GERALD BRENAN Y YEGEN, O YEGEN Y GERALD BRENAN

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Qué duda cabe de que el Yegen de hoy nada tiene que ver con el Yegen que encontró el hispanista, ensayista y escritor Gerald Brenan (Sliema, Malta, 1894-Alhaurín el Grande, Málaga, 1987) cuando, allá por los años veinte del siglo XX, llegó a dicha localidad, hoy perteneciente al municipio de Alpujarra de la Sierra, compuesto por los núcleos de población siguientes: Mecina Bombarón, Valor, Golco y la cortijada de Montenegro.

            Gerald llegó hasta esta latitud después de haber recorrido una gran parte de Europa, buscando un sitio donde asentarse, ya que pretendía un lugar en donde poder estar apartado de cualquier aglomeración y lejos de unas gentes en las que por aquellas fechas solamente primaba el deseo irracional de divertirse, quizás para desquitarse de las penurias padecidas tras la sangrienta Primera Guerra Mundial, que tanto sufrimiento infligió a toda la población europea, y en cuya guerra participó el joven oficial Gerald Brenan. Una vez la guerra terminada y con una pequeña herencia que le dejó una tía suya, decidió que era el momento de alejarse de la fría Inglaterra y buscar un sitio más acorde con su deseo de vida y forma de sentir. Quizás motivado por haber nacido en la soleada isla de Malta, por entonces perteneciente al reino de Gran Bretaña, aunque había vivido en Sudáfrica, Irlanda y la India, cuyos paisajes, forma de vida y la masificación provocaron su obsesión por buscar un sitio paradisiaco, extraño a la vez, y que reuniera los elementos de soledad, belleza natural y de personas sencillas y rodeado de una naturaleza virgen, que el progreso y la mano del hombre no hubiesen aún ultrajado.

            Aunque su peregrinaje por media Europa lo hizo junto a un amigo, este se cansó y volvió a Inglaterra, pero Gerald no se dio por vencido y siguió su deambular por distintos sitios de España hasta llegar −casi por casualidad− hasta Yegen. ¡El Yegen de los años veinte del siglo pasado! Su sorpresa fue enorme al encontrarse con un pueblo depauperado, pero auténtico, porque, al mismo tiempo, era un pueblo lleno de una paz y silencio que le hacía llevarse las manos a los oídos, pensando si era la altura la que le había alterado el tímpano. Las casas eran de una pobreza extrema, de piedra y adobe, superpuestas unas sobre otras con terrazas de pizarras, solamente destacaban y tenían algún valor reseñable algunas de ellas pertenecientes a algunos de los más importantes terratenientes de la población. Sus gentes eran sencillas pero llenas de nobleza y con un cierto orgullo, propio de las personas que aceptan con resignación y amargura su destino de hombres y mujeres enganchados a la tierra, arañándola para sacar de ella el sustento de su familia, pero esta era a la vez como un yugo imposible de quitar. Tierra y hombre luchaban entre sí. Y ambos a su vez luchaban contra los elementos.

            Gerald Brenan quedó subyugado por todo lo que veía, su belleza natural, sus paisajes maravillosos, la inmensidad sin trabas de sus lejanos horizontes, y se dijo que ese rincón de la Alpujarra granadina era lo que estaba buscando hacía ya mucho tiempo. Alquiló una pobre y vieja casa que reformó e hizo traer los muebles desde Almería. Gerald, poco a poco, fue aceptando las costumbres reinantes en el lugar, muy acentuadas entre lo que era competencia del hombre y de la mujer, parcelas muy bien definidas entre ambas partes y de obligado cumplimiento. Por ello no es extraño que, cuando se estableció en su casa, cogió un cántaro y fue a llenarlo de agua a la fuente, cuando las mujeres lo vieron se lo arrebataron y, una vez lleno de agua, se lo llevaron a su casa. Aquel sencillo menester estaba vedado para los hombres. Costumbres ancestrales que había que acatar, de lo contrario, habría represalias por parte de las mujeres. Incultura. Tengamos en cuenta que, por aquellas fechas, no solamente en Yegen, sino en toda Andalucía, la mayoría de las mujeres y hombres no sabían escribir ni leer. Precisamente, esa nefasta incultura hacía que cada sexo tuviera su espacio. Los hombres eran valientes y decididos, arrojados e irresponsables, de lo contrario, no podrían sobrevivir, en una tierra fuerte y empobrecida.

