El cuento de la soledad

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–¿Cómo está mi princesa? –Le dijo papá al acostarla.

–Desde que trabajas en ese nuevo edificio hace mucho que no me cuentas un cuento, –le dijo Anita, una niña muy inteligente que solo tenía ocho años.

Ana echaba de menos conciliar el sueño con una de las historias que su padre le contaba antes al dormir. Princesas, bellos corceles, tristes brujas, magos, duendes y hadas. Esa noche papá estaba distinto y le contaría otra clase de cuento.

–Érase una vez una princesa diferente, –comenzó su papá– no tenía un palacio, vivía en una modesta casita que sus padres luchaban por mantener, trabajando en el campo y limpiando las grandes casas de otros, pero ella era feliz. Esta princesa ni siquiera pudo ir al colegio. A veces se acostó sin tener nada que comer, pero cada noche su papá le recordaba que ella era una princesa y que aquellas carcomidas sillas eran sus corceles, reían sin parar, sentía que su familia era su felicidad sin importar lo que el mundo les arrojara a la cara. Sin importar lo que unas tristes brujas o villanos pudieran hacerles.

<<Temprano la vida le enseñó que ningún buen cuento carece de una de esas tristes brujas. Esta se llamaba guerra. Un día su papá dejó de llamarla princesa, la guerra se lo llevó y no se lo devolvió. La princesa lloró, pero nunca olvidó que su familia siempre seria su fortaleza, así que creció trabajando duro, cuidando de sus hermanos y su madre. Ella atesoraba aquellos momentos como polvo de hadas que mantenían su pensamiento alegre. Pero no tardó en llegar otra triste bruja que se llamaba enfermedad, esta se llevó a su madre y a una de sus hermanitas. Aun así, luchó duro por sus hermanos, siguió haciéndoles reír recordando a los que se fueron, siendo feliz porque tenía una familia. Creció hasta hacerse una mujer y conoció a un buen hombre, al que convirtió en su esposo y así hizo que su familia aumentara. La princesa llegó a ser muy feliz con su familia numerosa en hijos y sobrinos que a su vez crecieron y le hicieron más feliz aún al traerle nietos. Pero un día todo comenzó a cambiar, algo estaba pasando en su reino, una nueva triste bruja llamada soledad conjuró algo extraño y comenzó a cambiar el significado de las cosas. Los bosques se convirtieron en páramos áridos, donde se erigieron ciudades modernas muy compartimentadas, con mágicas distracciones que terminaron por romper lo único que la hacía feliz, la familia. Aquellas cosas tan sencillas que le hacían feliz como el estar juntos cara a cara, comenzó a cambiar y un día se convirtió en una ancianita viuda, a la que la soledad la había vencido, terminando por arrebatarle esa felicidad que siempre tuvo y colorín colorado este cuento se ha acabado.>>

Sabine van Erp

–Ese cuento no me ha gustado –dijo Anita.

–Lo siento, en realidad este cuento lo he contado para mí. Hoy después de mucho tiempo fui a visitar a la abuelita. La he visto muy apagada, estaba muy triste. He sentido como algo se rompía en mi corazón.

–¿La princesa de ese cuento es mi abuelita verdad?

–Si cariño, siempre fue feliz a pesar de todas las cosas a las que se enfrentó en la vida, porque su felicidad siempre fue su familia.

–¿Es esa brujita que se llama soledad verdad? Estamos bajo su hechizo.

–Sí, creo que vivimos en un espejismo, creo que hemos olvidado lo importante que es la familia, nos ha invadido la soledad, nos distrae mientras se cuela por las fisuras de nuestro mundo hasta llegar a nuestros mayores. Nos da ocupaciones para tener más cosas y estas nos distancian unos de otros, sobre todo de los ancianitos, los que más han valorados siempre lo que de verdad importa y que ahora son los más vulnerables.

–Has perdido mucha practica contando cuentos –dijo Anita– yo terminaré ese cuento. Aquella princesa que érase una vez, recordó a un duende que conoció al que llamaba amor, y aunque la guerra se lo llevó, jamás olvidó. Ese era el abuelito ya sabes.

–Sí, ya sé.

–Ese mágico duende –continuó Anita– le dijo que, si alguna vez se sentía sola, solo tenía que esperar, porque el duende se convertiría en un cuento que llegaría al corazón de sus hijos como ha llegado hoy al tuyo y al mío. Ese cuento llegó a oídos de todo su reino, entró en el corazón de todos los suyos y el árido paisaje volvió a florecer, las fuentes volvieron a ser ruidosas, el hechizo se rompió y la princesa volvió a ser feliz y colorín colorado este cuento se ha acabado.

Papá comenzó a llorar mientras besaba a su hija y prometieron contar ese cuento a todos y dedicar más tiempo a la abuelita.

Hay muchos tipos de soledad, a veces es un estado y otras un sentimiento, a veces se trata de estar solo, pero otras de sentirse solo y esta es especialmente dolorosa cuando se llega a la vejez. Es cuando la melancolía trae el pasado en cada imagen, sonido y olor, trae el recuerdo de los que ya no están, trae una sensibilidad muy especial a las ausencias. El miedo a esa soledad es lo más parecido al miedo al abandono que puede sentir un niño. Cuando llega la vejez se mira atrás, se miran las manos y ese rostro lleno de surcos que no deja de anunciar lo cerca que está el fin. Pero solo necesitan un duende que rompa el hechizo de la triste bruja soledad. Solo necesitan un antídoto a esa tristeza, un sencillo brebaje que rompa el hechizo, uno que está al alcance de todos, nuestra compañía y a veces tan solo una llamada.

Manuel Salcedo Gálvez

0 thoughts on “El cuento de la soledad

  1. Me gusta los cuentos, nunca se me ocurrió escribir mejor dicho, ponerme a escribir uno, pero me ha gustado esté.

    Gracias Manuel por compartirlo:)

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