FLAMENCO Y TOROS (XXXI). Toreros Flamencos.

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Pero ya duerme sin fín.

Ya los musgos y la yerba

abren  con  dedos  seguros

la flor de su  calavera.

¡Oh blanco  muro  de España!

¡Oh  negro  toro  de pena!

¡Oh  sangre  dura de Ignacio!

¡Oh ruseñor  de  sus venas!. (Martinete-Debla. “Cantes  a los  poemas de Federico García  Lorca”, por Alfredo Arrebola. Philips 63/28.053. Madrid, 1970).

Los versos  del  eximio  poeta granadino, dedicados al torero Ignacio Sánchez  Mejías (1891 -1934) – cfr. “Granada Costa”. Flamenco y Toros (V) – me  servirán para dar a conocer algo que muchos andaluces ignoran: “TOREROS FLAMENCOS”  y  “FLAMENCOS TOREROS”, una especie de calambur o juego de palabras  que  nos aclararán aún  mejor la similitud entre  “Flamenco y Toros”. En este  sentido, vienen bien  las palabras del poeta malagueño José Carlos de Luna (1893 – 1964), profundo conocedor del cante y de los toros, que  nos dejó escritas: “… Porque el torero  es  del  pueblo, le acompañó  siempre esa expresión  de los sentimientos  populares que se llama cante…”;  aunque más  adelante el propio  poeta  se contradijera, al  afirmar  que “… nunca  fueron los toreros depositarios del cante flamenco”. Esta segunda  afirmación  no la pudo  demostrar, lo que nos  lleva  a exponer, con la mayor  objetividad  posible, la profunda  fusión de  esas manifestaciones artísticas que, en parte, definen a las tierras del Sur.

Hacer una extensa relación y semblanza de aquellos toreros, que “sintieron  y manifestaron” los “duendecillos” del cante, es – lo comprenderá mi benévolo lector –  difícil y casi imposible. Esta circunstancia nos obliga  ineludiblemente a ser breve en la exposición. Tampoco es, por otra parte, necesario hacer el exordio históricamente  considerado, sino que empezamos citando a un  torero que reviste unas connotaciones especiales: IGNACIO SANCHEZ  MEJIAS.

Tal fue la proximidad de este matador al flamenco, y tal su pasión  por  él, que aunque sólo se “cantiñeara”, puede situarse sin incomodidad a su persona tanto  en  el ambiente  taurino como en el complejo y enigmático mundo del cante jondo, tal como leemos en “Los Toros”, pág. 709,Tomo VII, del escritor y polígrafo español José  María de Cossío y Martínez (1892 – 1977), amigo, precisamente, de Sánchez Mejías, Joselito el Gallo, su hermano Rafael, Pepe Luís  Vázquez, Antonio Bienvenida……

Está realmente confirmado que Sánchez Mejías sentía profunda pasión por el flamenco, y que recorrió – en testimonio de José Blas Vega y Fernando Quiñones – Sevilla, Jerez, Utrera y Madrid en busca de reuniones  flamencas, y era  amigo y cliente de  cien  cantaores  y guitarristas. En  su casa de Sevilla y Madrid organizaba reuniones de cante;  en una de ellas se produjo el famoso  encuentro de la “Generación  del 27” con el cantaor Manuel Torre, como  bellamente lo  narra Rafael Alberti (1902 – 1999) en su obra  “La arboleda perdida” (1987).

Suele afirmarse también que Sánchez  Mejías era conocedor de todos los estilos  flamencos y, sobre todo, adorador del “duende”, tan prodigado por  Manuel Torre, a quien el torero sevillano – cuenta  la tradición –  “sabía  sacarle el cante”. El flamencólogo jerezano Julián Pemartín nos  refiere que Sánchez Mejías sufragó los gastos del hospital  sevillano donde murió el cantaor jerezano (1933). Sabemos también que  Pericón de Cádiz e Ignacio Espeleta cantaron  para el torero de Sevilla. Y, según cuentan Blas Vega -F. Quiñones, op.cit. pág. 710,  en el año 1926, Sánchez  Mejías se llevó a  Espeleta a  Sevilla y le hizo  participar en el agasajo con que el Aeroclub hispalense honró el vuelo transatlántico del “Plus Ultra”; más tarde gestionó y logró la actuación de Espeleta para hacer  el papel de zapatero en el  espectáculo “Las calles de Cádiz”, encabezado por La Argentinita (1895 -1945).

Sánchez Mejías fue hombre culto y escritor; a él se debió el montaje, financiación y lanzamiento del espectáculo “Las  calles de Cádiz” – no a García Lorca –, con 18 cantaores y bailaores de primer orden que recorrió España.

TRAGABUCHES.- José Mateo Balcázar Navarro – Arcos de la Frontera/Ronda,

1780 – ¿…?  – cambió su nombre por el de José Ulloa Navarro amparándose en una pragmática real de Carlos III que autorizaba a los gitanos a tomar el apellido que deseasen.  Tragabuches fue un bandolero, torero y cantaor. Era de  raza gitana y tomó el apodo de su padre, a quien le venía – cuenta la tradición – de haberse comido un  pollino,  recién  nacido, en adobo. Recomiendo la lectura del Tomo III de “Los Toros”, de J. María de Cossío, para la semblanza biográfica de este “torero -cantaor”. A los veinte años empezó a banderillear y  figuró en las cuadrillas de José y Gaspar  Romero y dos años más tarde ya les  acompañaba  como sobresaliente  desde 1800 a 1802, año en el que tomó la alternativa en la plaza de toros de Salamanca. Instalado en Ronda, pronto abandonó su carrera de matador de toros y comenzó  actuar como contrabandista junto a una bailaora conocida como  María “La Nena”, encargada de vender las mercancias del ilegal  comercio. La bella gitana, a la que amaba locamente, llegó a  serle  infiel y  ello determinó  que Tragabuches diera muerte a su amante y a ella la arrojara por una ventana, falleciendo en el acto. Por este doble delito fue condenado a la horca, mas la sentencia no llegaría a  ejecutarse al desaparecer el condenado. Tragabuches huyó a la serranía y formó parte de la tristemente célebre cuadrilla de bandoleros conocida por  “Los siete Niños  de Écija”. Parte de sus componentes fueron capturados y ahorcados y, diezmada  la cuadrilla de malhechores, se disolvió hacia 1819, desapareciendo José Ulloa, sin que se volviera a saber de él, como hemos  leído  en “Tauromaquia”, Vol. 2, pág. 1488 (Madrid, 1991), de Marceliano Ortiz Blasco.

A este torero-cantaor se le atribuye la siguiente copla:

“UNA MUJER FUE LA CAUSA

DE MI PERDICIÓN  PRIMERA;

NO HAY NINGUN  MAL DE LOS HOMBRES

QUE DE MUJERES NO VENGA ( Martinete / Debla / Carcelera).

 

Alfredo Arrebola, Profesor –  Cantaor

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