DESDE OTRAS SOLEDADES ME LLAMABAN

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     Carlos Murciano lleva más de seis décadas cumpliendo una trayectoria literaria seria y sostenida. Estudioso, crítico y creador, su bibliografía supera ya los cien títulos. Dentro de ella, su narrativa breve -profusamente galardonada- reclama análisis y, paralelamente, reedición. Pero su obra poética es la que le mantiene en primera línea del panorama lírico, por la sucesiva edición de sus libros.

     Y el más reciente de ellos, anuncia, en una cordial dedicatoria manuscrita, que con él cierra su poesía. Se trata del poemario “Desde otras soledades me llamaban” (Lastura. Ocaña, 2017): un conjunto de cuarenta y dos sonetos, en la línea de sus últimas entregas: “Amatorio” (2010) y “Amatorio 2” (2015).

Fotografía (I)  Carlos Murciano

     Para quienes le seguimos, esa decisión del poeta nos entristece; y no deja de sorprendernos que cuando no maneja la pluma -prosa o verso-, dibuja, plasma sugestivos collages, recurre al óleo o la acuarela. Suya es la portada de este sonetario que me mueve a escribir y que viene envuelta en una cromática estampa.

     La crítica de habla hispana (porque hay testimonios de Chiles, Cuba, Bolivia, El Salvador…) ha reconocido su maestría en el manejo de esta forma que en él se hace fluida y natural, nunca rígida y, aún menos, opresiva.

En su prefacio, Justo Jorge Padrón afirma que la poesía de Murciano “ha enriquecido los ámbitos de nuestra lírica con su capacidad innata de conmover, con su vibración intuitiva y profunda, que lo han convertido en un maestro para las nuevas promociones de poetas de la lengua española”. Y añade: “Su gozosa fecundidad literaria, tan continua y sorprendente, ha dejado ya un perdurable monumento”.

PORTADA DEFINITIVA

     Al hilo de estos sonetos, el lector se sumergirá en un espacio de plenitud lírica, en donde el verso del poeta andaluz va descifrando sus enigmas vitales.

Muchos de estos textos vienen traspasados por una destacada veta amatoria. En ocasiones, el yo poético pareciera consciente de que es más ventajoso ser amado que llegar a ser comprendido; sin embargo, en otras, pareciera renunciar a su empeño, consciente de que la dicha del corazón no es propia de este mundo: “Con dulce lengua y labios que son sabios/ -dulce es tu lengua, sí, sabios tus labios-/ con lentísimo ardor me reconstruyes./ Pero tras de tus juegos prodigiosos,/ con dulce lengua y labios codiciosos,/ otra vez, amor mío, me destruyes”.

     La variedad temática de estos sonetos ayuda al mejor fluir de su propicia lectura. Acompañado por Mozart, por un arcángel, por las estrellas Vets 352, por unos malvises robadores, por unos saltamontes salvajes.., y llevado de la mano por una noche de insomnio, por una niña de cera, por una madrugada al borde del otoño…, el poeta, mediante un verso encendido y emotivo, se sostiene alumbrado por cuanto queda por venir y por cuanto regresa en forma de memoria: “Por nuestras escaleras persevera el ruido./
Los ángeles no son. Quizá el desconocido/
que aguardaba a la puerta y ha conseguido entrar./ Lleva a cuestas las siete tristezas capitales:/ esos malos recuerdos que acuden puntuales/ y que nunca el olvido ha logrado olvidar”.

     Desde un plano más real que ensoñado, Carlos Murciano ha vertebrado un poemario sobrio y madurado, en el cual la soledad se deja habitar por la palabra y la tristura se deja vencer por un verbo preciso y turbador. Al cabo, es desde esos planos de latente vitalismo, desde donde mejor pueden aprehenderse estos versos de cálida existencia, dadores de una bella certidumbre poética.

 

 

SONETO FINAL, ESCRITO CON CIERTA TRISTEZA

Cada noche, mi amor, cuando dejamos

nuestro cansancio sobre la almohada,

y el sueño es ya una niebla deseada

que nos envuelve y en la que flotamos,

buscas mi mano y juntos avanzamos

por la caverna de la madrugada

hacia esa vastedad deshabitada

que nos ignora y a la que ignoramos.

Dueños de ausencias y melancolías

y con nuestro vivir casi cumplido

son más las penas que las alegrías.

Por pedir algo, amor, tan sólo pido

que, cuando se terminen nuestros días,

entremos de la mano en el olvido.

JULIÁN DÍAZ ROBLEDO

Madrid

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