Cuando los hijos toman el hogar paterno como una pensión a gastos pagados

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Se termino el periodo vacacional y vuelve la rutina cotidiana. Hay que reincorporarse al trabajo habitual, ya sea remunerado o el que hacen las amas de casa. Ciertamente las amas de casa son las que menos vacaciones hacen. Si las vacaciones familiares no se desarrollan en un hotel o similar, ellas continúan trabajando como siempre. Bien es cierto que actualmente se comparten, por lo general, las tareas domesticas entre todos los miembros de la familia, pero el peso principal sigue recayendo en  las mujeres. Un fenómeno que venimos observando últimamente,  es que los que menos colaboran en las tareas domesticas son los hijos. Hay una creciente tendencia a que estos tomen el hogar como una especie de “pensión Vicente”, con todos los gastos pagados y sin ninguna responsabilidad por su parte. Especialmente los hijos adolescentes, que no comprenden que viven en casa de sus padres, que son los que pagan el alquiler, los gastos y la comida. Muchos de ellos entran, salen, hacen y deshacen con actitudes de una gran falta de respeto hacia sus padres. No entienden que viven en casa de los padres y que ellos son los que ponen las normas. Si se les hace este comentario suelen confundir “autoridad con autoritarismo”, sintiéndose terriblemente ofendidos por la actitud “cavernícola y casposa de sus padres”.

Durante el periodo el periodo escolar, suelen decir: “Tengo mucho trabajo estudiando y no puedo hacer las tareas de casa”, “Después de tanto estudiar es lógico que vaya de marcha con los amigos”, “En mi habitación no entres porque necesito intimidad”, “¿Qué problema hay en que traiga amigos a casa? No pretenderás que les diga que arreglen la casa”, “Yo no soy un criado/a  para limpiar la casa”, etc. Y en las vacaciones: “Estoy de vacaciones y no pienso hacer nada en casa”, y repiten frases anteriores. Que su habitación sea una “leonera”, es una cosa muy diferente a que toda la casa se convierta en “una leonera”, donde los zapatos, ropa y otros objetos personales se encuentren tirados de cualquier manera en cualquier espacio común de la misma. Y no es porque los padres (suele acusarse mucho de esto a la madre) sean “unos obsesos maniáticos del orden y la limpieza”, sino que tiene que ver con las normas mínimas de convivencia.  Tampoco entienden que existe un “derecho de admisión de amigos y novios”. Pedir permiso para que vengan a asa (recuerden de sus padres), dejar la casa como la encontraron (limpieza) no solo a nivel externo sino reponiendo lo gastado (comida, bebida) o lavando lo ensuciado (vasos, platos, toallas, etc.) no entienden que sea necesario hacerlo.

¿Cómo hemos llegado a la situación de muchas familias en la que los hijos (no solo adolescentes, porque el tema puede lamentablemente empezar a edades demasiado tempranas) no siguen las mínimas reglas de convivencia y son pequeños dictadores? La adolescencia es una etapa crítica por muchas cosas: cambios biológicos, fisiológicos, de espacio tiempo, organización del pensamiento, sexuales, etc. que el adolescente no controla. Le pasan todos estos cambios y es como “un tsunami” que le invade. Es normal que presente actitudes de rechazo hacia los padres, tenga conductas de reafirmarse, etc. Pero una cosa es conductas “que pueden considerarse normales porque está en la adolescencia y otras que chocan con el sentido común”. El sentido común lo deben poner los padres y tan normal es que el adolescente se rebele para encontrarse y organizar su espacio, como que los padres usen el sentido común y marquen reglas de convivencia.

