EL MALTRATO Y EL ABUSO SEXUAL, FACTORES DE RIESGO PARA EL SUICIDIO INFANTILY ADOLESCENTE

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El suicidio continua siendo un tema tabú en nuestra sociedad. Hay falsos mitos en relación al tema del suicidio, tales como: no hay que hablar de suicidio, porque hacerlo es dar ideas de hacerlo, o incrementa las posibilidades de contagio y que haya más personas que quieran suicidarse; o bien se piensa que quien lo dice no lo hace.  Tal vez por estos falsos mitos no se suele hablar mucho de este tema en los medios de comunicación, a no ser para informar del suicidio de algún famoso. Plantón, a pesar de ser totalmente  contrario al suicidio, consideraba que podían darse tres excepciones que lo hacían legitimo: cuando la ley obliga (como en el caso de Sócrates), por enfermedades dolorosas e incurables o por existir una desgracia insoportable. De estas tres excepciones, las dos últimas, hoy en día son aceptadas mayoritariamente como una justificación de la decisión de una persona a suicidarse.

Al superviviente le cuesta mucho entender por qué esa persona a la que quería ha tomado esa decisión y por qué él no había sido capaz de detectarlo a tiempo y evitarlo. Y si es un menor el que ha llevado a cabo un suicidio la culpa de los padres suele ser no elaborable. Sin olvidar del impacto emocional que este suicidio ocasiona en el grupo de iguales.

Hoy hablaremos de los suicidios en la infancia y la adolescencia. La idea de la muerte es un concepto que evoluciona a lo largo de la vida. Los niños pequeños tienen un concepto de muerte relacionado con estar o no estar, con actividad o pasividad, pero aun no tienen el concepto de la pérdida definitiva de la persona que ha muerto. En la adolescencia se producen toda una serie de cambios tanto a nivel hormonal, fisiológico y biológico, como a nivel de organización del pensamiento y psicosexual. Se empieza a comprender la finalidad de la vida y la posibilidad de perder a los padres. Paulatinamente se incorpora el concepto de muerte como lo tenemos los adultos: morir es igual a desaparecer para siempre. Aunque realmente se muere cuando se olvida, un suicidio es muy difícil de ser olvidado  por la fractura emocional, como hemos dicho,  que se da en los supervivientes.

Es sumamente raro que un niño pequeño quiera suicidarse, aunque se dan casos, aunque en un numero pequeño. Normalmente son intentos desesperados de llamar la atención por estar inmersos en graves problemas de maltrato y desesperanza en poder sentirse escuchado y amado. Especialmente si hablamos de menores que han padecido abusos sexuales, el riesgo es muy alto. El abuso sexual infantil implica un rompimiento físico,  psíquico y emocional muy importante. Debemos recordar que los agresores sexuales, en un 95%  son familia o conocidos. Personas con las que el menor mantiene una gran relación afectiva y de confianza. Por ello es tan grave la ruptura psicoemocionales que sufre este menor, con el alto riesgo de desarrollar ideación autolítica (pensar en suicidarse) y suicidios consumados, especialmente en la etapa adolescente. Y ello es debido a que la adolescencia es la etapa de organización psicosexual donde se reidentifican los traumas sexuales vividos en la infancia.

