H A C E S  D E  L U Z, INQUIETUD METAFÍSICA: D I O S. A D. Julián Díaz Robledo

Comparte:

 

Febrero 2015

Don Miguel de Unamumo (1864 – 1936), el filósofo español que introdujo el “Existencialismo” en España, nos dejó dicho que “…Dios es aquél que siempre calla desde el principio del mundo”. Las palabras del inmortal profesor de Filología Clásica de la Universidad de Salamanca, me han servido para responder al E-mail que mi buen amigo Julián Díaz Robledo me envió hace sólo unos días: “¿Existe Dios?”. No soy yo, ciertamente, el más adecuado para responderte. Haré lo posible. Para mí, la mayor angustia metafísica que todo ser humano, honesto y honrado consigo mismo, llevará arrastrando toda su vida. Antes que la memoria me falle, quiero manifestar públicamente que, por fortuna, soy creyente y totalmente convencido de mi actitud religiosa y, por consiguiente, muy respetuoso con las creencias que cada persona tenga y practique. Porque, a la verdad, “a Dios
nadie le ha visto jamás”, como leemos en el Evangelio de Juan 1, 18 (Deum nemo vidit unquam). Por tanto, el “problema Dios” hay que tratarlo con la mayor sinceridad y honestidad posibles, a fin de que no se nos aplique aquella célebre sentencia: “Dijo el necio en su corazón: No hay Dios”.

Es el camino más corto y sencillo. Es tan delicada y difícil esta pregunta que son miles y miles los tratados dedicados a ella. Por tanto, ¿cómo podré yo responder a mi gran amigo Julián Díaz Robledo?. Delante de mí tengo el voluminoso tomo del eminente filósofo y teólogo Dr.Hans Küng, Profesor de la Universidad de Tubinga (Alemania): ¿EXISTE DIOS?.Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo” (Madrid, 1979), quien escribe: “ ¿Sí a Dios? Hace tiempo que para muchos cristianos ya no es evidente.¿No a Dios? Para muchos no creyentes tampoco lo es. ¿Sí o no? Muchos, entre creer y no creer, están perplejos, indecisos, escépticos. Dudas de su fe, pero también dudas de su duda. Otros muchos están orgullosos de sus propias dudas”,cfr.
op.cit. pág. 19.
A mis cortas luces, intentaré decir algo sobre tan enigmática cuestión y, siempre, desde mi posición de hombre de fe. Dios es la designación de aquel que, según el testimonio de Antiguo Testamento, se revela como no limitado por frontera alguna- cfr. Isaías 6,1; 1Reyes 8,27 -, como aquel que por antonomasia no admite ninguna comparación, radicalmente vivo (Ps 90), con poder absoluto sobre el ser; como aquel cuya omnipotencia no se manifiesta de manera abstracta, sino en sus poderosas actuaciones históricas con respecto a su pueblo Israel y a los demás pueblos. Jesús lo reconoce como padre suyo, que en Jesús acepta gratuita y remisivamente al hombre y le abre el acceso a su “basileia” (=reino).
Ese Dios es por naturaleza invisible (Rom 1,20; Joh 1,18), sólo conocido por el Hijo. En último término se hace visible en Jesús, su fiel retrato (2Cor 4,4;Col 1,15). En un conocimiento analógico del ser, la filosofía y teología cristianas lo entienden como la esencia absolutamente santa, suprema, supramundana, personal, absolutamente necesaria, incausada, existente de por sí, por tanto eterna e infinitamente perfecta (Danzinger, 1782). Esencia que ha creado de la nada todas las demás cosas. A esta concepción del Ente Supremo se puede llegar, según he aprendido en las aulas universitarias, a través de la “razón”
(filosofía) o por medio de la revelación (teología).
Dios, como absolutamente existente de por sí, no puede ser llamado “ente” de la misma manera que el ente creado. A Dios, en cuanto que tiene el “principio” de su existencia en sí mismo, idest, en su propia esencia (“aseidad”), le corresponde el ser por antonomasia en su magnitud total absoluta (Permíntanme decir: “Esse ipsum subsistens”). En cambio, el ente creado posee el ser únicamente como fundamentado por Dios (contingencia, causalidad) y, por tanto recibe el nombre de ente sólo por analogía.
Puesto que Dios es ser absoluto en autoposesión eterna, resulta en Él imposibles cualquier limitación o complemento. No hay posibilidad positiva alguna que no esté en Él actualizada: es acto puro, cfr. “Diccionario Teológico”, pág. 170 (Herder, Barcelona, 1966).
Si bien la razón – como hemos dicho – puede conocer a Dios en el mundo como en su imagen, y de la multiforme experiencia de la contingencia continua del ente, así como también de la contingencia de esa misma experiencia, puede “concluirse” el fundamento (causa) de esa realidad contingente, Dios, con todo, para el pensar finito del hombre, sigue siendo a la vez incomprensible en su infinitud, absolutez y alteridad absoluta. Es incomprensible, dilecto amigo, porque el pensamiento humano no puede abarcar la infinitud de Dios ni la puede entender partiendo de otro objeto; esa infinitud, como fundamento de todo entender, sigue siendo lo infundamentable, lo que nunca se presenta dentro del conocimiento humano como “objeto” sino solamente a manera de objeto. Materia difícil de entender y comprender con sólo la luz de la razón.
En los manuales de Filosofía se habla, ciertamente, de “Pruebas de la existencia de Dios”, es decir, la reflexión sistemática “explicativa” que versa sobre la afirmación necesaria de lo que llamamos “Dios” en todo acto espiritual del hombre. Ahora bien, una prueba de la existencia de Dios no pretende proporcionar un conocimiento en el que de fuera a dentro se acerque sin
más al hombre un objeto cualquiera, hasta el momento totalmente desconocido y, por lo tanto, indiferente. Lo que pretende es proporcionar una conciencia refleja de que el hombre, en su existencia espiritual, siempre e inevitablemente tiene que habérselas con Dios ( tanto si le da el nombre de “Dios” u otro cualquiera, reflexione o no sobre ello, quiera admitirlo como verdadero o no, quiera o no afirmarlo libremente).Esto ocurre incluso en el nivel medio de lo cotidiano, en que cualquiera sabe más de lo que puede decir a otros o a sí mismo, por ejemplo, qué es el tiempo, la libertad, la lógica, el amor, la responsabilidad, etc.
Yo, caro amigo, sólo puedo decirte – tras una larga “agonía” en estas cuestiones – que “DEUS EST”: Ah í está Dios. Aún más: Con Dios no hay que ser ni sabio, ni filósofo, sino niño, esclavo, colegial y, como máximo, poeta, porque, a la verdad, yo, como dijo Vincent van Gogh – voy creyendo siempre que el mejor medio de conocer a Dios es amar mucho. En la teología cristiana se
define a Dios como “AMOR”, y el “que permanece en el amor, Dios permanece en él”. El reputado filósofo francés Henry Bergson (1859 – 1941) sólo admitía, como prueba de la existencia de Dios, “el testimonio de los místicos españoles”. Nada más. No tienes que darme nada, fiel y leal amigo, si he logrado reducir tu aguda y vivencial inquietud metafísica.

Deja un comentario