AUSENCIA DE LA REALIDAD

Comparte:

Como cada día y desde hace dos años, Mari volvía de clase en el autobús de las cinco y media de la tarde.

Se sentaba en la tercera fila empezando por detrás, siempre en el lado opuesto al conductor y al lado de la ventana.

Iba con sus cascos siempre puestos escuchando música y en las manos, los apuntes que había tomado ese día, que leía y revisaba, intentando recordar toda la información posible para así tenerlo más fresco y que luego le costase menos memorizar. Hacía eso en su trayecto hasta llegar al pueblo, mientras el autobús iba haciendo sus paradas para que la gente pudiese subir o bajar.

Pocas veces levantaba la mirada antes de llegar a su destino, pero aquel día, presintió que alguien la observaba.

Al levantar la mirada, se encontró con unos ojos oscuros que miraban fijamente en su dirección, ni siquiera pestañeaba, aquel chico rondaría los veintiséis años, mediría aproximadamente el metro ochenta y sus facciones, aunque recias y marcadas, mostraba cierta aura de inocencia, aunque esa inocencia no era sino fingida. Mari lo sabía de sobra, no era trigo limpio.

Conoció a José en su primer año de universidad, en una de las primeras fiestas que organizaba la facultad de periodismo.

Era la primera vez que ella acudía a este tipo de eventos pues no era amiga de los regueros de alcohol, ya había hecho amigos en clase y muchos de sus compañeros de bachillerato también acudían a esa misma universidad, así que, por lo tanto, había caras conocidas y eso le animaba y evitaba el sentirse sola.

Aunque la considerasen una chica un poco taciturna, que lo era, si cogía un poco de confianza con alguien, no era callada o de semblante triste como podía parecer a primera vista, cambiaba mucho cuando alguien le daba cierta seguridad.

Cuando vio a José por primera vez, era ya bastante tarde, él se encontraba alejado de la multitud, sentado en un banco de los jardines de la facultad y mirando el cielo estrellado.

A ella le pareció algo realmente confuso, ¿Cómo podría ir alguien a una fiesta y estar solo? ¿Qué le habría pasado?, se preguntaba.

Sin pensar mucho en sus actos, encaminó sus pasos hacia él, se puso un poco nerviosa, pues los chicos a tan temprana edad como la suya, aún le imponían bastante.

Pero, aun así, no podía evitar esa fuerza de atracción que le llevaba hasta él, al llegar a su lado y con una sonrisa tímida, dijo:

– ¡Hola! No te quiero molestar, pero, ¿Te encuentras bien?

José levantó su mirada hacia ella y la contempló en silencio por unos segundos.

Mari, se empezó a sentir incómoda y un poco violenta con la situación, justo cuando empezaba a retroceder, José habló, – ¡¡Lo siento, es que…!!- José parecía debatirse entre explicar lo que le sucedía o no,

– ¿Cómo te llamas?

– Me llamo Mari ¿y tú?

– Yo José ¿Por qué has venido aquí?

– ¿A la fiesta o hasta ti?

– Hasta mí.

– Bueno, no sé, te vi solo y me pregunté si estabas bien, no como si estuvieras borracho, porque se te ve muy sereno, pero quizás… Un poco triste.

José clavó de forma intensa su mirada en Mari, escrutándola de arriba abajo, ¿Qué sabía aquella chica?

– Parece que tienes buen ojo, muy feliz no estoy, me encuentro incómodo, pero esto es como una “obligación” haciendo el signo de las comillas con las manos al decir obligación.

– ¿Es una obligación, -dice ella imitando su gesto-, venir a una fiesta?

Por primera vez José sonríe, aunque es una sonrisa melancólica, nerviosa.

– Algo así, Mari.

Quedan en un pequeño silencio, José levanta la vista hacia el cielo y queda absorto contemplando su negra inmensidad.

Mari se siente como una intrusa así que decide volver a la fiesta, sea lo que sea, aquello que le esté pasando, no parece querer contárselo a nadie por el momento.

– Bueno, das la impresión de querer estar solo, siento haberte molestado…

Mari hace una pequeña pausa para ver si José le contesta, pero al ver que no lo hace, se despide.

– Un placer conocerte, ojalá nos veamos de nuevo -.

José vuelve a mirarla y responde:

– ¡¡Oh!! Por supuesto que volveremos a vernos, cuídate mucho Mari.

Nunca en su joven y temprana vida, Mari había conocido a alguien tan enigmático, misterioso y hermético como él, había quedado tan confusa como fascinada y sobre todo, muy intrigada.

Según caminaba de nuevo hacia la fiesta, pensó en su clase de latín de bachillerato, había una palabra que describía a la perfección a José, y esa palabra era “Sibilina”.

Al llegar a sus amigas y contarles lo sucedido con José, estas mayormente la reprendieron, pues no sabían de ningún José; “no deberías ir por ahí sola, estábamos preocupadas, y lo mismo está loco, ¿Quién estaría solo en una fiesta como esta?”