En la adolescencia puede ser normal que, ocasionalmente, aparezcan ideas de querer morirse, derivado de un sentimiento de malestar por la situación que se está viviendo o por la incomprensión que se pueda sentir por parte de sus padres o de sus iguales. Esto podría considerase como un proceso normal del desarrollo de la adolescencia. Se puede suponer que es como un intento de entender los problemas existenciales cuando se intenta comprender el sentido de la vida y la muerte. No obstante, hay diferentes factores de riesgo. Tales como: la muerte de un ser querido; el que en la escuela u otro grupo de compañeros se haya producido un suicidio, como intento o consumado; el fracaso de una relación amorosa; un cambio del entorno familiar habitual (escuela, vecindario) o alejamiento de los amigo; ser humillado por familiares o amigos; fracasar en la escuela; problemas con la ley; sufrir bullying, especialmente en los casos de adolescentes LGBT o ser víctima de malos tratos y/o abusos sexual. El haber padecido abuso sexual es el factor de más alto riesgo. El abuso sexual se pudo dar en la infancia y quedar “olvidado”, pero al llegar a la adolescencia, como decíamos,  se resignifica  y es cuando se dispara el riesgo de que el adolescente intente, y algunas veces lo consiga, suicidarse. Por ello, cuando un adolescente muestre una clara ideación autolítica, se debe investigar si ha padecido algún tipo de abusos sexual en la infancia. Tampoco podemos olvidar el factor bullying como desencadenante de conductas de riesgo o de suicidios consumados. El acoso puede darse de forma física, pero normalmente viene ligado a las redes sociales. Es fundamental que tanto la escuela como la familia controlen las redes en las que se encuentran los menores y estar a alerta a cualquier situación que pueda hacer sospechar que ese menor está  soportando algún tipo de acoso  o abuso en las redes sociales.

Los adolescente dan señales físicas y emocionales  que pueden hacernos  pensar de que realmente la idea de suicidio es de riesgo, que la pueden llevar a la práctica. Si hablamos de señales físicas, son significativas cuando observamos cambios bruscos en:  el humor, el carácter o  los hábitos sin una causa clara. Y especialmente si vienen unidas a:  conductas de aislamiento porque tiende a no relacionarse con sus iguales y encerrarse en sí mismo; presenta  problemas en el sueño y en el hambre (o no come o come desaforadamente); o descuida su aspecto físico. En relación a los aspectos emocionales, es  necesario estar atentos cuando expresan ideas de que: nadie les quiere, la vida es solamente padecimiento y no hay solución para los problemas; o se le ve solo y sin amigos; escribe frases en las redes sociales o lanza mensajes extraños o no usuales de despedida, etc..

Hay unas conducta de riesgo que nos tienen que poner alertas, tales como: autolesiones (el dolor físico como forma de calmar un dolor psicológico insoportables); cuando estas autolesiones ponen en serio riesgo la vida; ideación autolitica (fantasear en diferentes forma con las que dar por terminada la vida); cuando se pasa al acto con conductas donde realmente se pone en riesgo la vida (ingesta de pastillas, situaciones de riesgo de defenestración o accidente de tráfico); cuando nos encontramos con el suicidio consumado.

Cuando se detectan estos riesgos, la pregunta suele ser: ¿Cómo aproximarse a este adolescente de riesgo?. No es fácil hablar y mucho menos preguntar sobre el suicidio, por ello es recomendable que nuestra aproximación sea de forma gradual. Y nunca preguntar directamente, porque de bien seguro la respuesta es: “no me pasa nada”, cerrando la posibilidad de abordar el problema. Lo mejor son preguntas abiertas del tipo: “últimamente he visto que estas más triste. No sé a qué se debe, pero me preocupa. Quiero que sepas que yo estoy aquí, en disposición de escucharte cuando tu lo consideres.”

 

Los problemas derivados de la COVID han disparado los problemas de salud mental en la infancia y adolescencia, y entre ellos los intentos de suicidio. Por ello es muy importante tomar conciencia de los factores de riesgo y de desarrollar espacios de buen trato tanto en el ámbito familiar como en el escolar. Hablar del suicidio es una forma de empezar a hacer prevención del mismo. Dar información y estar dispuestos a escuchar. Dar un espacio de confianza para que ese menor sienta que no está solo y que estamos dispuestos a tenderle la mano para una nueva salida a su padecimiento.

 

Dra. Carme Tello Casany

Psicóloga clínica

Presidenta Associació Catalana per la Infància Maltractada ACIM

Presidenta de la Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato Infantil FAPMI

 

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