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Cuento

     Había una vez, hace mucho tiempo, tanto tiempo que ya casi no puedo recordar, un profundo y esplendido bosque lleno de toda clase de árboles y de bellas y hermosas flores que servían para que las hadas se hicieran bellas coronas para adornar sus cabezas y lindos collares para su cuello.

     Pero en aquel hermoso bosque había algo especial, sus inmensos robles. Y entre todos ellos, había uno que era tan grande y espléndido como viejo. En verdad, era el roble más anciano de aquel esplendido bosque, tenía cientos y cientos de años y por su sombra habían pasado todo tipo de criaturas y de animales del bosque;  en la gran cavidad de su viejo tronco había dado refugio a todos los que lo habían necesitado para que se resguardaran tanto del calor como del frío o la lluvia, y en su gran hueco había cobijado tanto a duendes malhumorados y gruñones como a bellas hadas y hermosos elfos, que habían buscado refugio en su interior en invierno cuando el bosque estaba cubierto de nieve y hacía mucho frío o cuando llovía para que no se mojaran.

     En verano, el viejo roble servía de refugio para todos los que lo necesitaran y ofrecía la fresca sombra de sus grandes y verdes ramas para que los animalitos pudieran descansar bajo su fresca y agradable sombra. El viejo roble también se ocupaba de alimentar con sus frutos a los animalitos que se acercaban a él para que cuando llegara el invierno estuvieran bien gordos y tuvieran suficientes energías para el frío que tendrían que pasar cuando el bosque se cubriera de nieve.

     Cuando el bosque estaba completamente nevado, no solo había cobijado a duendes, hadas, elfos y animalitos, sino que en su tronco había llegado a dar cobijo a leñadores y a caballeros que se habían perdido, se les había echado la noche encima y no se atrevían a cruzar el bosque a oscuras.

     El viejo roble se sentía feliz pudiendo ayudar a todos aquellos que le necesitasen. Pero la vejez empezaba a hacer mella en él, y sus ramas empezaron a secarse y sus hermosas hojas a caer.

     Por más esfuerzos que hacía el viejo roble por recuperar su antiguo esplendor, no conseguía nada, porque eran muchos cientos de años los que llevaba dando ayuda a todas las criaturas del bosque, e impotente veía como sus ramas y sus hojas iban cayendo sin poder hacer nada para impedirlo.

     El viejo roble estaba triste y desolado, y una pena infinita lo iba embargando cada vez que los animalitos se cobijaban bajo sus ramas, comían de sus frutos y también  cuando hacía mucho frío y se refugiaban en su tronco para buscar su calor.

     Los animalitos se dieron cuenta de la gran tristeza del viejo roble y le preguntaron:

    –Gran roble, ¿por qué estás triste?

Éste les contestó:

    –Porque dentro de poco ya no podré daros cobijo bajo mis ramas ni tampoco daros de comer mis bellotas para que cuando llegue el invierno estéis gordos y saludables y paséis el invierno sin dificultades.

    –¿Pero de qué estás hablando? Nosotros te vemos igual que siempre.

    –¿No veis que me estoy muriendo? ¿No veis cómo se secan mis ramas y se caen mis hojas? Si las ramas se secan no habrá frutos y ya no podréis alimentaros para pasar mejor el frío invierno.

     Al viejo roble le empezaron a caer grandes lágrimas que salían por su vieja corteza.

     Los animalitos, no pudiendo soportar tanta tristeza, lentamente fueron abandonando al viejo roble.

     El viejo roble se puso aún más triste cuando vio que los animalitos se marchaban dejándolo solo, pues pensó que él ya no les servía para nada y por eso se marchaban.

     Pero los animalitos no se marchaban porque el viejo roble ya no les podría servir para nada, sino por el contrario, los animalitos fueron todos a reunirse a un claro del bosque y después de estar un rato en silencio pensando de qué manera podrían ayudar a su viejo y querido roble que tanto les había dado a todos y ayudado cuando estos lo habían necesitado.

     Todos estaban cabizbajos y pensativos preguntándose de qué manera podían ayudar a su querido roble que tanto les había ayudado a todos cuando lo habían necesitado. Todos estaban cabizbajos  pensando hasta que uno, de un salto, se puso de pie y dijo:

    –Nosotros solos no podemos hacer nada, pero si nos juntamos todos, entonces sí que podremos ayudar al viejo roble.

    –¿De qué manera podemos ayudar? –preguntaron todos.

    –Llamaremos a todos los habitantes del bosque. Tú, gacela, corre y ve a buscar a las hadas, y que éstas hagan venir a la reina de las hadas.

