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Querido Carlos: Te digo querido y no admirado porque el cariño es más que la admiración. Va para 17 años que me concediste la responsabilidad y el gran honor de prologar la 2ª edición de tu libro   “Canto a Granada”. Esta Granada de la que eras un fiel enamorado.  Desde entonces hemos compartido muchas vivencias y recitales poéticos, en conferencias, viajes… Toda clase de encuentros la mayoría organizados por Granada Costa. Hemos hablado mucho de casi todo, de lo humano y de lo divino, de la vida y de la muerte ¿Recuerdas? Claro que lo recuerdas, ahora estás… iba a decir en otra dimensión, pero no, estás en otro lugar más cerca de Dios y por eso nos sobrepasas en todo, sabes nuestros secretos pensamientos y tus ojos lo ven todo, ya no tienen límite, tu conocimiento y sabiduría son infinitos, y también tus poderes. ¿Recuerdas aquella tarde que comentábamos las palabras del poeta PAUL  ELOUARD que suelen aparecer en las primeras páginas de los libros que hablan sobre lo paranormal? “Hay otros mundos pero están en éste”. Entonces tú replicabas: “Esto lo dijo Jesucristo mucho mejor hace ya 2000 años: “En la casa de mi padre hay muchas moradas” (J. 14-2)

            Pienso que tú estarás en una de las mejores, en la de los grandes artistas, la de los poetas y poetisas. (los analfabetos de hoy dirían poetas, poetos y poetes y se quedarían oyendo extasiados el eco de su necedad) Pero si tú en tu cantar lírico dijeras que “te has entretenido con la primavera, mirando al cielo, arrodillado ante un rayo de sol”, te  llamarían cursi. A los nuevos pseudopoetas les da grima decir poetisa, les suena mal. Parodiando a Machado se les puede decir que “desprecian todo lo que ignoran”.

Te voy a recordar una anécdota  que ocurrió aquellos primeros años en un pueblo de la Alpujarra en la presentación de uno de tus libros. Al finalizar el acto una mujer se acercó  a mí y me preguntó si estabas casado y le dije que sí, y señalé con la mano a tu mujer, Lola, que se hallaba hablando con otras personas algo apartada. Vestía pantalón blanco y chaqueta roja, guapísima y elegante. Aquella mujer se quedó mirando a Lola y murmuró en voz alta: debe ser muy difícil vivir con un poeta”. Me picó la curiosidad y le pregunté el porqué.

_ Pues, pues porque pienso que un poeta debe vivir siempre en las nubes, en sus fantasías, en sus sueños inalcanzables… vamos en todas esas cosas… que no tienen los pies en el suelo _ dijo aquella mujer muy convencida.

            Entonces yo le dije: pues ahora tienes la oportunidad de saberlo, acércate a su mujer y se lo preguntas. Ignoro si se lo preguntó o no, porque nos despedimos, pues otra persona reclamó mi atención. Pero tú sabes bien, Carlos, que aquella alpujarreña no iba muy descaminada, no es fácil vivir las 24 horas con un poeta, lo hemos comentado en más de una ocasión. El verdadero poeta está tocado por el dedo de la divinidad, es un privilegio, un don, y por consiguiente es alguien distinto a los demás, un incomprendido, incluso un tipo raro que ama la soledad, esa soledad que a casi todas las personas, por regla general angustia.

            El poeta se suele construir el mundo a su medida, en el que vive, cree, sueña y ama. Intentar comprender al poeta es un vano intento. Los poetas son como son y no hay más explicaciones, se le admira o se le desprecia, se le envidia o se le ama, pero… ¿comprenderle?

(Que sepas, Carlos, que cuando hablo del poeta estoy hablando también de la poetisa no quiero que me tachen de machista)  Cuando en cierta ocasión, yo te decía estas cosas, Carlos,  no contestabas nada, te limitabas a escuchar y sonreías con la mirada perdida en no se sabe en qué mundo. Pero yo interpretaba aquel silencio y gesto como que estabas de acuerdo. Reconoce que algunas veces no era fácil tratar contigo.

A aquella mujer de la Alpujarra la impresionaste fuertemente por la belleza de tu poesía, por tu potente voz de barítono y no menos por tu aspecto físico: alto, fuerte, estirado y con tu inseparable cigarrillo (tu único enemigo), que con tu atuendo nada habitual como era la amplia capa y el sombrero negro de anchas alas, te daba un aire de displicencia y distancia. Parecías un tipo sacado de otra época en aquel montañoso y solitario pueblo de la Alpujarra. Sin embargo, ella no supo captar, a pesar de las apariencias, la nobleza de tus sentimientos, la sencillez de tu alma, se quedó en a superficie. Pero yo sí lo sabía pues te conocía muy bien, han sido muchas veces las que has pedido disculpas porque en alguna discusión defendiste con cierta vehemencia tu postura. Y somos pocos los que solemos pedir disculpas, sólo aquellas personas que tienen el alma de cristal y el corazón florido.

No hace mucho tiempo estuvimos hablando sobre el tema de la vida y la muerte (ahora parece una premonición) que desde que nacemos la llevamos amortajada con nosotros pero a pesar de eso siempre nos sorprende. Esto es precisamente lo que nos ha ocurrido contigo, amigo Carlos. Lo de AMIGO lo pongo con intención, pues la amistad es como el amor, se escoge y no la herencia. Tu partida nos ha dejado una cicatriz en el sentimiento, una herida que no cierra del todo. La palabra, la letra, el sentimiento en conjunto se hace coral en el Granada Costa, pero tu voz destacaba sobre todas las voces.

 Es cierto que tú vives en tus versos y en nosotros mientras vivamos pues estamos provisionalmente vivos. Tú estás ya en la eternidad y en la inmortalidad, pues a tu paso por esta tierra has dejado encendidas muchas luces que no se apagan nunca que son tus versos, pero tardaremos a adaptarnos a tu ausencia física.

Así, cuando, Lola, tu mujer, venga a los actos de Granada Costa, alguien que no sepa que te fuiste o que lo haga por la fuerza de la costumbre y le pregunte: ¿Y Carlos dónde está? Yo sé que ella con toda entereza, con toda dignidad lo mirará sonriente y le dirá dulcemente: está en mi corazón, está en las niñas de mis ojos, está… está  en mi alma.

                        ROGELIO BUSTOS ALMENDROS

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