El Problema de Dios en Jean Paul Sartre (1905 –1980)

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No necesita la verdad de huera  apologética, ya que por sí misma se defiende. Para mí, sólo existe una verdad: CRISTO, tal como leemos en el evangelio de Juan 14, 6:

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. A mi mente acuden, ineludiblemente, las palabras de aquel “Gran hombre” de la Edad Media llamado Bernardo de Claraval (1090 – 1153), quien, además, fue declarado “Doctor de la Iglesia” en 1830: “El desconocimiento propio genera soberbia, pero el desconocimiento de Dios genera desesperación”.

 Pongo aquí estas palabras porque, desde hace muchos años, he  intentado conocer  a un personaje de fama universal: Jean-Paul Sartre, el principal representante del existencialismo francés, o por lo menos de una de las más influyentes direcciones del  mismo. A su formación y desarrollo ha contribuido Sartre no solamente por medio de obras de carácter filosófico, sino también por medio de ensayos, novelas, narraciones

y  obras teatrales. A vuelapluma, diré que la palabra “existencialismo”, tomada en un  sentido lato, abarca todas las corrientes filosóficas en las que el hombre desempeña un papel decisivo como existencia. Desde Kierkegaard (1813 -1855) en adelante, el hombre es definido  como “existencia”, porque no “es” únicamente, como los demás seres infrahumanos, sino que “ex-sistere” al ponerse a sí mismo por medio de su libertad o al autodeterminarse a aquello que él es en última instancia. El existencialismo se presenta en varias direcciones bastante diferentes entre sí y que se mueven entre los extremos de una filosofía expresamente “teista” y otra taxativamente “atea”. Fue precisamente Jean-Paul Sartre el primer filósofo en adoptar el  término para describir su propia filosofía. Para una fácil comprensión  del término, diríamos que la vida real de la persona es lo que constituye lo que podría  llamarse su “verdadera esencia” en lugar de estar allí atribuído a una esencia arbitraria que otros utilicen para definirla. Sartre se cuenta “expresamente” entre los existencialistas ateos.

El existencialismo representado por él es un existencialismo ateo, cfr. “El existencialismo es un humanismo”, pág. pág. 21. Es decir, que entre este existencialismo y el ateismo hay una “relación de mutuo condicionamiento”: el existencialismo es consecuencia del ateísmo y también, en virtud de sus características, un camino hacia el ateismo, como afirma el Profesor Johannes-Baptist Lotz en “ El Ateismo Contemporáneo” Vol. II, pág. 294. He leído, por supuesto, las obras fundamentales de Sartre para conocer su existencialismo ateo:“El existencialismo es un humanismo” (1943), “El ser  y  la nada” (1946) y su famosa novela “La náusea” (1938), aparte de algunos comentarios a su obra filosófica, literaria y teatral.

     Según el pensador francés, al no existir Dios para crear los valores e imponerlos al hombre, es el mismo hombre el quien los crea; recíprocamente, si nuestra libertad es lo único que da sentido y valor a las cosas, es inútil  creer en  un Dios trascendente.

En este sentido afirma Sartre que nada cambiaría con respecto al hombre en el caso en  que Dios existiese, es decir,  si pudiese aducirse una prueba válida de la existencia de Dios, ya que nada eximiría  al hombre del “hacerse” mediante   la propia libertad.

   Sartre califica de “mala fe” la tendencia de los creyentes a acudir a razones, a signos, a una experiencia, sin tener en cuenta que todo esto sólo tiene valor a nuestros ojos en virtud de una opción nuestra, de una alternativa existencial absolutamente  libre. Y así en “El ser y la nada”, pág. 72  podemos leer: “La esencia del  ser humano se  encuentra en suspensión en su libertad”.

No obstante, el propio Sartre recurre a varias razones para excluir la existencia de Dios creador: una dice que la creación es imposible porque supondría que lo creado sufre la acción  de Dios, antes incluso de existir, lo que obviamente es contradictorio (ibidem,36). O sea, que al ser Dios – al menos antes de que el mundo exista – pura subjetividad, no habría podido concebir un mundo objetivo, y mucho menos quererlo y crearlo (ibidem, 46). Y si el mundo no ha sido creado por Dios, no es posible remontarse a Dios a partir del mundo. Sartre critica además la idea de creación continua, porque, en su opinión, afirmar que la criatura es en sí misma nada, elimina la consistencia propia del mundo y las trascendencia de Dios, como leemos en el “Diccionario Teológico Interdisciplinar” Vol. I-II, pág. 505.

Me ha llamado la atención que Sartre, aun siendo de algún modo heredero de la “razón” cartesiana, rechace el argumento  de Descartes (1596 -1650) para la prueba de la existencia de Dios, como critica también el argumento ontológico de Leibniz (1646 -1716) y el de la contingencia. No obstante, el rechazo de Dios, en cuanto a opción existencial, no es más que un aspecto de su alternativa hacia “una libertad absoluta que inventa la razón y el bien, y que no tiene más límites que ella  misma” (Situations I, pag. 333.Paris, 1947). Por consiguiente, nada pueden los dioses contra un  hombre en cuya alma ha estallado la libertad. El hombre debe asumir por sí solo la responsabilidad de sus propios actos, en soledad absoluta y con la perspectiva   del fracaso total.

 Sin embargo, el existencialista teista -cristiano – se dirige a Cristo, y le dice: Tú eres el único Maestro que no defraudas, quiero ser discípulo tuyo: seguirte como Verdad plena, Camino seguro y Vida de mi vida.¡Qué acierto el de san Agustín (354 -430) cuando dejó a los falsos maestros y te eligió como única Verdad, el único Amor, aunque dijera: “Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé” (Confesiones). El hombre no se encuentra perdido en un abandono sin límites, como pregona Sartre. Dios, en efecto, por ser la plenitud absoluta del ser, sostiene la existencia del hombre, la cual se funda asimismo en el orden esencial que procede  de  Dios y  que es la base del orden de valores que de aquél se deriva. Con esto se ponen los “fundamentos de una ética” que no violenta al hombre, sino que le muestra el  camino para llegar a realizar lo que él es realmente en su dimensión  más profunda. Al mismo tiempo se da un “sentido” a la vida del hombre: la unión  con Dios y la participación en su infinita riqueza. Por tanto – es mi jucio lógico – la lucha por la plenitud del ser, de que Sartre habla, no es una pasión inútil, sino un esfuerzo plenamente logrado, porque la meta a la que se tiende es asequible e incluso se alcanza de hecho con una conducta apropiada.  El hombre no es “un ser para la  muerte (Heidegger), sino que ha nacido “para cosas mayores” (san Agustín).

Alfredo  Arrebola, Doctor  en  Filosofía y Letras

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