    –Tú, hurón, busca por todas las madrigueras del bosque y encuentra a todos los duendes.

    –Y tú, águila, surca los cielos y con tus potentes ojos encuentra desde las alturas a todos los elfos y pídeles que por favor se reúnan todos en este claro del bosque para poder hablar del viejo roble y a ver si entre todos encontramos una solución de cómo podemos ayudarle.

     Todos salieron corriendo a pasar el mensaje a todos los habitantes del bosque y al poco rato empezaron a llegar al claro del bosque.

     Un viejo duende que siempre estaba malhumorado y gruñón fue el primero en tomar la palabra.

    –¿Se puede saber para qué hemos sido convocados con tanta urgencia?  Me habéis molestado en mi trabajo.

    –Viejo duende, por favor, cálmate y escucha con atención, porque entre todos tenemos que encontrar una solución para ayudar al viejo roble. Está muy triste porque sus ramas se secan y sus hojas se caen y ya no podrá darnos refugio bajo sus ramas porque ya no tendrá hojas para darnos ni sombra ni comida.

    –Yo quisiera que entre todos encontráramos una solución y un remedio para poder ayudar — dijo un ciervo que siempre tenía la costumbre de tumbarse a la sombra del viejo roble. Entonces el viejo duende dijo:

    —¿En qué podemos nosotros ayudar al viejo roble? Es muy viejo y un día u otro tenía que morir.

    –Sí, así es, pero cuando tú necesitaste refugio y comida, él te los dio sin pedir nada a cambio. ¿Eres tú capaz, cuando él necesita nuestra ayuda, de negársela?

     El viejo duende se calló y, bajando la cabeza, volvió a su sitio.

     Durante un buen rato todos permanecieron callados. De vez en cuando movían la cabeza en señal de que no sabían cómo ayudar al viejo roble.

     Después de mucho cavilar, la reina de las hadas se levantó y dijo:

    –Es verdad que el viejo roble es de buen corazón y siempre nos ha ayudado cuando hacía frío. Nos ofrecía un refugio dentro de su tronco para calentarnos y cobijarnos, y también es verdad que en verano, cuando hacía mucho calor, nos ofrecía la sombra de sus ramas para que estuviéramos frescos, y en otoño nos daba de comer sus frutos para que los comiéramos y de este modo, con su alimento, pudiéramos pasar mejor el invierno. Y por todo ello, nunca nos pidió nada a cambio, y ya es hora de que nosotros le demos algo por eso. Y es verdad que el viejo roble es muy viejo, pero aún puede dar vida –dijo la reina de las hadas.

    –¿De qué manera podemos ayudarle? –preguntaron todos.

     La reina de las hadas continuó diciendo:

    –Su tronco continuará dándonos refugio a todos aquellos que lo necesitemos, sus ramas secas servirán para que todas las aves puedan reposar en ellas cuando estén cansadas de volar y  en sus ramas estas mismas aves podrán construir sus nidos, y de sus últimos frutos nacerán nuevos robles que con el tiempo  llegarán a ser tan grandes como es hoy el viejo roble, y  estos robles nos darán sombra y alimento como lo hizo el viejo roble para todos aquellos que lo necesiten, como hasta ahora lo ha estado haciendo nuestro querido y viejo roble. Y aunque de él solo quede su gran tronco y sus secas ramas, siempre recordaremos su gran corazón y su gran amor por todos nosotros. Que su tronco esté siempre presente para que así nunca podamos olvidarlo.

     La reina de las hadas habló de esta manera y se puso de pie a esperar a la primavera.

     Cuando llegó la primavera, del suelo del bosque alrededor del viejo roble nacieron nuevos robles que, como había dicho la reina de las hadas, con el tiempo  llegaron a ser tan grandes como lo había sido el viejo roble.

     Aunque ya no tenía hojas y sus ramas estaban secas, como había dicho el hada, su tronco continuaba dando ayuda a todos los habitantes del bosque y servía de refugio en invierno para quien no quisiera sentir el frío o para quien quisiera resguardarse de la lluvia. Sus secas ramas servían para que las aves se posaran en ellas para descansar de su largo viaje  y así hacer sus nidos y traer nueva vida para el bosque. En aquel bosque profundo, espléndido y maravilloso donde la magia lo envuelve todo, donde todos los habitantes rinden homenaje al viejo roble de gran corazón.

 

 

Josefina r

                                                                                  6 de julio de 2015

J. Zamora Buenafuente

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