EL FUTURO AGRÍCOLA QUE NOS ESPERA

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Malas nubes nos han venido visitando desde el invierno pasado, incapaces de traer agua a las zonas más necesitadas de la península, cuyas tierras sedientas amenazan con abortar las cosechas presentes y futuras.  Y el problema se hace general, porque hasta los chirimiris tan benefactores de los privilegiados pueblos de la costa cantábrica empiezan a escasear,  y el lamento de aquellos agricultores afectados empieza a escucharse  también por todos los rincones,  denunciando la sequía que ahora les viene afectando de manera alarmante; acostumbrados como estaban a las benefactoras lluvias de  tiempos pasados y soportando últimamente  las bruscas riadas que aparecen imparables y arrasan a pueblos y ciudades anegando cosechas históricas.

   La poderosa agricultura española, convertida en los últimos años de bonanza en la despensa  europea, cuyo sector ha venido soportando fuertes inversiones en infraestructuras modernas para la recolección de sus frutos y dotándolas de un  envasado exquisito perfectamente calibrado, en su punto de coloración y  maduración, con una envidiable calidad para  situarlos en los exigentes  mercados europeos, y compitiendo  con la agricultura local, para alcanzar precios similares o superiores  a los que venían obteniendo los productores franceses, holandeses y europeos en general por su delicada y cuidada  agricultura.

   Nuestro sol y adecuados microclimas para cada especie, así como la formación de tantos jóvenes agricultores aconsejados por técnicos cualificados hicieron el milagro.

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   Pero ha llegado y tal vez para quedarse el manido “cambio climático” y con ello, según se dice injustificadamente, la escasez de lluvias. Y me permito decir “injustificadamente” porque la “pertinaz sequía” en España, fue una apostilla predicada por Franco cuando llegaba el verano, y fue la razón por la que las autoridades políticas de la época se decidieron a construir pantanos y apoyarlos con trasvases de las abundantes aguas de nuestros numerosos y cuidados ríos de entonces. Aquellas infraestructuras que han venido alimentando durante más de cincuenta años los espectaculares cultivos tropicales al aire libre y los numerosos invernaderos que se han establecido en toda la costa mediterránea, dotando al país de una rica y moderna agricultura. Y así hasta hoy, con las sequías de siempre, pero con una exigencia agrícola que ha superado todas las previsiones.

   ¡Que los debas que brujulean por la naturaleza nos traigan el agua!, decían los pueblos primitivos de lejanos países, recurriendo a unos desconocidos seres extraños que se ocupaban desde no se sabe dónde, de apoyar la agricultura…

   Mucho más practico me parece, recurrir al Creador del universo que nos regaló el planeta Tierra, dotándolo de los elementos precisos para que, humanos, animales y plantas disfrutaran de cuantos alimentos precisaban para la supervivencia. Y con la esperanza de que ese Creador proveerá y llegarán las lluvias en la cercana primavera, me atengo al refrán en desuso que decía: “A Dios rogando y con el mazo dando” …

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   Lo más lamentable, es que la sequía no  viene sola para el agricultor aún siendo fundamental: viene acompañada de otros elementos no menos importantes y que manejan los políticos que gobiernan el planeta, como son los precios de tantos ingredientes que precisan los cultivos, como la electricidad (ha triplicado su recibo en el último año), los fertilizantes (algunos de ellos doblando su precio), el gasóleo (que de ser un producto económico, ha incrementado su precio y compite con la gasolina), la subida de los tractores y demás aperos agrícolas, así como los seguros y la investigación en nuevas variedades. Y ello, junto a unos impuestos insoportables por todas las esquinas de la actividad agrícola y una más exigente mano de obra no siempre disponible, para un trabajo duro que debe soportar casi siempre elementos adversos de frio, calor y esfuerzo aplicable que puede afectar a la salud de quien lo trabaja.

   Y se venía hablando de convertir las jornadas en 35 horas, pero recientemente decidieron los que se ocupan del caso, de mejorar los jornales mínimos subiéndolos alrededor del 30%…

  Qué cómodo debe resultar a los políticos subir el jornal a unos empleados que no son suyos, y a los que ellos tampoco tienen que pagarlos… Pero ¿en qué país estamos donde una tienda de barrio con escasa venta y dos trabajadores tenga que decidir el sueldo de sus empleados un ministro que desconoce las posibilidades de ese precario negocio? ¿Es que no tienen bastante con cargarle unos impuestos que vendrán grandes también al modesto empresario y al afanado autónomo?

   Situación que vienen analizando tantos jóvenes agricultores y que prefieren buscar otros caminos profesionales, dejando a sus padres, ya mayores, que abandonen o vendan sus tierras de las que vivió toda su familia actual y también sus antecesores. Si los políticos y gobernantes no se ponen las pilas y cumplen con su obligación ayudando al agricultor, seguirán creciendo las “regiones vaciadas…”

Julián Díaz Robledo

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