Con los ojos del Reino

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Aprender a mirar significa mirar de nuevo, como si las cosas aparecieran por primera vez, centrarse en lo esencial, lo sencillo y lo más humano. Nuestra mirada atenta, requiere abrir la ventana del alma que reclama todo lo humano y nada resulta ajeno, es un situarse en la cercanía de la humanidad herida desde la simpatía. La simpatía es un detenerse ante el misterio del hombre y saber mirarlo con amor, ser solidario, mantenerse en onda, escuchar, entender, dialogar y discernir.

 

Para Don Sebastià Taltavull Anglada, desde el asombro

 

Quisiera situar este homenaje al obispo de Mallorca como una plegaria de la mirada. Don Sebastià, lo que nos salva es la mirada (Simone Weil), saber mirar la vida amorosamente hasta el fondo y poder vislumbrar las huellas de Dios. La mirada atenta comienza por “abrir los ojos”, germina en un corazón educado en la misericordia y se hace realidad en abajarse a socorrer al herido. Amar al prójimo es la clave de todo lo bueno y el signo distintivo del cristiano. Juan Crisóstomo comentaba que el amor al prójimo es mejor que cualquier otra práctica de virtud o de penitencia, mejor incluso que el martirio.

No es fácil dirigirme a usted, Don Sebastià, con un cierto temor y no sin temblor, me dirijo al catequista, desde mi ser catequista. Usted que sabe de catequesis, del arte de la projimidad, del diálogo, de la paciencia, de la escucha, de la Buena Nueva. Un servicio que nos acompaña toda la vida, ya que es una vocación y una llamada, formando parte de una larga historia de hombres y mujeres que nos han precedido, llamados para anunciar y testimoniar al Dios que se nos revela en la Palabra y en la vida de Jesús, Palabra definitiva.

Desde mi humilde aportación, además de enseñar conocimientos como profesor, mi vida se ha dedicado a la transmisión de la fe, en la familia, en la Parroquia de la Purísima de Salamanca, en la cultura y ahora; en la Delegación de Catequesis, sobre todo de adultos, enviado por mi obispo, Don Carlos. En esta sintonía quisiera unirme en comunión con usted, Don Sebastián, desde esta vocación profundamente vivida y desde la misión de extender el Reino y ser Luz para otros. Sí, los laicos también somos misioneros, por la gracia de nuestro bautismo. Somos hombres de Iglesia, pero en el corazón del mundo, mezclándonos con las personas y encarnándonos en la realidad sufriente de nuestra realidad.

Solo saliendo de nuestros lugares sagrados, mezclándonos con las personas y encarnándonos en la realidad sufriente del mundo: pobres, presos, mujeres objeto de violencia, niños y niños explotados, desahuciados, excluidos de los servicios sociales, inmigrantes, refugiados, ancianos, parados, hombres que han perdido el sentido, la esperanza, o viven en la profunda soledad. En esta realidad sufriente podremos encontrar con el propio Jesús, con el Dios vivo y verdadero. Desde aquí podremos ser creíbles, uniendo nuestra pasión y nuestra acción, para poder transformar esa realidad y así ser luz y fermento en medio de nuestra sociedad.

Nos recordaba R. Guardini: “Él, la persona de Jesucristo, en su unicidad histórica y en su gloria eterna es la categoría que determina el ser, el obrar y la doctrina de lo cristiano”. El ser, el vivir y el obrar en Jesucristo forman parte de nuestro genoma creyente, que se completa con estar a la mesa con Jesús, estar al pie de la cruz y proclamar que el crucificado ha resucitado.

Permítame don Sebastián, que cite a un hermano suyo, al obispo misionero Nicolás Castellano. La experiencia cristiana no se entiende sin la itinerancia evangélica. El discípulo de Jesús vive en camino. Consciente del encuentro en el bautismo con el Resucitado, al que no se cansa de contemplar en la eucaristía, de encontrarse en la comunión de la fraternidad, se siente impulsado a salir por los caminos en misión, a anunciar el Reino. La experiencia de comunión, de encuentro con el Señor, se traduce en la vida en comunión con los hermanos, sin distinción. Con los ojos del Reino tenemos que mirarnos y mirar lo que ocurre en el mundo, la misión debe despertar esa sensibilidad y capacidad para movernos ante las necesidades de los más pobres y comprometernos en trasformar esas realidades que no son una “Buena Noticia” para los que nada tienen.

Dios y el prójimo, el amor de Jesús no es un amor explicado, debe estar manifestado en la cotidianidad de la existencia, en una forma concreta de ser y de vivir. Jesús no es patrimonio de nadie, ni de Iglesias ni de santuarios, ni del norte ni del sur, es de todos aquellos que se encuentran con Él, cualquiera que le confiese como Hijo de Dios, y sobre todo los que andan buscando un sentido más humano a sus vidas. La salvación cristiana es integral, conlleva a la promoción del hombre y la mujer en toda su dimensión, en lo material, lo humano y lo espiritual. Así el ser cristiano conlleva no solo a dar sentido a la vida, vivir los valores evangélicos, animar la comunidad cristiana, testimoniar la fe con obras y palabras; también, a defender los derechos humanos y comprometerse con la causa de los desfavorecidos

Este es el camino que quiero seguir en este homenaje al obispo de Mallorca, Don Sebastià Taltavull. Asumir las angustias y esperanzas del hombre de hoy, transmitir el mensaje de la Buena Noticia, no solo desde el plano intelectual, también en su realidad vital encarnada en los hechos de la vida del hombre de hoy, contribuyendo a  afirmar los valores y derechos de la persona y condenar cualquier forma de discriminación y de instrumentalización.

Juan Antonio Mateos Pérez

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