El viaje hacia la verdad – 1ª Parte

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Este relato está basado en una historia real. Hace ya algunos años conocí a un joven al que todos veían como alguien raro. En realidad, su rareza era tan solo la diferencia que te otorga, el conocer una gran verdad, una que él descubrió después de ser sacudido con fuerza por la vida. Era un joven al que tristemente conoció todo el mundo, al formar parte de una noticia a la que se le dio eco, hace ya algunos años, en la prensa y televisión. La noticia conmovió a la opinión pública, su madre fue asesinada brutalmente. Le tocó vivir siendo muy joven el lado más oscuro del ser humano. Los argumentos de gelatina con los que le construimos el mundo a nuestros hijos, no le bastaron para encontrar una respuesta a tal atrocidad. De modo que algunos meses después, un buen día se levantó de su abatimiento, cogió una vieja mochila y sin saber a dónde, cogió el primer tren, y después de ese otros, dio la vuelta al mundo. Trabajó aquí y allá para costearse los viajes en busca de una respuesta, como se hacía antes, cuando la sabiduría solo se hallaba si eras el dueño de un billete de viaje o un buen libro.

Pero no encontró esa verdad en un lugar concreto, sino que fue encontrando pedacitos de esta en todo lugar al que visitaba, teniendo cada vez una imagen más completa a través de aquel puzle de culturas. Después de años, a la vuelta de sus viajes, en una cafetería me contó el mosaico de la verdad que descubrió.

En la India un hombre muy marrón, según me contó, llevaba pintada parte de la cara de colores intensos que provenían de especias autóctonas. Después de pedirle al maestro alguna enseñanza. Este le contó el primer pedacito de verdad, paradójicamente se trataba de una gran mentira, o más bien desenmascarar una gran mentira.

–Yo te daré una enseñanza a cambio de un trabajo. –Dijo el anciano–. Necesito agua del río para beber durante toda la semana. Después de siete días te daré tu enseñanza.

El río estaba a algunos kilómetros, era el único con aguas cristalinas para beber, de modo que pensó en llenar una gran garrafa para que le llegase hasta el final de la semana.

Cuando pasaron los días volvió para ver al maestro.

–Hola maestro, he venido para recibir mi enseñanza.

–De acuerdo, pero antes acércame un vaso de agua para mí y otro para ti.

Cuando el joven fue a verter agua de la garrafa, se encontró que el agua se había podrido. Ahora era agua estancada sometida al fuerte calor durante días, beber esa agua podría enfermarlos.

Valerii Yanchenko en Pixabay

–¿Qué ha pasado? –preguntó mi joven amigo.

–El agua del río es pura, no tiene nada que impida la reproducción de bacterias como en el mundo del que vienes. Debiste traer el agua justa para ese día y el resto dejarla correr libre, así cada día debiste hacer el viaje para traer agua. Ahora yo te daré tu enseñanza. Una gran parte de la humanidad, sobre todo en el mundo moderno, sigue viviendo entre grandes mentiras. Una de ellas le ha traído mucho sufrimiento y aunque no lo creas, se trata de creer que el dolor emocional es algo malo, que se ha de evitar a toda costa.

–Pero, ¿quién desearía sentir dolor? –dijo mi amigo.

–Eso mismo pregunto yo, ¿por qué gran parte de la humanidad insiste en seguir sintiendo sufrimiento, en muchas ocasiones hasta enfermar? El dolor es como el agua, es pura, no puede enfermarte, siempre y cuando tengas la justa y el resto la dejes correr. Si retienes más de la necesaria, la estancas en ti, así terminará por pudrirse y enfermarte, dejará de ser dolor para convertirse en sufrimiento innecesario, enquistándolo pegajosamente sin que pueda marchar, es entonces cuando creemos que el dolor emocional es malo, cuando en realidad la culpa la tuvimos nosotros. Cada día debes emprender de nuevo el viaje y recoger agua nueva, no puedes quedarte en casa viendo cómo se corrompe para convertirse en sufrimiento. El dolor es como un hijo, si lo abrazas, lo aceptas tal como es, lo entiendes, y llegado el momento lo dejas ir, tendrá bastantes posibilidades de vivir grandes momentos de felicidad. Pero si lo abrazas y no lo sueltas, lo aprisionas y te aferras, se volverá contra ti y sufrirás. El dolor necesario equilibra todas tus otras emociones, te hace mostrar compasión, te muestra cuánto amas a los tuyos, te enseña los límites, te hace crecer y amar con más verdad. Existe dolor en todo ciclo de la vida. La primera vez cuando abandonamos el cobijo que nos dio el vientre de nuestra madre, sentimos la mayor de las heridas, aunque ahora no la recordemos. Más tarde cuando le cogimos el truco a esto de la vida en el exterior, siendo niños, es cuando nos toca una nueva mudanza, ir hacia la adolescencia, una de las etapas más bellas y más dolorosas. Sin embargo, cuando creemos que controlamos, nos sentimos poderosos, capaces de cualquier cosa, tenemos que abandonar el único mundo donde se justifica la sana rebeldía de la vida, porque si la vida no hubiese sido rebelde nos hubiésemos extinguido hace mucho. Y entonces llegamos a la etapa más ciega de todas, ser adulto, cuando creemos que ya lo hemos vivido todo, que lo sabemos todo, que ya estamos de vuelta de todo, pero en realidad es cuando más estancamos agua podrida, cuando más retenemos el dolor creyendo que es sabiduría, y entonces, llega la vejez para bajarnos los humos y a pesar de las cataratas en los ojos, por primera vez vemos con claridad que, en realidad no sabemos nada y entonces volvemos al inicio, nos hacemos niños, que solo queremos cariño, reír, estar con los nuestros, todo ese dolor en la vida finalmente nos enseña qué es de verdad y qué es mentira, nos enseña a sentir el justo dolor de ese día, el justo para saber qué nos importa realmente.

 Ese día mi joven amigo empezó a entender un lado importante de la verdad, pero el viaje solo había empezado.

–El dolor está mal atado a otras emociones, que también sufren el maltrato humano a través de mentiras –dijo el anciano al despedirse–, mantente alerta en tu camino, vas a descubrir al menos dos de estas emociones, que harán que veas la completa verdad en su conjunto.

Así se despidió mi joven amigo y continuó su viaje. Según me contó. Nos pedimos otro café y siguió narrando su historia…

Continuará…

Manuel Salcedo.

Fotografía de Valerii Yanchenko

Playa San Cristobal

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