
La mística, es una concepción holística de nuestra, realidad, que culmina misteriosamente en la relación espiritual del demiurgo, constructor de universo, con todas sus criaturas.
La observación , exploración y estudio de los elementos astrales ,nos ofrecerá una expectativa cósmica de la existencia.
Arde la noche en su hoguera de lunas
se alza el insólito goce del soñar
mientras se inflama la sangre
en las venas del fulgente destello divino
siderales efluvios exhalan su celeste fragancia
entre silfos de luz.
El hermanamiento entre el alma y dios, que yo interpretaría, en poesía, como cosmovisión del fervor anímico del poeta con el universo, un sortilegio en el regazo del prodigio amoroso del Sumo Hacedor.
Los poetas, en su simbolismo teológico, emplearon diferentes elementos de la naturaleza, que también algunos místicos utilizaron, como puede ser el escenario de la noche, el alba, estrellas, soles, lunas, fuego, forestas y los paisajes idílicos de los jardines contemplativos, con relaciones metafísicas, poéticas, incluso extrapoéticas, según puede referir el edén bíblico del génesis, como máximo paraíso espiritual.
Entre la alquimia totalizadora de las incógnitas de nuestro ser, muchos santos quisieron demostrar la mutación de lo imperfecto a lo perfecto, como tránsito de las modalidades del espíritu y de la vida, que les van a conducir al encuentro, desde lo impuro de la criatura, con la perfección divina y así dar refugio a su quimérica soledad desamparada.
Por ello,la creatividad visionaria del poeta siempre debe de tener el sacro objetivo de emocionar y sorprender, sintiendo a cada momento crecer el latido de una luz interminable; porque nada nace del vacío, siempre hay una intencionalidad, en la prodigiosa fantasía de la palabra, para establecer las diferentes iluminaciones de su magia, entre el embrujo del ensueño dibujado en imaginativas pupilas.
Por consiguiente, no estoy de acuerdo con aquellos pseudocríticos , que justifican el acudir a los troqueles literarios, para acuñar los acentos de una jerga nazarena y cumplir la penitencia de tanta mediocridad, en esta tierra de vulgares faquires, falsos apóstoles y cínicos gurús del lenguaje.
Huyamos de los tópicos, trivialidades y simplezas para alcanzar toda la exquisitez y la plena majestuosidad de los recursos y dádivas que perviven en el fértil y noble alma de la poesía.
Saboread cada verso y descubriréis entre dioses, faunos, ninfas y tritones como pueden fluir las notas lánguidas de un Stradivarius, entre poemas delirantes y los espectros de Dante, de Baudelaire , la lira de Petrarca, o el violín de Verlaine.
Por otra parte, estoy convencido de que existen afinidades evidentes entre la mística y lo heroíco-celestial, con los símbolos arrebatadores del surrealismo.
Recuerdo que cuando compuse mi poema místico “La Última Plegaria de Santa Teresa”, fui conjugando un vocabulario surrealista con imágenes metafísicas y multiespectrales. Y en esta apasionante tarea descubrí que existían ciertas afinidades entre Santa Teresa y el personaje de Don Quijote, Alonso Quijano. Los dos padecían manifestaciones y fases comunes, como eran la purificación, las voces de más allá, visiones, introversión, éxtasis, alucinaciones y arrebatos. También, ambos emprendieron una aventura vital y fascinante. Ellos persiguieron la libertad de espíritu y, en la consecución de sus ideales, recorrieron los mismos caminos bajo el idéntico sol. Igualmente, despreciaron el dinero y buscaron la clandestinidad del arrebatador alumbre de las penumbras.
Tanto Santa Teresa como Don Quijote, tuvieron una bendita y vesánica muerte. Teresa, de amor a Jesús y Don Quijote, en sus febriles empeños de impartir indulgente justicia, en búsqueda de un salvaguardor destino.
Tal vez sea satisfactorio para el poeta, como proponía Rimbaud, ser rebelde a la existencia y sumiso al ensueño, para poder esquivar con constelación de visionarias imágenes y oníricas alucinaciones, esta salvaje lucha de lobos que es la vida: Homo Lupus Homini est.
Acudamos a la poesía, porque su lírica nos impregna con lucidez, espejea la mente con sus símbolos y se hace hoguera de espejismos, senda intuida de misterios.
El poema florece como un milagro, desvelando maremotos de metáforas y verbos enardecidos con sílabas de pétalos. Es el pulso existencial de la voz humanista del poeta, que contempla la voltaica trasparencia del lenguaje culminando con su libertadora verdad. Su evidencia nos redime, después de imprimir su fuerza irradiante con arpegios metafísicos y la exaltación del envolvente asombro, por los sonámbulos umbrales de lo trascendental.
La poesía es un abecedario de rítmicos ríos de vocablos, un gozoso manantial de alfabetos y voces, un prodigioso mar de palabras, que nos acoge en su fantástica ensenada de oráculos y antífonas, como ruiseñores de espumosa musicalidad.
Por lo cual, quiero felicitar, con estas líneas, a todos los enardecidos intervinientes, que supieron recrear los estimulantes horizontes líricos, con vehemencia onírica y apasionada.
Desde nuestras laudables y plausibles Santas Teresas (Laura Zárraga y Carmen Carrasco), pasando por la ilustre princesa de Éboli (Toñi Castillo) hasta Jacinta, la campesina.
Qué decir del elogiable Antonio Bonet , de la siempre prestigiosa y suprema artista, Gloria de Málaga y el meritorio José Heredia, el granaino. Todos ellos, junto Soledad Durnes, Rogelio Bustos, la polifacética Inmaculada Rejón, Antonio Gabriel, Julián Díaz, Aurora Fernández etc., supieron recrear una atmósfera sutil de cristalina ilusión y entusiasmo, llena de instinto anímico y casta emocional, para saber trasmitir, con cúpulas de imágenes de embriagante fuego, el sacro fluir armónico del Día Mundial de Poesía.
Los poemas tienen que ser la cumbre de la espiritual energía, el hechizo del esplendor, la esperanza esencial de la conciencia, máximo código de impulsos planetarios, génesis trascendental del lenguaje del alma.
En definitiva, cada verso es el hálito de un Fénix que despierta la imaginación, un regalo de las pródigas musas, un cosmos trazado por peregrinos soles. Es una alada luz, que asciende hacia el Parnaso, con la convicción precisa de que rescatará nuestra alma poética , con plenitud.
La poesía es la frutal savia del verdadero dios de la palabra.