Usar el sentido común, teniendo en cuenta que es el menos común  de los sentidos, puede ser una tara ardua para los padres, especialmente si, como ya hemos tratado en otros artículos, existen fuertes discrepancias educativas entre ellos. La necesidad de “ser el bueno, el comprensivo, el que realmente te quiere” como una forma de enfrentarse al otro “el autoritario, no te entiende, no te quiere”. El sentido común de las reglas de convivencia empieza cuando al niño pequeño no se “le ríen las gracias y se le enseña a que cualquiera de sus acciones tiene una responsabilidad”. A cada edad corresponde una tarea y responsabilidad, pero empezar a enseñar a los pequeños a recoger sus cosas, tener cuidado de sus juguetes y su ropa, poner y comer correctamente en la mesa y toda la comida que se le pone (una familia no debe confundirse con un restaurante en que hay un menú a medida de cada miembro). Muchas veces hemos sido testigos en restaurantes de niños muy pequeños que comen educadamente sin molestar a los vecinos y otros que toman el restaurante como “el patio de su casa” y no presentan el mínimo respeto ni para sus padres ni para el resto de comensales. Educarles en que todas las cosas que poseen tiene un valor y que ese valor está relacionado el hecho de que sus padres cada dio van a trabajar. Que las cosas se tienen porque hay un esfuerzo previo, que nada es gratis.

A la generación de los 70 nos enseñaron que debíamos aprender a: hacer las camas, ordenar la habitación, poner la mesa, hacer la comida, lavar los platos, fregar los suelos, etc. y no nos considerábamos esclavos ni explotados por nuestros padres. Es verdad que cuando estudiábamos no colaborábamos tanto en casa. Esa colaboración solía reducirse a tareas de: hacer la cama, poner la mesa y lavar los platos. Pero los sábados se hacía limpieza general en la que colaborábamos todos. Los que trabajaban  (estudiaran al mismo tiempo o no) colaboraban a la economía familiar con una aportación de su salario. Nos parecía normal, ya que el alquiler y gastos generales no debían ir a cuenta exclusiva de los padres. Puedo decirles que eso no impidió que pudiéramos estudiar, salir a divertirnos o que nuestros amigos vinieran a casa y se hicieran celebraciones cuando los padres estaban fuera.  Lo que no se permitía en esa época es que el novio viniera a casa y durmiera con nosotros en nuestra habitación.

En los años 70, los hijos de familias trabajadoras, debían compaginar los estudios universitarios con un trabajo para poder pagarse los estudios. Muchos trabajaban ocho horas en empresas y al terminar iban a la facultad para estudiar una carrera. Otros trabajaban durante los veranos y ese dinero ahorrado les permitía poder estudiar en la universidad. Existían becas (bastante complicado poder acceder a las mismas), pero para mantearlas se debía tener unos resultados académicos excelentes y si se suspendía se perdía la beca. Al terminar la carrera tampoco era fácil encontrar un trabajo de la especialidad cursada. Si no pertenecías a una familia de profesionales (médicos, abogados, ingenieros, etc.) era francamente difícil encontrar trabajo, pero no imposible. No existían las facilidades que los jóvenes tienen actualmente: conocimiento de idiomas, ayudas europeas, libertad de circulación por Europa, acceso fácil y económico a los medios de transporte, etc.  Nadie regaló nada a los universitarios provenientes de la clase trabajadora de los años 70. Lo que consiguieron lo lograron a base de voluntad y empeño en llegar a la meta que se habían  marcado. Fue una época dura, pero en la que el esfuerzo, el deseo de superación y el orgullo por las cosas bien hechas estaban valorados.

Actualmente también hay jóvenes que tienen ese espíritu de superación y lucha, yo diría que muchos más que los que toman el hogar paterno como una pensión a gastos pagados. Comprometidos con la sociedad, que se esfuerzan y luchan para superar obstáculos tanto a nivel de estudios como laborales.  Ellos son realmente la esperanza de un futuro mejor. Sería interesante que los medios de comunicación dieran visibilidad a esta población, porque lamentablemente no se habla de ellos. Se habla de los Ni Nis, del botellón, de que pegan a sus padres, etc. Ciertamente es una realidad que existe, pero también lo es que son una minoría y que dan una imagen distorsionada de la juventud actual. Por ello es importante que la educación en la convivencia dentro de la familia empiece en los primeros años de vida. No solo va a permitir una mejor calidad en las relaciones familiares sino que ayudara a los hijos a organizarse mejor en su futuro como adultos.

 

Dra. Carme Tello Casany

Psicóloga Clínica

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