EL EBRO, LA CONTIENDA MÁS LARGA DE NUESTRA GUERRA (4ª Parte)

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Su planteamiento no es entendido por toda su cúpula militar, aunque siempre contará con un aliado incondicional en la ciudadanía, gracias al apoyo y la propaganda que realizan incondicionalmente los falangistas y carlistas que forman “El nuevo movimiento”.

Ante el inicio que será la campaña de Levante, con Valencia siempre como objetivo lejano pero primordial, el gobierno republicano, una vez más, pone todas sus esperanzas defensivas en el Jefe del Estado Mayor Central, el General Vicente Rojo Lluch. El General Rojo, principal cerebro y estratega de las tropas gubernamentales desde que siendo Comandante tomara la iniciativa en la defensa de Madrid en noviembre de 1936, en esta ocasión acepta el reto con un interés especial. Se trata de defender su casa – él era Valenciano-.

Su mentalidad no podía asimilar que las tropas nacionales conquistaran esas tierras, sin al menos poner todos los medios a su alcance para intentar impedirlo.

Para ello utilizará todas las tropas con las que pueda contar en aquel frente y volverá a poner en práctica su táctica tantas veces usada en los meses anteriores, de crear acciones ofensivas sorpresivas lejos del frente atacado, para atraer hacia él la mirada de Franco.

En su libro España heroica, Rojo cuenta la intensa labor que hubo de realizarse dentro del Ejército Republicano tras el desgaste que habían supuesto las batallas de Aragón y el Maestrazgo.

Es una labor que se llevará a cabo de forma lenta, principalmente a través de los comisarios políticos y su esfuerzo para realzar la moral de los combatientes. “Se ha sometido a todas las unidades a una labor de instrucción y de educación moral intensísima.

El Ejército Rojo del Ebro.

Para llevar a cabo todas sus operaciones militares diversivas, prepara a conciencia a sus mejores divisiones y crea un ejército de maniobras que había tomado la iniciativa en las batallas de Brunete, Belchite y Teruel principalmente.

En todas estas batallas consigue sorprender al enemigo en el inicio de la ofensiva, pero siempre termina cediendo por la mayor disciplina del Ejército Franquista y sobre todo por su mayor poderío aéreo. Estudiando todos estos antecedentes, especialmente los errores cometidos dentro de sus filas en esas batallas, en los últimos días de abril de 1938, con el apoyo de su junta de Estado Mayor, realiza una nueva reorganización de sus fuerzas.

Uniendo a sus mejores divisiones, las más experimentadas y preparadas, crea la Agrupación Autónoma del Ebro.

Aunque se iba a englobar dentro del GERO,(Grupo de ejércitos de la región oriental), al mando del General Hernández Saravia, desde su arranque va a quedar claro que actuará con total independencia, avalada por el propio Gobierno de la Republica, a petición de Rojo.

El Ejército del Ebro fue en realidad un Ejército Rojo, a imagen y semejanza del soviético; comunista por los cuatro costados, especialmente en sus mandos y comisarios políticos.

Si en algún momento de la Guerra Civil Española tuvo más sentido el término despectivo rojo hacia los republicanos, sería este. El General Vicente Rojo conoce muy bien las posibilidades de cada unidad dentro de su ejército. A esas alturas de la contienda española, ha llegado a la conclusión de que las tropas más disciplinadas, leales y preparadas tácticamente son las que en sus orígenes habían sido creadas y dirigidas alrededor del Partido Comunista. Y una vez que pasaron a integrarse en septiembre de 1936 en el nuevo ejército popular de la república, sus mandos eran los que más se habían destacado en primera línea de fuego desde la defensa de Madrid hasta aquellos días.

Por ello, no es de extrañar que los tres hombres sobre los que vertebrará su nueva unidad del Ebro, sean tres jóvenes milicianos

que en sólo dos años han pasado de ser obreros comunistas anónimos que se integraron en el quinto regimiento el día del alzamiento a ser altos mandos militares; Juan Modesto Gilloto, Enrique Lister y Manuel Tagüeña Lacorte.

El mando absoluto del nuevo ejército del Ebro es encargado al Teniente Coronel Modesto, el único miliciano que al terminar la guerra llegará a alcanzar el grado de General, precisamente por los méritos obtenidos en la ofensiva de julio de 1938.

Durante el avance nacional en Aragón había resistido al mando del quinto cuerpo de ejército. Cuando Rojo le comunica su nuevo cometido, le informa de que va a poner a su mando un grupo humano cercano a los cien mil hombres.

Integrarán la nueva Agrupación Autónoma del Ebro, el quinto cuerpo de Ejército, cuyo nuevo jefe sería Lister, el 15º Cuerpo, bajo la dirección de Tagüeña y el 12º, a cargo de Etelvino Vega.