– Parecía triste, quizás su novia le ha dejado, tenía la mirada tan apenada…  – Se defendió Mari.

Valenzuela

– Vamos que estaba de buen ver ¿No?

– ¡Eso también!

– Y todas echaron a reír.

Continuaron de fiesta, pero Mari no puede evitar el mirar a su alrededor buscando a José, pero no logra verle por ningún lado, quizás ya se marchó…

La siguiente vez que se encuentran es en su clase de inglés, han pasado cinco días, le ve sentado unas filas detrás de ella, casi al final del aula.

Llevan ya dos meses de clases y hasta hoy, nunca le había visto o también, apenas se había fijado en él. Ella le sonríe y saluda con la mano y después se sienta. Al minuto, él está sentado en el pupitre de al lado;

– Hola – le susurra-

– ¿Qué tal, José?

Él sonríe ¿por qué su sonrisa oculta tanta pena? ¿Tan enamorado estará de aquella chica, que parece haberle roto el corazón?… Esto es lo que Mari se imagina, pero, ¿Y si no existe chica alguna?

Bueno… Ahí van las cosas, el tiempo pasa rápido ¿Verdad?, si le contesta ella, mirando que el profesor no la vea hablando.

– ¡¡Ya pensaba que no te volvería a ver!! Le susurra ella, te busqué por la fiesta y no te encontré.

– Me marché – Le dirige José, se remueve en el asiento, de nuevo esa actitud inquieta. – Mari, no deberías buscarme, ni siquiera pensar en mí.

Ella le mira por un momento y después vuelve la mirada al profesor; vaya forma tan directa de rechazarla, estos días se los ha pasado pensando en él, para qué negarlo, le gustó desde el principio, pero él parece muy enamorado de la chica esa. Menuda mierda, parece un buen chico y encima guapo, ella podría hacerle feliz.

Nota como José se hunde un poco más en su silla y se tapa la cara con las manos, ¡Seguro que ahora se arrepiente de haberse sentado conmigo!, piensa Mari, le cuesta una barbaridad centrarse en las palabras del profesor y con gran esfuerzo toma apuntes e incluso responde a una cuestión, toda su capacidad mental se le ha ido hacia José.

Cuando toca el timbre que indica que la clase ha finalizado, Mari se gira hacia José para preguntarle si desea tomar un café con ella, pero este ya no está, se ha esfumado como por arte de magia.

Se siente absurda, ridícula y recoge sus cosas enfadada, encolerizada.

Esa misma tarde cuando sale a pasear con su perro, Mari se lo encuentra en el parque, esta vez se queda un poco paralizada y por primera vez siente miedo, ¿Y si sus amigas tenían razón? ¿Y si es un loco?

Lleva viviendo toda la vida en este mismo sitio y nunca lo había visto hasta ahora por aquí, esto es muy raro, ¿le habrá seguido? No le ha visto en el autobús, pero, ¿Cómo? ¿Y cómo sabia él que iría a aquella hora al parque con su perro?

Está muy inquieta, no sabe qué hacer, si darse media vuelta y salir corriendo, llamar a la policía o ir a preguntarle directamente.

Ambos se miran desde la distancia que les separa, finalmente es José quien se acerca.

– Hola Mari, ¿Cómo te encuentras?

Su voz es suave, delicada, habla con calma y dulzura y pese a intentar hablar con tono tranquilo, Mari se altera y habla unos cuantos tonos más altos que él, de forma exacerbada:

– ¿Me estas siguiendo, o qué?

– No.

– ¿Cómo qué no? Si tu no vives aquí.

– Ahora sí.

– Como que ahora sí, ¿desde cuándo?

– Desde hace dos meses.

– ¡¡Eso es mentira!!

– No, no lo es.

– Dime, ¿En qué calle vives?

– En la calle San Sebastián número trece.

Mari abre los ojos de forma ostentosa, le arden, como ella, como su furia.

– ¡¡ Qué coño dices, imbécil!! Ahí vivo yo, ¿estás loco? Voy a llamar a la policía, chalado de mierda.

– Mari, cálmate y no grites, la gente te está mirando.

– ¿Que no grite? ¡¡Grito si me da la gana!! Que todo el mundo se entere de que eres un pirado pervertido y acosador, tengo un tío Guardia Civil, te vas a enterar cuando se lo diga.

– Deja de mentir Mari, no te queda bien, tu tío es constructor.

– ¿Cómo sabes eso? ¿Desde cuándo me espías?

– Yo no te espío, pero lo sé todo sobre ti, por favor, vamos a sentarnos y hablar.

– ¡No! No pienso ir contigo a ningún sitio, ¿Tan imbécil me crees?

Y tras esas palabras, Mari da media vuelta y echa a andar lo más rápido posible sin querer parecer una loca, pero la verdad, es que está aterrada y es lo único que quiere hacer en este momento.

– ¡Mamá, mamá! – Grita Mari nada más llegar a su casa, pero nadie le contesta.

