APOSTAR POR LA CULTURA

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Hoy ha nacido un día soleado. Un día sereno y luminoso y con identidad de peregrino consciente de que un buen marino se curte mejor en la mar agitada que en la serena, pero nunca en tierra firme. También hay en este día quien cree que para conocer rigurosamente y amar a la mar, no basta con ser un buen sabedor de su superficie, sino que además debe introducirse bajo sus aguas, incluso hasta las simas más profundas, para así percibir plenamente y dejar grabado en su mente y en su corazón todo cuanto en su interior existe. Sin embargo, otros dirán que este día coincide en todo con una cucharada de ceniza lanzada sobre las olas que nacen y mueren en alta mar o con un jirón de humo. Aquellos que afirman esto último son como los nenúfares: siempre inmóviles en la superficie de aguas estancadas.

En estas aseveraciones tan dispares de personas llenas de positivismo o de negatividad, está la esencia de los pensamientos constructores y feraces y de aquellos otros que son destructores y estériles por naturaleza.

Pensemos simplemente que este día, que ya ha caminado unas cuantas horas, escribirá, en la página que le corresponde dentro del libro del Tiempo, los avatares del hombre en particular y del género humano en general, según sea el propósito y las realidades de cada individuo y de la sociedad universal ante la vida, es decir, si el hombre, como unidad y como miembro de la humanidad, contribuye para que nuestro mundo se transforme, por supuesto, para bien de los que en él vivimos y, al mismo tiempo, para optimizar toda la variadísima riqueza que posee para usufructo nuestro y de aquellos que un día llegarán, con derecho pleno, a disfrutarla. O…, por el contrario, anotará en dicho volumen que cada paso que da cualquier ser humano por la vida no aporta nada, no significa nada, no cuenta para esa transmutación del orbe, que nos permita a todos los seres racionales vivir cada día mejor sobre una tierra que, gracias al amor, a la paz, a la igualdad, a la solidaridad, al esfuerzo y al tesón de una mayoría, llegue a ser un lugar paradisiaco para vivir sin imposiciones, ni falsedades, ni traiciones del hombre al hombre.

De hecho sucede que un sinnúmero de hombres y mujeres no coopera, a sabiendas, para implantar en todo el planeta una mejor calidad de vida, partiendo del cuidado y enriquecimiento del mismo por parte de los propios individuos, es decir, permanece ajeno ante la participación en ese trabajo individual y colectivo, que a todos incumbe, para lograr poco a poco que nuestro mundo sea más habitable.

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Por último, también están aquellos que van por la vida desmoronando y destruyendo, con su maquinación perversa y egoísta, todo cuanto hay en esta tierra para su desarrollo y progreso, según la transparente y fundamental acepción de estos conceptos. Por lo tanto, debemos estar alerta para que no haya desviaciones hacia fines indeseables, por antinaturales o por la prepotencia de algunos líderes y ratas de despacho, para ningunear o aniquilar a quienes les plantan cara por sus injustos avasallamientos, felonías y cornadas de muerte.

Dicho esto, jamás debemos consentir que el fruto de la próspera evolución cree en sus entrañas seres malignos como puede ser, entre muchos, el gusano de la deshumanización o  la oruga de la lenta y agónica autodestrucción del hombre, tanto espiritual como físicamente. Con estas últimas ideas, me refiero, como es evidente, a esos seres humanos con ansia de poder y de dinero, ya se hallen en la cúspide de la pirámide o en su base, que no cesan ni siquiera un momento de machacar y calumniar y crucificar a quienes ellos creen que pueden ser un obstáculo para conseguir sus objetivos propuestos: el dominio sobre hombres o tierras, o de ambos a la vez,  en el contexto de su propio y total  enriquecimiento, desde el despotismo o desde una amañada democracia, como producto de un secretismo sectario o partidista, donde la demagogia, la infamia, la traición, la avaricia, la corrupción… están presentes en su totalidad.

De la anterior exposición deducimos que hay países en el mundo, demasiados, que sus dirigentes no apuestan fuerte por la cultura de la colectividad, ya que “todas la culturas, de un modo u otro, refiere Bronislaw Malinowsky, reflejan necesidades humanas comunes”. Estos mandamases saben y reconocen que la incultura de un pueblo no sólo estanca a un país, sino que lo marchita hasta en sus raíces, pero esa falta de cultura les va a proporcionar a ellos el vasallaje y la sumisión y la explotación de los gobernados, así como la fortuna que éstos generan, la misma que va a parar a los graneros de los regidores y a los de sus incondicionales lamezapatos y comebellotas. Ante este panorama extrapolable a cualquier esfera de la vida, siempre digo que la desestabilización de un país, de una comunidad de naciones, etc., etc. no la lleva a cabo el pueblo, sino los dementes que lo dirigen.

Carlos Benítez Villodres

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