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ELEGÍAS

Enrique Morón, Granada 2019, págs. 102

Con la publicación de esta obra poética de Enrique Morón, la Editorial Nazarí, de Granada, de la que es director-gerente el editor italiano Paolo Remorini, afincado en Granada, cosecha un nuevo triunfo en su ya amplia recolección de éxitos editorialistas.

            Dentro de un formato de gran calidad y belleza, el autor de “Elegías”, se apoya en un complejo andamiaje lingüístico, para crear, con la destreza lírica que le caracteriza, sus profundos poemas.

            Enrique Morón es un poeta puro, bajo el sol de una vida limpia y del placer por lo estético. Un poeta que nos dona las esencias positivas del arte de vivir. Un poeta, un observador nato de la realidad que le rodea y de esa otra que palpita en las estancias de su psique. Ello enriquece cada día su experiencia personal y su inteligencia creadora y compositiva y su potencial de análisis. Obviamente, de esta fuente de valores y compromisos comunicativos, vanguardista de una simbología sin sometimientos, sin alaracas, fluye, como resultado de convergencias vitales y de sus relaciones coherentes, reflexivas, la capacidad de encontrar luz en la oscuridad y la de acrecentar y expandir lo incólume del alba y de una mirada, de la palabra solidaria y del pensamiento que deja huella. En este fluido transparente y nutricional, se halla la base de su poética. “En la poesía, dice María Zambrano, encontramos directamente al hombre concreto, individual (…). La poesía es encuentro, don, hallazgo por gracia (…). De no tener vuelo el poeta, no habría poesía, no habría palabra. Toda palabra requiere un alejamiento de la realidad a la que se refiere; toda palabra es también una liberación de quien la dice”.

            Con emoción y sorpresa de besos que se entregan, percibo la contundente grandeza de la vida cotidiana en los poemas de “Elegías”. El poeta cadiense nos muestra, entre fondo y figura, una poesía renovadora, de una sencillez ética totalmente desnuda que exhala, desde sus más profundas raíces, una frescura lírica ciertamente ambiciosa. No hay en estos versos savias insondables, ni leyes atávicas, ni albas sin libertades, sino luz de alas esperanzadoras y belleza de música permeable y radiante y misteriosa. Además, hallo en la lírica de Enrique una claridad titánica que alienta al lector, amante de la poesía, a continuar su marcha por la vida, dejando a orillas de los caminos a esos dioses que nos angustian, a esas inquietudes que nos atan, a esas tristezas caniculares que nos reducen a isla. Asimismo, su poesía es vibrante, sumamente expresiva y emotiva, así como radiante, luminosa, primaveral…

            La voz poética de Enrique Morón, voz policorde y rítmica, que vuela por los aires de las imágenes y de los matices, se acopla a la perfección a los elementos más exquisitos de la evolución anímica, como símbolos de su originalidad y sonoridad y elegancia. Es una voz que nos llega virgen, aséptica, soleada. Una voz que suscita una emotividad adimensional, un lujo de múltiples eclosiones lingüísticas, un espacio de sensaciones íntimas, que, lentamente, desde su propia autenticidad poética, se va introduciendo, como rayos de sol.

            La poética de Enrique tiene sus raíces, su génesis, en los mecanismos de unos valores humanos y espirituales que generan esa vigorosidad y estímulos, esa sensibilidad y emociones vivas, extraordinariamente enriquecedoras, desde donde nos proyecta sus prolíficas cosechas mentales. Con un análisis ennoblecido por sentimientos puros, con una riqueza de pensamientos, con un carácter nostálgico, con una dignidad literaria paradigmática…, crea el poeta sus composiciones líricas, testimonios de su relación continua consigo mismo y con los demás. Enrique Morón es consciente no solo de lo que quiere decir, sino de cómo desea decirlo. De ahí la cohesión y la armonía que palpitan en cada página de su obra.

            Las revelaciones, impregnadas de creatividad y de brillantez estilística, que el poeta cadiense nos hace en cada poema impactan de tal manera en el lector que lo conmueven y lo sensibilizan desde su necesaria complicidad con Enrique. Evidentemente, este efecto que deja su huella o señal en aquel que lo recibe, que lo aprecia, se debe fundamentalmente al puente de comunicación que levanta el autor, como nexo de sus textos de bella factura, con la capacidad de captación de los mismos por parte de quien los lea.

            En el poeta de Cádiar, la originalidad es ese punto luminoso que empapa con su luz, sin limitaciones, sus poemas. Por ello, la desnudez psíquica que debe brillar en todo creador, está presente, con un poderío sublime, en “Elegías”, logrando su autor que nada oscurezca el fondo intencional que posee esta joya lírica.

            En el recorrido por cada uno de los poemas que componen “Elegías”,  apreciamos el latir de un universo de valores y primacías, de testimonios y signos conceptuales sabiamente dosificados, dentro de la formalidad lírica más exigente y portentosa, así como de elementos constructores de una trayectoria de ideas y pensamientos, deseos y metas, encuentros y desencuentros vivenciales, concentrados en el núcleo poético de la obra, desde donde se ramifican hasta alcanzar y adentrarse en el cosmos del lector.

            No hay secretos, ni laberintos, ni opacidades, ni siquiera aderezos banales, en estos versos del poeta cadiense, que ya de por sí nos impulsan y nos ayudan a sentir que la escritura lírica se concibe y se gesta en las estancias interiores del poeta, segregando, desde ese saber vital, humano, que se halla cimentado, en su totalidad, sobre la esencia de la libertad de pensar y de expresarse, la suficiente energía para construir una realidad humana distinta y mejor, sin paralelismos ni demagogias. Una realidad externa e interna que le permite a Enrique crear vida y poesía auténticas, decididas y valientes para expandir su claridad y positivismo y operatividad por el mundo y los corazones, con la finalidad de enriquecerlos y elevarlos, mientras saborean sus exquisiteces.

            “Elegías” consta de 68 poemas. El poeta de Cádiar dividió este poemario en 4 partes: “Crónica del desamparo” (18 poemas), “Amor poniente” (14 poemas), “El mundo en que vivimos” (15 poemas) y “Balada interior” (21 poemas). Todos los poemas son heteroestróficos excepto el titulado “Aquellas letras”, monoestrófico, con el que finaliza la segunda parte.

            Nuestro poeta emplea, en “Elegías”, desde el punto de vista de la métrica, composiciones isométricas y heterométricas. Ambas están formadas, en ciertos poemas, por versos bisílabos, trisílabos, tetrasílabos, pentasílabos, heptasílabos y endecasílabos. En cuanto a los procedimientos retóricos, Enrique Morón utiliza principalmente ciertas figuras correspondientes al plano morfosintáctico y al léxico-semántico.

 

Carlos Benítez Villodres

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