El amor no es algo que hayamos inventado

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Corría el año 1965 y David, el nuevo psiquiatra era un hombre sensible a la dolencia mental. Él mismo vivió la enfermedad de su madre siendo un niño, jurándose que cuando se hiciese mayor seria médico para curar mentes sin ni siquiera saber cómo se llamaba esa rama de la medicina. Pero además era de los pocos hombres sensibles al dolor que sufrían las mujeres, en un estúpido mundo donde solo eran mulas de carga, putas en la cama y madres de los mismos que las custodiaban. Una cultura misógina que él supo superar al ver a su padre maltratarla hasta que los abandonó, cuando según aquel golpeador ella ya no valía para nada, ¿de qué podía servirle ya una loca? A pesar de todo se convirtió en un joven luchador, bajo el cobijo de su abuela que hizo de él un hombre de provecho como ella decía.

Si bien David era un hombre joven nada de aquello era nuevo para él, ya había sacado a otros Sanatorios del oscurantismo, lo único que si era nuevo para él, era Rosana.

La primavera tocaba a su fin pero los jardines todavía regalaban unas fragancias a begonias y caléndulas que se colaban por las ventanas. David no había sido presentado oficialmente, prefirió ir conociendo a las pacientes una a una y mientras estaba asomado absorbiendo aquel aroma entró Rosana en su despacho.

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–Antes de que me diga nada… –empezó a decir Rosana impetuosa, sin embargo con la misma intensidad se quedó sin habla al ver al doctor.

Durante un eterno minuto se miraron como si sus almas ocultasen una oscura daga que les hiciese sangrar un dolor escondido. Como si se conocieran sin conocerse. Rosana sin entender nada sintió que una lágrima estaba a punto de salir y respiró profundo como volviendo de un trance, intentando pensar que aquello era tan solo una reacción a aquellas asquerosas pastillas.

Le estoy muy agradecida… –continuó Rosana como si su voz fuese un suspiro, pausando como si tratara de controlar una fuerte emoción y con la mano se rozó el lagrimal recogiendo la lagrima que estuvo a punto de rodar–, por lo que está haciendo por nosotras… nunca antes había visto a mis compañeras… –Rosana volvió a pausar notando que una extraña sensación se apoderaba de ella sin poder recuperar el control– a mis compañeras –repitió– tan felices… –terminó muy incómoda, todo lo que pensaba decir parecía estar fuera de lugar.

–Sí, lo sé –contestó el doctor sintiéndose descolocado nadie antes desde la muerte de su madre le había hecho sentir tan inseguro– pero te he hecho llamar –intento restablecer el orden dentro de su espacio de seguridad– porque después de mucho pensar… –en realidad no podía dejar de pensar en qué es lo que estaba ocurriendo– bueno… el caso es que ya tengo el trabajo que necesitas para conseguir también tu alta y tu fiesta de despedida.

–¿Alta?, ¿adónde voy a ir yo Doctor? –espetó Rosana como si hablara otra persona.

–Eso es lo que quiero que descubras… solo hace falta mirarte a los ojos para saber que tienes algo muy grande dentro de ti que te dirá quién eres y cuál es tu camino. –David pensó que estaba poseído, no se conocía a sí mismo, no era propio de él hablar así a una paciente, tosió y quiso cambiar aquel todo tan cercano como si la conociese de toda la vida–. Por lo que tengo entendido decidiste estudiar historia, pues digo yo que sería por alguna razón.

David terminó una exposición que parecía ensayada.

Rosana se esforzaba por escucharle pero se sorprendía a si misma preguntándose quien era aquel hombre tan extraño y tan cercano, miraba sus labios como si pudiera ver las palabras y todas les sonaban extrañamente hermosas. Algo le decía que ella ya había estado entre esos brazos, que esos labios ya habían susurrado en sus oídos palabras nacidas en otras vidas.

–Ahí fuera existe un mundo con el que debes volver a conectar –dijo el doctor intentando obviar aquellos ojos que intentaban llevárselo a otros mundos.

Cuando Rosana salió del despacho corrió a su habitación y comenzó a llorar contra la almohada sin saber porque. La mano de Gloria, la ahora nueva madre superiora acaricio su pelo sin decir nada. Rosana sintió como si un demonio hubiese salido por sus lágrimas sintió desahogar algo que ni ella sabía. Como si el universo la hubiese conducido a encontrarse de nuevo con un alma vieja, que hubiese viajado a través del tiempo o de sus sueños.

–¿Estás bien? –dijo por fin Gloria.

–No sé qué me ha pasado pero me siento ligera como el aire, como si el aliento de un ángel me hubiese besado. Como si ahora supiera porque estoy aquí, como si todo ocurriera por alguna razón.

–Me alegra oír eso mi niña, a veces subestimamos lo que unas lágrimas pueden conseguir.

A David en su despacho la habitación parecía darle vueltas. El joven doctor llevaba mucho años dentro de su seguridad, casi atrapado por ésta, sabiendo con un frio calculado cada paso de su vida y de repente vio en los ojos de aquella muchacha un principio y un fin que parecían cerrar un circulo de dolor. Sintió una poderosa atracción que no podía explicar como si hubiese vivido en sus sueños toda la vida y entonces sintió la misma congoja que no supo ver en Rosana, la que él retuvo, aquellas emociones desbocadas hasta estallar, pero dio un paso atrás ante el abismo y por fin pudo evaporar las lágrimas que todavía retenía en sus ojos, las que no consiguieron salir. Aunque era un científico aventajado en la ciencia de las emociones ni siquiera intentó buscar una respuesta a todo aquello, a aquellas extrañas reacciones, sabiendo que no la encontraría. ¿Cómo podría explicar que aquellos ojos habían vivido en su recuerdo desde siempre, como explicar la certeza de que el calor de aquella piel lo había calentado en noches frías de otra vida?

Existe conexiones difíciles de explicar, existen miradas que trascienden el espacio tiempo y la razón, y el amor es el sentimiento que logra atravesar distintos planos de realidad. “El amor no es algo que hayamos inventado, es observable, poderoso… Tiene que significar algo” – Christopher Nolan.

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