            Gerald llenó su casa alquilada de libros, que maravillaban a sus vecinos, y cogió a una criada para que cuidara de ella y a una cocinera, a la que daba una peseta diaria. La armonía entre las dos mujeres no fue de lo más idóneo, debido a la rivalidad y envidia entre ambas, lo que llevó a Gerald a despedir a la cocinera. La asistenta de la casa era una joven de 15 años muy agraciada y de muy buenas actitudes, de nombre Julia, que terminó siendo oficialmente la amante de Gerald Brenan y de cuya relación nació su hija María, a la que, con tres años de edad, se llevó a Inglaterra cambiándole el nombre por el de Miranda Helen. Julia solamente vio una vez a su hija, cuando María era una bella mujer y con el acuerdo de que no le dijese que era su madre. Julia se casó dos veces y tuvo cuatro hijos, nunca llegó a saber que su hija murió antes que ella.

            Gerald, al final de su vida, empobrecido, fue ingresado en una institución benéfica en Inglaterra, tras cuatro años allí, lo trajeron a Málaga, donde pasó los últimos años de su vida hasta su muerte. Está enterrado en el cementerio de los ingleses y, sobre todo, descansa en la tierra que tanto amó: Andalucía. Su importante obra es inmensa. Yo destacaría Al sur de Granada y Laberinto español.

GeraldBrenan

            El Yegen que no conoció Gerald Brenan: Yegen es hoy en día un pueblo precioso, con un laberinto de calles estrechas y rincones deslumbrantes por su belleza y el colorido de las flores que adornan cualquier recoveco, terrazas y balcones, donde predominan, entre otras, la buganvilla, el geranio, los claveles y las rosas. Es un placer caminar por las calles de sus dos barrios, el alto y el bajo, un mismo pueblo, pero en el que antaño hubo sus diferencias y rivalidades. Su fisonomía guarda la arquitectura de cuando estuvo Gerald Brenan residiendo en ella. Sus calles han sido todas remozadas y adecuadas a los tiempos actuales. Dispone de una oficina de turismo, donde los muchos turistas que la visitan podrán obtener información de primera mano. Sus calles empinadas non llevarán muchas veces a divisar paisajes de una belleza exuberante e idílicos rincones. Por sus calles y plazas encontrarán elementos decorativos, como los «tinaos», construcciones emblemáticas, comunes en todas las poblaciones de la Alpujarra. En Yegen hay diversas fuentes de agua, que el caminante irá encontrando en su recorrido por este bello pueblo. Como la fuente de una de sus plazas revestida de piedra y que da una nota de colorido resaltando sobre sus casas encaladas. Las flores lo llenan todo y sirven para que el viandante se emborrache de colorido y armonía. En el recorrido por sus calles encontrarán un texto escrito sobre baldosa donde se puede leer que en Yegen se celebró en agosto del año 2006 el primer festival de música tradicional de la Alpujarra.

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            La plaza alta sirve de mirador, desde donde se ve la población y las laderas que llegan hacia el infinito, todo ello dentro de un paisaje exuberante y lleno de contrastes que llega hasta las aguas templadas del Mediterráneo. Encontrarán otra plaza que sirve de diversión a los más pequeños con columpios y elementos para su distracción. En esta plaza se encuentra una fuente imitativa de la de los leones existente en la Alhambra de Granada. Yegen tiene tantas fuentes que podría parecer que se está en Lanjarón. Como su fuente grandiosa revestida de piedra y, a su lado, una gigantesca vasija de barro, que se puede divisar desde muchos sitios.

            Yegen está incrustada en el paisaje, sus huertas florecen por doquier, andar por sus caminos y veredas es vivir todos los aromas y verdores que la naturaleza brinda con creces a esta población. El monumento más emblemático que se puede visitar es su iglesia parroquial de los siglo XVI-XVII, bajo la advocación del Dulce Nombre de Jesús. La iglesia tiene un artesonado mudéjar en su techumbre, la fachada cuenta con dos arcos de medio punto y tejadillo, el interior destaca por su sencillez y belleza. Pero lo más importante es ir descubriendo paso a paso sus bellezas escondidas, el perfume de sus flores y el olor antiguo de sus comidas. Nunca he estado en Yegen. Nunca he andado por sus estrechas y luminosas calles ni he bebido su agua pura y fresca en sus muchas fuentes. Ni he podido hablar con sus hombres nobles y tampoco he podido admirar la belleza de sus mujeres, como la de aquella muchacha que enamoró a Gerald Brenan. Nunca he estado en Yegen, aunque sí muy cerca. Quizás lo que cuento me lo haya dicho en sueño el mismo Gerald Brenan.

Marcelino Arellano Alabarces

Palma de Mallorca    

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