y, a posteriori, le concedo el “perdón cristiano” desde lo  más profundo de mi corazón: cumplo, pues, con el mandato del Divino Maestro: “perdonad incluso a vuestros  enemigos” ( Mt.12, 38- 45). Sin embargo, ante su petulancia, su  soberbia insoportable, su engreimiento en sumo grado, su total desprecio no  sólo a  Cristo,  Dios, alma, Iglesia, sacerdotes, filósofos, teólogos…., yo también me  rebelo contra  el filósofo Nietzsche, una vez leídas y anotadas  sus más  conocidas obras – “Así  hablaba Zaratustra”, “Ecce Homo”, “El Anticristo”, “Más  allá  del  bien y del  mal”, “El origen  de la tragedia”… -, y comprobadas – según mi criterio – todas  sus aberraciones, contradicciones  y mentiras, ya  que  he dedicado mucho tiempo  a estudiarlo con la mayor objetividad posible. Porque, a  la verdad, yo también tengo derecho a opinar, y a dar “razón de mi fe”. Tal es así, que, a pesar de mi rechazo, admito  que  F. Nietzsche  es, sin lugar a dudas, uno de los filósofos más originales tanto por su estilo, como por el contenido de  sus pensamientos. Y, además, su influencia ha de considerarse como una de las  más fuertes en el ateismo de la literatura  moderna: Camus, Malraux, Gide, por citar tan sólo  a tres testigos, descubrieron a Nietzsche  en su juventud. Él mismo había dicho: “Soy lo bastante fuerte como para dividir en  dos la historia de la Humanidad”. Creo que donde mejor podemos conocer el pensamiento del  polémico filósofo, es leyendo su obra “ECCE  HOMO”: una peculiar  autobiografía escrita poco antes de su derrumbe psíquico y cuando contaba cuarenta y cuatro años de edad (1888).

           Nietzsche, el “ateo”, era el  descendiente de toda una generación de pastores protestantes. El 21 de abril de 1881, en  una carta a su amigo y discípulo P. Gast, decía sobre el cristianismo: “Es el mejor periodo que he conocido en mi vida espiritual: lo he seguido desde mi más tierna edad en muchos de sus aspectos  más íntimos, y tengo la firme convicción de no haber sido nunca, dentro de mi corazón, grosero o brutal contra este sentimiento”. Ahora bien, el círculo femenino que tuvo a su cargo la educación  de Nietzsche – madre, tías y hermana mayor – poseía una sincera  religiosidad pietista, llegando a veces, sobre todo la madre, a la pasión  religiosa e incluso a la exaltación. Con  sabiduría propia de un anciano, entrelazaba en sus  conversaciones frases propias del púlpito hasta el punto que sus condiscípulos le llamaban “ el pequeño pastor”. “Esta atmósfera familiar – escribe Hans Kün en “¿Existe Dios?”, pág. 483 – pudo haber constituído el primer factor  en la génesis del anticristianismo de Nitzsche”. Conforme a lo leído, deducimos que el cristianismo se le presentará  siempre como una cosa muelle, débil, decadente, poco varonil; en la práctica, ni siquiera llega  a conocer su fuerza y  profundidad originarias, según testimonios de reconocidos filósofos y teólogos. Su asombrosa formación  filológica le distancia cada vez más de la tradicional fe de su casa paterna; y, claro está, el método histórico-crítico tiene que influir por fuerza en su modo de entender el Nuevo Testamento. Ya en su juventud, acosado por sentimientos de superioridad y soledad y atormentado también por fuertes  dolores de cabeza, compuso (Rev. Germania) un artículo filosófico anunciando muchos de sus temas posteriores y, además, revela profundas dudas en torno a su fe infantil: “Aún  están  por  venir  grandes transformaciones, cuando la masa haya comprendido que el cristianismo entero se basa en suposiciones; la existencia de Dios, la inmortalidad, la autoridad de la Biblia, la inspiración y muchas otras cosas seguirán  siendo problemas  siempre. Yo he intentado negarlo todo: derribar es fácil, ¡pero construir!”. La fuerza de la costumbre – añade Nietzsche – la necesidad de algo superior, la ruptura de todo lo existente, la duda de si la humanidad no se habrá desviado en su camino durante dos mil  años por seguir a un fantasma: todo esto sostiene una pugna irresuelta, hasta que por fin dolorosas  experiencias y tristes acontecimientos retrotraen  nuestro  corazón a la antigua fe de la infancia”. ¿Vuelta atrás a la antigua fe de la infancia?. Otro gran  solitario, Soren Kierkegaard, influenciado sin cesar por la fe de su padre, encuentra, sin  embargo, una fe madura, renovada; no así Nietzsche. La lectura de “Historia de la Iglesia” y la “Vida de Jesús”, de Karl August Hase, recomendada a su madre, causa  grave escándalo  a su reducida familia, distanciándose por completo de su madre.

         En el otoño de 1864, una poesía al perdido, evocado e incomprensible “ Dios desconocido”  (“Deo ignoto”, de San  Pablo) pone de manifiesto su fuerte tensión  interna  entre  el no poder ya creer y el querer aún creer:

“Antes de seguir mi camino / y de poner  mis ojos hacia  adelante, /  alzo otra vez, solitario, mis  manos / hacia Tí, al  que me acojo, /  al que en el más hondo  fondo del corazón / consagré, solemne, altares / para que en todo tiempo tu voz, / una vez  más, vuelva a  llamarme.// ¡Quiero conocerte, Desconocido, /  tú, que ahondas en mi alma,/

que surcas mi vida cual  tormenta, / tú, inaprehensible, mi semejante! /  QUIERO  CONOCERTE, SERVIRTE  QUIERO”.

       Como antes hiciera Karl Marx  (1818 – 1888), Nietzsche estudia Teología  en Bon. “De la teología – dice  el filósofo – no tomé mayor noticia sino en la medida en que me  atraía  su lado filológico: la crítica de los evangelios y el estudio de las  fuentes  neotestamentarias… Pues entonces aún  me imaginaba yo que la  historia y  la investigación histórica están  en condiciones en dar  respuesta  directa  a  ciertas preguntas  religiosas y filosóficas. En realidad, afirma el famoso teólogo  H. Küng, Nietzsche nunca estudió teología. En las vacaciones de Pascua (1865), de vuelta  a casa, Nietzsche aparece completamente transformado. A su madre se le cae el mundo encima cuando él le anuncia su definitiva renuncia a la teología y con esa  ocasión se pronuncia durísimamente contra  el cristianismo y se niega a asistir con  ella y con  su hermana a la celebración  de la cena.

     Tras esta  escena, la madre impone la única condición de que no se vuelva a hablar en su presencia de dudas de fe. Junto a la familia y la educación, pues, el “estudio crítico filológico” es el segundo factor que influye  decisivamente en el cambio  de Nietzsche en ateo y anticristo. Pero Nietzsche, ateo, desposeído de Dios y de los viejos apoyos espritiuales en su vida, dista  mucho de ser feliz. “Yo, dirá, pendía entonces en el aire, desasistido, solitario, sólo con un puñado de experiencias  y desengaños dolorosos…..”     (Continuará)

Alfredo Arrebola, Doctor  en  Filosofía   y Letras

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