H A C E S D E L U Z NARCISO YEPES (1927 – 1997): “La sonrisa de Dios”

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Hoy, benévolos lectores de “Granada Costa”, me váis a permitir que ponga aquí la famosa sentencia latina “Cuiusvis hominis errare est” (Es propio de cualquier hombre errar ), porque, a la verdad, las equivocaiones técnicas son fáciles de subsanar, pero las que se refieren a nuestras opciones fundamentales son más costosas: marcan de forma indeleble el desarrollo de nuestra personalidad, aparte del estilo de nuestras relaciones con los demás y, sobre todo, con Dios.

      Mi larga experiencia humana me ha hecho ver que mientras los demás no nos conceden fácilmente una alternativa, Dios – “a quien nadie ha visto” (Juan 1,18) – está dispuesto a permitirnos retomar el camino recto. Nos permite “convertirnos” a Él, porque Él está siempre dispuesto a “convertirse” a nosotros: infundir en nosotros un corazón  nuevo, tal como leemos en el profeta Ezequiel: “Os daré un corazón  nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón  de piedra y os daré un  corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os  conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas (Ez. 36, 26 -27).

       Conforme a mi pensamiento cristiano,  pienso que lo propio de todo creyente sincero es que, tarde o temprano, Dios le sale al encuentro y le interpela para que se decida desde su fe personal, don totalmente gratuito que nos viene a través del bautismo. Pues bien, la conciencia de la propia responsabilidad o el miedo a decidirse podrán aplazar una y otra vez la respuesta. Pero, no lo olvidemos, siempre llegará un momento, como le ocurrió a Jonás, en que las repetidas huídas no le llevan a ninguna parte  y, al sentirse acorralado, termina por ceder y confesar, con el corazón y los labios, al que es más fuerte que él porque, en el fondo, se siente fascinado (cfr. “El Evangelio como vida”, pág. 14. Capuchinos Editorial nº 44, marzo – 2018).

     Cuando comienza la Cuaresma, en el rito de la imposición de las cenizas, el celebrante proclama: “Conviértete y cree en el Evangelio”(Mc 1, 15). El hombre es invitado a hacer una opción fundamental: cambiar radicalmente el centro de su vida, su  punto de apoyo y su orientación u objetivo final. Por eso la “conversión” es una verdadera vocación: el hombre es llamado por Dios a reconocer su pecado, su impotencia para salvarse y volverse a Dios, Padre Misericordioso.  Muy bien sabemos que por el pecado el hombre se endiosa a sí mismo, le niega a Dios el culto debido, rechaza su gracia, no acepta su condición de hijo. Creemos que  ésta es la más grande injusticia que puede  cometer el hombre y raíz de toda injusticia para con su prójimo.

     Al hombre – doctrina que aceptamos los  cristianos -, alejado de Dios, le llega  siempre una esperanzada llamada: “Convertíos porque el reino de los cielos  está cerca” (Mc 1,15),porque  nunca acabamos de creer en el Evangelio de verdad, porque no acabamos de poner nuestra vida en la sintonía con la enseñanza evangélica, porque, en definitiva, Dios está siempre en otro lugar. Convertirse no es algo fácil porque, a la verdad, es salir de nosotros para abrirnos a Dios, al mundo y a los otros. El hombre es invitado a volver a la casa del Padre: “Me levantaré y volveré a la casa de mi padre” leemos en la parábola del hijo pródigo (Lc,15- 18). Este “Surgam” fue precisamente lo que le sucedió a  Narciso García Yepes, conocido  artísticamente como NARCISO YEPES, un artista universal, Maestro de la guitarra  clásica,  uno de los  princcipales concertistas mundiales del siglo XX e investigador, a quien se debe la recuperación de unas seis mil  partituras . Nació en un humilde hogar campesino de Lorca, el  14 de noviembre de 1927, y murió en la madrugada del sábado 3 de mayo de 1997, en Murcia . Yo tuve la inmensa suerte de compartir cartel con Narciso Yepes en la Iglesia Mayor de Orihuela (Alicante), con motivo de  celebrarse una “Semana de Música Sacra”. Él, Concertista de guitarra clásica; yo, “Ponente-Cantaor” de “La idea de Dios en el Cante Jondo”, fundamento básico de mi libro “La espiritualidad en el Cante Flamenco” (Universidad de Cádiz, 1988).

   Narciso  Yepes, como tantos seres humanos, perdió la fe. Pero un día – 18 de mayo de 1952 – “…Todo cambió: Yo me encontraba en París, acodado en un puente  del Sena, viendo fluir el agua. De pronto escuché la voz de Dios en mi interior. Quizás me había llamado ya en otras ocasiones, pero yo no lo había oído. Aquel día yo tenía  la puerta abierta…. Y Dios pudo entrar” ( “Amaneció de noche. Despedida de Narciso Yepes” (Madrid, 2009).Y, ciertamente,  Dios “entró de lleno y para  siempre”.

Un cáncer linfático, desde 1990, le iba robando día tras día la vida. Para un hombre que pasaba por el mundo haciendo el bien, deleitaba y elevaba los espíritus con su música, no fue fácil darse por vencido por la enfermedad. Luchó con todas su fuerzas y buscó la curación, con el deseo de continuar dando gloria a Dios “con la guitarra de diez cuerdas”. Narciso luchó, hasta que encontró la paz del corazón. “¡Hasta  que entré en el misterio de Dios” (Salmo 72, 17), y se  dejó caer esperanzado, en los brazos del mejor Padre misericordioso, ( “El Camino de Damasco” n.7, pág.98).

Narciso Yepes aceptó plenamente la voluntad de Dios, que siempre es lo mejor que puede ocurrirle a un hombre, aunque no lo entienda: ¡profundo problema teológico!.

     Calle la voz de mi pluma para que hable Narciso: “…Mi vida de crisitiano tuvo un largo paréntesis de vacío que duró un cuarto de siglo. Me bautizaron al nacer y ya no recibí ni una sola noción que ilustrase y alimentase mi fe.¡Con decirle que comulgué por primera vez a los veinticinco años! Desde 1927 hasta 1951 yo no practicaba ni creía ni me preocupaba lo más mínimo que hubiera o no una vida espiritual y una trascendencia, un más allá. Dios no contaba para nada en mi vida, como le confesó a  Pilar Urbano, Periodista, con motivo de su ingreso en la Real  Academia de Bellas  Artes de San Fernando, entrevista que fue publicada  en el semanario “Época”, en enero de 1988.

       Dentro de su terrible enfermedad, dejó dicho: “Quiero amar a Dios sin pedirle nada, ni siquiera pedirle que me cure. El sabe que yo deseo curarme. Pero si El no quiere, su poder está por encima de todo”. Nunca he dejado de admirar -hablo con la mayor  sinceridad – al “gran músico, hombre bueno, hombre  espiritual, hombre creyente” – NARCISO YEPES – para quien el arte era sencillamente “la sonrisa  de Dios”.

Alfredo  Arrebola, Doctor en  Filosofía y  Letras

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