A partir de ese momento va a ser la unidad de elite del Ejército Republicano, que además contará con los mejores Comisarios Políticos en sus compañías para adoctrinar una vez más a sus tropas a imagen y semejanza del Ejército Rojo Soviético.

La idea del mando republicano es tener a estas tropas en la reserva, en Cataluña, alejadas del frente de Levante, para que estén preparadas y en alerta para que en cualquier momento entrar en acción de forma sorpresiva a través de cualquier punto del norte o el este. Vicente Rojo ya había utilizado en otras ocasiones a fuerzas alejadas de los principales focos en combate para ayudar a sus tropas en situaciones desesperadas.

De esta forma, cuando el avance de las tropas nacionales en el frente norte estaba a punto de acabar con la resistencia de los gubernamentales, intentó crear nuevos focos bélicos a cientos de kilómetros, como por ejemplo en Brunete o más tarde en Belchite para obligar a Franco a reforzar a sus tropas sorprendidas.

Gracias a ello conseguía aliviar durante semanas, meses en algunos casos, a las fatigadas y aisladas unidades Cantábricas.

Del mismo modo había conseguido detener el avance que Franco pensaba llevar a cabo sobre Madrid a través de Guadalajara a finales de 1937 con el ataque que el ejército de maniobra lanzó sobre Teruel.

Alejar al Caudillo como sea.

Para detener el avance que las tropas nacionales han emprendido hacía Valencia, la solución más factible es intentar alejar a las fuerzas atacantes, pues el choque frontal y de desgaste a largo plazo sería siempre favorable a los hombres de Franco, o así había sido siempre hasta entonces.

Para ello, Rojo a de crear en algún punto alejado alguna ofensiva que atraiga hacia allí la atención franquista y de un respiro a sus tropas en el Mediterráneo. Además, como desde el 17 de marzo Francia había abierto su frontera, se había podido rearmar a las tropas del Ebro de una forma incluso inesperada.

En los últimos días de la batalla de Teruel y en la defensa de Lérida, muchas de las unidades tuvieron que retirarse por problemas de desabastecimiento de munición.

Rojo escribiría que en aquellos meses el Comité de No Intervención pesaba como una losa sobre ellos, creando una sensación en la república de aislamiento e impotencia ante los informes que llegaban de los desembarcos de armamentos de todo tipo que el enemigo recibía a través de los puertos del Cantábrico.

La apertura de la frontera pirenaica resultó casi milagrosa para el bando republicano, permitiéndole tomar un respiro, aunque fue algo efímero puesto que sería de nuevo cerrada el 13 de junio.

Además, como en esos días, Cataluña ya estaba aislada del resto del territorio republicano, casi todas las armas recibidas fueron destinadas a las tropas que allí tenían su base.

Evidentemente, quien más se benefició fue la Agrupación Autónoma del Ebro, que a finales de mayo fue definitivamente rebautizada como Ejército del Ebro.

Del mismo modo había conseguido detener el avance que Franco pensaba llevar a cabo sobre Madrid a través de Guadalajara a finales de 1937 con el ataque que el ejército de maniobra lanzó sobre Teruel.

Alejar al Caudillo como sea.

Para detener el avance que las tropas nacionales han emprendido hacía Valencia, la solución más factible es intentar alejar a las fuerzas atacantes, pues el choque frontal y de desgaste a largo plazo sería siempre favorable a los hombres de Franco, o así había sido siempre hasta entonces.

Para ello, Rojo a de crear en algún punto alejado alguna ofensiva que atraiga hacia allí la atención franquista y de un respiro a sus tropas en el Mediterráneo. Además, como desde el 17 de marzo Francia había abierto su frontera, se había podido rearmar a las tropas del Ebro de una forma incluso inesperada.

En los últimos días de la batalla de Teruel y en la defensa de Lérida, muchas de las unidades tuvieron que retirarse por problemas de desabastecimiento de munición.

Rojo escribiría que en aquellos meses el Comité de No Intervención pesaba como una losa sobre ellos, creando una sensación en la república de aislamiento e impotencia ante los informes que llegaban de los desembarcos de armamentos de todo tipo que el enemigo recibía a través de los puertos del Cantábrico.

La apertura de la frontera pirenaica resultó casi milagrosa para el bando republicano, permitiéndole tomar un respiro, aunque fue algo efímero puesto que sería de nuevo cerrada el 13 de junio.

Además, como en esos días, Cataluña ya estaba aislada del resto del territorio republicano, casi todas las armas recibidas fueron destinadas a las tropas que allí tenían su base.

Evidentemente, quien más se benefició fue la Agrupación Autónoma del Ebro, que a finales de mayo fue definitivamente rebautizada como Ejército del Ebro.

 

Gonzalo Lozano Curado

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