Atahualpa Yupanqui: El que hablaba con las piedras del campo

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por Ma. Teresa Ayllón

 

Se cumplen ahora treinta años de la muerte de una persona extraordinaria, un filósofo, un músico magistral, un payador, un hombre del pueblo, un espíritu gaucho, escritor, actor y sobre todo un inmenso poeta. Sus cerca de 350 poemas (oficialmente reconocidos) han sido cantados por conocidas voces (Juaquin Sabina, Violeta Parra, Chavela Vargas, Mercedes Sosa, Facundo Cabral, Victor Jara, Daniel Viglietti, Los Calchaquis, Jorge Cafrune, Maria Laforet…) y lo seguirán siendo, y otros corren de boca en boca sin saber quien los ha escrito. Esa figura con cuerpo de guitarra que ha atrapado la atención de cualquiera que le haya llegado a oír, con esa voz inconfundible y ese rasguear la vihuela, ha impactado a todas las generaciones del siglo XX pero empieza a ser desconocido para quienes nacieron en este siglo XXI que ha entrado con un borrador en la mano. Permítaseme este homenaje para el recuerdo de algunas generaciones y para acercar su arte a quienes no alcanzaron a conocer al Maestro Atahualpa Yupanqui.

Nacido en enero 1908, nunca se dijo indio ni indígena sino criollo incluso gaucho y argentino. En verdad, era nieto de españoles vascos y criollos, rurales y pobres como la mayoría de la población argentina, pese a vivir en un país que tiene por nombre “tierra de plata”. Nacido en el campo, al sur de la provincia de Buenos Aires, criado luego en la Pampa –Tucumán y Junín- su padre José Demetrio Chavero procedía de Santiago del Estero, la provincia más pobre de Argentina, y era telegrafista ferrocarrilero, trabajo que intercalaba con la doma de caballos, y su madre, Higinia Carmen Harán, igualmente criolla de vascos y argentinos, se ocupaba de todo lo demás… a decir de aquellos tiempos, de sus labores.

Roberto aprendió a los 9 años a tocar el violín –con el cura de su pueblo- y en Tucumán -desde 1917- aprendió a tocar el bombo y el arpa india y los ritmos indígenas de los pueblos de Tucumán como la Zamba. Allí tomó clases de guitarra con un maestro concertista con quien estudió la música de los clásicos como lo hubiera hecho en un conservatorio muy principal y urbano. La diferencia era que el niño tenía que recorrer cada día 16 km de ida a caballo para acudir a las clases con el que fue su maestro el concertista Bautista Almirón.

A sus 19 años murió su padre y no le quedó más remedio que ingeniárselas para llevar a casa un jornal. Trabajó de maestro, cronista, tipógrafo, periodista y hasta boxeó y compitió al tenis. En Urdinarrain, provincia de Entre Rios, trabajó de peón de hacienda y comenzó a cantar con su guitarra como profesional en un colmao El Amarillo.  Probó suerte en Buenos Aires con su primer poema cantado “Camino del indio” … Y no le fue nada bien. Los agobios de esa ciudad porteña eran por el progreso y los ritmos urbanos, entre los que reinaba el tango, la milonga, el canyengue, y hasta el candombe del kilombo, tan del gusto malevo, arrabalero, del lunfardo… No estaban los tiempos en Buenos Aires moderno para escuchar, a ritmo de zamba, esa filosofía gaucha, rural e increpadora que hablaba de austeridad y tradición.

Con su espíritu rebelde y marcadamente de clase, participó –enero de 1932- en la intentona revolucionaria yrigoyenista de los hermanos Kennedy, en la Paz, provincia de Entre Ríos, junto al coronel Gregorio Pomar y el escritor Arturo Jaureche; lo reflejó en su poema gauchesco “El Paso de los Libres”. Por su afiliación a un partido comunista fue censurado, prohibido y tuvo que exiliarse en Uruguay y Brasil.

Se había casado con su prima María Alicia en 1931, tuvo dos hijos y otro que ella aportaba al matrimonio. Unión que se rompió en 1937 y voló solo por el mundo hasta aterrizar en el Cerro Colorao donde, según él, encontró su lugar en el mundo. Fue que un amigo le quiso enseñar un lugar “virgen” donde había pinturas rupestres o pictogramas sabiendo que Roberto se apasionaba por todo lo ancestral. Era el Cerro Colorao que marcó la segunda parte de su vida; desierto verde donde le recibieron sus pocos habitantes como si le estuvieran esperando. Así que se instaló de nuevo en el campo a buscarse y a cobrarse en silencios fértiles el fracaso frente al bonaerense mundano, frente a sus ilusiones políticas y el fracaso familiar. Pues el fracaso –que no el éxito- es rico en reflexiones y maduros aprendizajes. Y siguió buscando los cantos de payadores ¡profundos… comprometidos!  -payadores son quienes cantan payadas, versificando siempre en octosílabos- la vida, las verdades profundas que nacen de dentro, que no son para todos gratas y que, en según qué lugares, te pueden costar la cárcel y hasta la vida. En el fulgor del siglo XX, cuando todo se transformaba en bullicio, urgencias, humos y banalidad, los payadores alimentaban la fuerza de lo cabal y en este campo desierto, sin prisa y sin nada más, Roberto se encontraba cara a cara con su verdad:

En lo alto de la sierra/ me detuve a descansar/ pero sentí que me iba/ sin moverme del lugar/ Los ojos se me perdieron/ en aquella inmensidad/ y me olvidé de mí mismo/ ¡tanto mirar y mirar!(Quisiera tener un monte)

“En Cerro Colorao descubrí la antesala de la soledad (…) la paz y el silencio (…) donde se oyen cantar las piedras del campo…” (1)

Y se quedó. Tenía veintipocos años y el hombre se volvió paisaje.

