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Un trazo cualquiera emborrona la hoja en blanco que disputa ser el centro de atención de alguna palabra maltrecha, un universo invisible entre filas y columnas fundidas por un calor que enerva el frío en un sudor que ya no gotea más futuro que el silencio. Garabatos descentran el níveo de la pantalla en un binomio inconexo de ceros y unos sin más logro que sacudirse la rabia de no saber más que decir. Se interponen, en alguna que otra ocasión, alguna letra desbancada de su altar de profecías normalizadas en códigos extraños para quién se cree reina de las noches de algún verano que se fue. En realidad, olvida que nunca tuvo la posesión de ninguna corona, aunque fuera de plástico y mentirijilla. Un atrezzo de desencantos sin excepción.

Parpadea, la hoja de tesitura incierta, tal vez de biorritmos alterados por tanta inseguridad o, de gestos dramáticos sobre escenarios tan tristes como las manos que anhelan volver a escribir. Un guiño en el blanco de su ojo, ya no enciende su luz ni un destello cruza su mirada disimulada, ni seduce la espesura del brillo del negro de su retina. Quizás, sea un alarde de conquistar tiempos pasados que cree mejores, muertos y rematados, por refranes y frases hechas que siempre tuvieron razón.

El puntero insiste, interroga con su titileo cuándo será el momento, la oportunidad de arrancar las palabras del fondo de ese pozo perforado en una memoria de caudal guateado por melancolías siniestras y, casualidades inexpertas en cuestiones de saber vivir sin temer a predicar con el ejemplo. Se entretiene, en comparar los diferentes formatos que quisiera adjuntar a algún mañana, aunque sabe, que las formas son tan efímeras como una belleza poseída por un poema nunca leído. Caducan las hechuras cuando la distancia entre el ayer y el hoy ignoran que la vanidad es un bufido sin aliento.

Las dudas chantajean el movimiento inestable de cada tecla, borrar y empezar de nuevo; retroceder con el cursor y añadir cuentos que no comprenden tanta desmemoria. Sombras, van y vienen, de arriba abajo; derecha a izquierda; de un lado al otro, en el anverso y del revés, en diagonal, en perpendicular, paralelas a las pestañas desarraigadas de la piel. El sacrilegio de todo error es no saber escribir un destino. El recelo con la metódica de querer vencer la palidez de la hoja, se arrastra por la vanidad de expresarse sin decir más nada que acumular vocablos y términos sin dignidad y mucha rutina. El absurdo enreda un poco más el estallido de querer hablar sin rebobinar al inicio, ahogado en una papelera de hojas silenciosas y sin magia.

La hoja en blanco sigue ahí, renegada a la espera de una inspiración que huye sin mirar atrás y para no volver nunca jamás.

Dolors López

Churriana de la Vega web

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