Empieza a mirar en todas las habitaciones, pero sin mucha suerte, hasta que oye el sonido del agua de la ducha… Golpea la puerta dos veces.

– ¡Mamá ¿Estás ahí?… – Espera unos segundos, nadie le contesta.

– ¿Mamá?

El grifo de la ducha se cierra y se oye movimiento, alguien se acerca a la puerta y abre.

– Mari, ¿Qué sucede cariño? ¿Por qué lloras?

– Papá, me están siguiendo.

– ¿Qué? ¿Qué dices Mari? ¿Quién?

– ¡¡Un chico, se llama José, lo conocí en una fiesta de la universidad, luego esta mañana en clase de inglés y nunca antes le había visto en ella y ahora en el parque cuando sacaba al perro!!, ¡¡Y él no vive aquí como dice!! Sabe cosas de mí, de nosotros, de la familia. ¿Dónde está mamá? ¡¡ Llámala!!, dile que venga a casa corriendo, ¡¡que no esté sola por ahí! Quizás ese loco la atrape y le pueda hacer algo, hay que ir a la policía papá, por favor, llama a mamá corriendo.

El padre mira perplejo a su hija mientras escucha sus palabras, su hija está muy nerviosa, casi histérica, la lleva a su habitación y hace que se siente.

– Cariño, relájate, todo va a estar bien.

El padre acaricia el cabello de su hija con todo su amor, pese a estar aterrado por las palabras que esta le ha dicho.

– Voy a por un vaso de agua y enseguida vuelvo cariño.

Cuando vuelve con el vaso de agua lo hace también vestido y arreglado para salir.

– Toma, bebe cielo

– Estás vestido ¿Vamos a denunciar?

– Sí, Mari, venga vamos, será mejor que vayamos lo antes posible, no hay tiempo que perder.

– Y… ¿Has hablado con mamá?

El padre asiente cabizbajo. Unos minutos más tarde…

– ¡¡Papá esto es el hospital!! ¿Qué me estás haciendo?

– Lo sé mi vida, quiero que antes de ir a la policía los médicos te examinen.

– ¡¡Pero si no me ha hecho nada papá!!, te prometo que no me ha tocado.

– Te creo cielo, pero será mejor llevar un informe médico.

Ya dentro del hospital, los médicos le sacan sangre y le hacen diversas pruebas y preguntas.

Una vez han obtenido todos los resultados, se reúnen con el padre y la hija un par de doctoras, la doctora que toma la palabra es joven, pero se la ve muy suelta y profesional.

– Hola de nuevo, Mari, ¿Cómo te encuentras? ¿Menos nerviosa

– Bueno, un poco sí.

– ¿Sigues teniendo miedo?

– Pues claro que sí, un chico me está acosando y mi madre aún no ha llegado al hospital con nosotros, temo que ese loco le haya podido hacer algo.

La doctora se muerde el labio inferior antes de volver a hablar. Qué lástima es una chica tan joven…

– Mari, sé que esto que te voy a decir, te va a costar creerlo y el decírtelo me resulta muy duro, pero tu madre cielo falleció hace cuatro meses.

Pronuncia las palabras lo más lenta y tranquila que puede, la deja un momento para que las asimile. Comienza a ver cómo Mari empieza a tener una lucha interior, está confundida, se pone nerviosa, su respiración se acelera, mira a su padre al que le cuesta contener las lágrimas.

– ¡¡Papá!!

Este le da la mano y después la abraza.

– ¡¡Lo siento, cariño!!

Es lo único que le puede decir.

Las doctoras miran incómodas, pero con mucha ternura a ese padre con su joven hija, que parece tener un brote psicótico, aún no saben si es breve o crónico, si el detonante habrá sido la muerte de su madre y que sea ahora cuando se están manifestando los síntomas.

Presenta un preocupante cuadro clínico: Ideas delirantes, alucinaciones, comportamiento catatónico, alteración de la memoria reciente…

Mari mira a las doctoras confundida.

– ¿Y el chico?

– ¿José? Pregunta la otra doctora.

– Mari asiente con la cabeza.

– No existe, creemos que es fruto de tu imaginación.

La doctora sigue hablando, pero Mari ya no escucha nada, no es capaz de asimilar tanta información, ¿es ella la loca?

Hace más de una semana que Mari dejó la medicación por cuenta propia, está aburrida ya de ella y se encuentra bien, de hecho, se encuentra mejor que nunca, nota que no tiene la cabeza tan embotada, se dice así misma, y más ahora que se acerca la época de exámenes.

El problema es, que, si Mari está viendo a José mirándola con aquella quietud pasmosa que le caracteriza, en su trayecto en el autobús, en clase o en el parque…

Sin reconocer que la existencia de esa persona es fruto de su imaginación… Como continúa haciendo, es que no está bien, aún no está curada y quizás nunca lo esté…

Gonzalo Lozano Curado

Peñón s

0 thoughts on “AUSENCIA DE LA REALIDAD

Deja un comentario