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Hemos de reconocer que con el correr de los siglos el mundo se va empequeñeciendo para bien de él y de quienes lo habitamos, a causa de las mejoras que sobre el mismo realizan las mentes sanas y privilegiadas para provecho de todos, pero observo, muy a pesar mío, que las distancias entre los hombres se van acrecentando. ¿Usted, amigo lector, no ha reparado en ello? ¿No? Pues, atienda a cualquier medio de comunicación, aunque sea por breve tiempo, y podrá percatarse de ello en la mayoría de los temas verdaderamente noticiables.

El ser humano, no lo olvidemos, es un guerrero nato que ha de combatir cara a cara, continuamente, contra todo aquello que sea un peligro real o en potencia para el planeta, para una parte del mismo o para sus pobladores. Pero su misión no es sólo luchar en distintos frentes sin tener la certeza del triunfo, sino luchar y vencer cuanto antes por el bien de esa mayoría que se halla en su misma órbita y en otras, y para beneficio también de los hombres y mujeres del futuro.

Este luchador llega a ser un lidiador experimentado a lo largo de su vida por sus genialidades, pero para lograrlo ha de prepararse a conciencia desde niño. Este preparamento, en las dos primeras décadas y gran parte de la tercera de la vida de cualquier persona, lo llevan a cabo aquellos maestros guerreros, excelentes especialistas y amantes del amor fraterno, así como de sus diversas actividades sobre la forja de mentes desde un principio puras. Para realizar esta labor sublime siempre ha de estar en posesión del arma del amor invicto, tanto para el inicio como para el seguimiento y logro de objetivos. Después, en las etapas sucesivas de la vida de estos nuevos luchadores, serán ellos los que pondrán en práctica lo aprendido, más lo que ellos vayan aportando de su propia sabiduría y experiencia bienhechoras. Asimismo, serán ellos los que enseñarán a futuras generaciones de combatientes “el arte de vivir en paz, igualdad y fraternidad”. Pero para amar hay antes que conocer, en profundidad, de lo amado todos sus valores y tesoros para incrementarlos, así como su bisutería para desecharla.

Aún hay quien cree que cultura y educación van siempre cogidas de la mano. Esto sería lo ideal para cualquier ser humano, para la entidad en donde está inmerso y, en general, para todo el mundo. Pero es un error hacerlo extensivo a la inmensa multiplicidad de casos. De hecho, conocemos personas cultas en una o varias ramas de la sapiencia y son unos maleducados las veinticuatro horas de cada día. Por el contrario, existen hombres y mujeres educadísimas, pero desgraciadamente incultas.

Educación y enseñanza son dos pilares primordiales para la evolución adecuada y sin deflexiones inútiles del hombre y de la humanidad. Por lo tanto, educar e instruir siempre iluminados por el sol del amor fraterno nos lleva a forjar seres humanos educados y cultos, es decir, dichosos, eruditos, generosos, íntegros y, por ende, valiosos para cualquier tipo de convivencia y para el progreso feraz de todo el mundo de hoy y de mañana. “Sólo el que sabe es libre, dijo Miguel de Unamuno, y más libre el que más sabe… Sólo la cultura da libertad… No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamientos. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura”.

Carlos Benítez Villodres

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