CONVERSANDO CON OFELIA XXXVII

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-Queridisima Ofelia, les prometimos a nuestros lectores intercalar en nuestras “Conversaciones” los cuatro Relatos -uno cada mes- de aquellas lejanas fechas cuando conocí a Silvia (aún no te conocía a ti)) y mantuve con ella “conversaciones muy interesantes” que, según tú -y te doy la razón- nuestros lectores deberían conocer, (aunque ya los publiqué, pero hace tanto tiempo que a todos les vendrá de nuevo) Y a ello vamos con este primer  Relato que intercalamos hoy, con el mismo título con el que lo publiqué:    

Conversando con Silvia

Silvia Bazaga Chalé es una mujer joven, muy observadora y excepcional. La conocí hace cinco años cuando entró en  “AMACVI” (mi Escuela de Quiromasaje Terapéutico), para iniciar un curso de esta especialidad. En aquel breve  encuentro antes de comenzar la primera clase, deduje que no era mujer de muchas palabras sin antes conocer “el ambiente y la calidad” tanto de personas como de trato en el que estaba inmersa. Me gustó su prudencial reserva hasta ver, por sí misma y no de oídas, de qué iba todo aquello. Comenzaba el nuevo Curso. Entró en la espaciosa aula de clase donde los alumnos y alumnas le saludaron amablemente, se sentaron todos y guardaron silencio esperando mi “introducción al curso de Quiromasaje”, y las primeras prácticas manuales en las diversas  camillas, dirigidas por mí y por mis profesores y profesoras ayudantes. Finalizada esta primera clase,  me felicitó por lo que yo les expliqué y enseñé, ahondado en lo referente a la Medicina Manual y a las Terapias Naturales. Se sentía feliz, la escuela le había inspirado confianza, esperaba mucho del curso y su inicial reserva se había esfumado. Y advertí de inmediato que a Silvia no le iba, como a otros, la banalidad, el cotilleo y los facilismos de determinados ambientes;  prefiere y le encantan los de otra índole, los ambientes cuyos contertulios irradien nobleza, sinceridad y naturalidad, sin más pretensión que “pasárselo bien aprendiendo”,  y sin nada grotesco o malintencionado que lamentar. Y anoté en mi interior: “Silvia equivale a veracidad, delicadeza, tacto, y libertad sin prepotencia ni espíritu posesivo”. Me quedé con esta impresión.  

            Terminó el curso, se diplomó con nota de sobresaliente, y de inmediato me demostró su  generosidad acompañándome en algunas salidas y diligencias, cuando he necesitado su cordial ayuda. Y en estos encuentros, charlando sin premura de variopintos temas con amplia libertad por mi parte y sin reservas por la suya, descubrí en ella un tesoro de observaciones y sabias consideraciones que, platicando sin premura, me fue confiando. Y como sus convicciones las considero de gran interés formativo porque “tienen mensaje”, las fui desgranando en varios artículos comenzando por éste…

            Estábamos hablando de lo que muchas mujeres suelen buscar en el hombre que eligen. Y Silvia me dijo:

            -Mira, Rogelio, muchas mujeres buscan su pareja partiendo de sus propios estados negativos, de sus limitaciones y carencias, de su escasa evolución interior, de su “falta de personalidad”. Por ejemplo, partiendo de su temor a la soledad, o de la necesidad de que su pareja cargue con sus deficiencias psicológicas. Una mujer así necesita que alguien  esté por ella “porque ella no sabe estar por ella misma”, que la mimen, que la distingan y enaltezcan, o sea: “que alimenten su ego”. Buscan pareja  porque, como no saben potenciarse y valorarse por si mismas, esperan que su pareja cargue con su inmadurez anímica; incapaces de cultivarse y comprometerse con actividades que muy bien podrían llevar a cabo; y no lo hacen  o por elemental falta de voluntad y optimismo, o por  comodidad e indolencia.

            La miro a los ojos detenidamente, -sus ojos son tan expresivos o más que sus palabras- y ella me sonríe levemente significando: “me comprendes y coincides conmigo”. Un gratificante silencio que dura un puñadito de segundos para seguir degustando nuestro humeante café, y tirando del hilo de su psicológica madeja ella prosigue:

            -El tipo de mujer que te estoy describiendo, Rogelio, no es el de unas pocas aquí y otras aisladas allá, ¡son muchas las que son así y así van por la vida! Y no se dan cuenta de que buscando pareja sin antes reparar su morada interior, -su espíritu, su alma, su psiquismo, como quieras llamarle-, sin barrer, fregar y pulir su propia persona, sin “magnificarse” (palabra que tú empleas a menudo, Rogelio, y que me place porque tiene mucha miga), están atrofiando sus capacidades, mermando su personalidad y castrando su evolución interior.    