 

“Soy del Cerro Colorao/ donde no sabe llover/ de ahonde nadie cruza el río/ cuando le da por crecer./ En cuadros y en molejones trabajan grandes y chicos/ martilleando todo el día/ pa que otros se vuelvan ricos…”  (2)

Desde entonces iba y venía, viajaba donde fuera, llevaba con otros un camioncito donde echaban cine y además tocaba y cantaba; cantaba “Quisiera tener un monte” y otras muchas canciones con ritmos tradicionales y cantos de payador, pero “Siempre volvía a casa, ahonde teníamos un cuarto preparado para él” Dice Ester Zorrilla, la doña de una familia de campesinos muy pobres que se sentían afortunados. (3)

“Como se ve que le gusta vivir aquí, le voy a dar un trozo de tierra para que se quede. Tire el lazo tres veces a la dirección que quiera y le marcamos su trozo de tierra”  (4)

 

Y así hicieron. Roberto en 1940 se construyó la casa con sus propias manos y las de su nueva mujer Ninnet Pepin Fitzpatrick, una francesa con quien pasó el resto de su vida y con la que tuvo un hijo. Tres años antes había debutado en París con el apoyo de Edith Piaf, donde se presentó ya como Atahualpa Yupanquí, tuvo bastante éxito y grabó su primer disco con la prestigiosa discográfica Odeón: “El Mangruyo” (cara A: Caminito del indio y cara B: Mangruyando).

“Nunca fui zorzal ni existe/ plumaje más ordinario/ yo soy pájaro corsario/ que no conoce el alpiste…”

Atahualpa_Yupanqui_por_Foto_Estudio_Luisita

Atahualpa Yupanqui

Don Ata, ese rostro grave, amable, pegado a una vihuela –una guitarra- que llora de una forma como ninguna otra, la pérdida de quién sabe cuántas cosas importantes. Atahualpa, voz antigua y digna que clama en el desierto pampeano entre gentes de a caballo. Voz profunda que hace hablar a la sangre, que escucha en el viento la voz de las piedras y de los ancestros. Como lo hacen cada día, sin prisa y sin miedo los hombres completos, el paisanaje -de uno u otro sexo- que son parte de la tierra, de la Pachamama, madre Tierra y madre de la Tierra de la que somos parte y deudos.

Si los fracasos son muy ilustrativos, las diferencias, el estar en minoría y los tiempos de desplazamiento también lo son. La Pampa y la Pacha-Mama pusieron lo demás y así nació la poesía de Atahualpa.

“De pronto me ha preguntado/ la voz de la soledad/ si andaba buscando el Cielo/ y yo respondí, Quizás/ El cielo está dentro de uno/ y está el infierno también./ El alma escribe sus libros/ pero ninguno los lee…/

A veces uno camina/ entre la sombra y la luz/ en la cara la sonrisa/ y en el corazón la cruz./ Búscalo al cielo en ti mismo/ que allí lo vas a encontrar/ pero no es fácil hallarlo/  pues hay mucho que luchar/ Por camino solitario/ yo me puse a caminar/ por fuera nada buscaba/ pero por dentro…Quizás”

(Atahualpa Yupanqui: El Cielo está dentro de mi)

Su esposa Ninette murió en Buenos Aires, en noviembre 1990 y Atahualpa Yupanqui el 23 mayo 1992, en Francia, donde viajó a tratarse una dolencia cardiaca y actuar en Nimes. Por su expreso deseo, sus restos fueron trasladados a Cerro Colorao. Legó para acerbo de la humanidad un lenguaje propio con que logró atrapar y expresar paisajes y geografías, ambientes y calidades profundas, soledades del alma… Además una buena colección de discos y grabaciones, libros e intervenciones en cine (4 como actor, 6 como compositor musical y 1 como guionista. Legó además una filosofía que está en su vida, en sus poemas y en su forma de tocar y que merece la pena considerar.

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Notas:

1- Datos concretos de su biografía: tomados de Wikipedia. Otras fuentes: entrevistas.

2- Atahualpa Yupanqui: El legado (You Tube)

3- Atahualpa Yupanqui: La querencia. Relatos del Cerro (You Tube)

4- Magia de Atahualpa Yupanqui (Discografía completa 1941/1976) (You Tube)

 

0 thoughts on “Atahualpa Yupanqui: El que hablaba con las piedras del campo

  1. Magistral ,puesta en escena “a tan maravilloso poeta , filósofo ect
    Tus escritos les da vida ,y conforme narras su historia,lo ves,recorriendo la geografía y a su pueblo,siendo esté la musa de sus canciones,q al rasgar de su guitarra cantaba sus maravillosos poemas
    Gracias mi querida Maite

  2. Pedís que deje un comentario, ¿Que comentario puedo dejar que no parezca una caligrafía de aquellas en el aula de párvulos? Solo puedo narrar mi sentimiento. Porque la lectura de este articulo me hace evocar mis vivencias allá por los años 70 y 80, mi juventud, años en los que nuestro mundo hervía, represión, voces, gritos y puños se elevaban, descubrí a Atagualpa Yupanqui con sus canciones, su forma pausada de expresar lo que por dentro sentíamos.

    Me gustaría ser ese Cerro Colorado donde se oyen cantar las piedras.

    Fabuloso Mayte haces recordar sentimientos, sigue así.

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