Y tiene toda la razón, ¿cómo negársela? A primera vista nadie -o poquísimas personas- adivinarían  los pensamientos, elucubraciones e ideales  que fermentan en la intimidad de esta mujer que “tiene muy bien puesta su alma en su almario”, y aunque aparenta una sutil timidez y reserva, lo cierto es que  es muy dueña de sí misma, se guía por su propia brújula interior, conoce su horizonte y su meta, y tiene el don de la “sabiduría”. Sigue otro beatífico silencio y otros relajantes buchitos de café. Como tiene muy claro que sus razonamientos no me incomodan, al contrario, los bendigo y aplaudo, ella les añade esta sabrosa guinda:

-Imagínate ahora, Rogelio, que la pareja buscada y encontrada por la mujer que he descrito, “parte también de las mismas deficiencias, imperfecciones y carencias, del mismo prosaísmo y negativismo que ella”. ¿Te das cuenta de que entonces ambos en vez de construirse un edén están labrando la sepultura para lo más bello y sagrado, el Amor,  la Creatividad, la Libertad y la Felicidad? ¿Cómo terminan muchas uniones conyugales? A la larga, -y a veces a la corta-, con suspicacias, amargas discusiones, enfrentamientos, acosos psicológicos, y bastantes veces con palizas, juicios, y a veces con trágicas muertes. Y si no llegan a tal extremo, es porque uno de los dos -casi siempre la mujer- opta por una denigrante sumisión que no deja de ser esclavitud, diciendo “amén” a todo incluso a lo que le disgusta, aparentando ante los demás “que todo va bien” cuando todo va mal, “que su hombre es su dulce dueño y protector” cuando es su lobo traicionero, y callando, sufriendo y aburriéndose “hasta que la muerte los separe”. Naturalmente, Rogelio, con malos manjares (por no decir podridos) y peor cocinero, ¿quién no vomita hasta la primera papilla que le dieron?

Ambos nos reímos hasta la carcajada, yo diciendo “a no ser que recurran a un kilo de bicarbonato por comensal”, y ella: “o procurando que el comedor esté al lado del wáter”… Pero me advierte:

-Rogelio, todo lo que te he dicho no cuenta con las “magníficas y soberanas excepciones” que por suerte siempre han existido y existirán; parejas que cada una por separado ya es “una plenitud”; y dos plenitudes en conjunto generan comportamientos, ambientes y formas de vida de orden superior, maravillosas, trascendentes; son vidas profundas que tienen sentido.

Con esto de las “dos plenitudes de orden superior”, Silvia me ha hecho recordar un inteligente texto de Pitágoras. Nos dice este ilustre filósofo, matemático y geómetra del siglo VI antes de Cristo, que partiendo de una plenitud geométrica como es el “punto”, al ponerse en movimiento engendra otra plenitud, la “línea”; y ésta, puesta en movimiento engendra otra realidad, la “superficie”; y ésta a su vez en movimiento engendra otra dimensión, el “volumen”. ¡Porque “punto, línea y  superficie” son cada una por separado no una entelequia, sino “una realidad plenaria con su propio dinamismo”!     

Es verdad. Silvia está muy en lo cierto. Un médico carente de concienzuda práctica, con enfermera sin oficio, en vez de curar a sus enfermos  los agravarán hasta morir. Un cojo y un manco que se olviden de escalar el Kilimanjaro. Un mudo que no pretenda cantarle serenatas a un sordo. Un agonizante tras darle la “extremaunción”, que no se apunte a un concurso de natación. Un calvo y mutilado de pies, manos y nariz, que no se inscriba en una pasarela para exhibir ante el público elegantes trajes y peinados… Y mientras se nos ocurren más y más comparaciones divertidas, nos reímos con ganas y apuramos el último buchito de café, (que por ser el último, hay que sorberlo con más sabrosa lentitud…)

Fin de esta primera “Conversación con Silvia” intercalada.

ROGELIO GARRIDO MONTAÑANA

Presidente de Honor del Proyecto Cultural “Granada Costa”.