¿Puede una persona cambiar el mundo?

Comparte:

Todavía no había despuntado el alba cuando María ya había dado de comer a los animales, trajo agua del pozo para ese día, cortó leña y preparó los alimentos para los jornaleros. Cinco malhumorados hermanos y su padre viudo la miraron como cada mañana sin decir una palabra, solo emitían sonidos para señalar que les acercase algo o les preparara alguna cosa, hasta que finalmente salían a trabajar al campo. Esta era la vida a finales del siglo XVIII.

En un auténtico frenesí debía dejar la casa involuta, la ropa de sus hermanos limpia, seca y planchada a puro hierro, con algún que otro zurcido, la leñera llena y los guisos de la noche preparados.

Entonces lavaba su cuerpo cazo a cazo de agua fría y comenzaba el ritual. Unas bandas de tejido de sábana de un palmo de anchas rodearían sus senos apretando de tal modo que pareciera el pecho de un chico. Guardaba ropa de sus hermanos de cuando eran más pequeños, de su estatura, la habían preparado para ella. Escondía su cabello bajo una gorra y cuando terminaba el ritual se miraba frente a aquel espejo miope y se veía realmente como un chico. La tarjeta de identificación de uno de sus hermanos, la cartera, sus libros y comenzaba a caminar hacia la ciudad.

En un par de horas ya entraba como cada día por la puerta de sus grandes sueños, la universidad.

Su madre murió de cáncer, tan solo recordaba ya sus caricias y sus rasgos porque guardaba una foto en blanco y negro. Ella era pequeña cuando murió, pero algo sí tuvo claro, quería conocer la ciencia que podría curar esas dolencias. Pero para eso no podía ser una mujer, algo que por otro lado no podría evitar, ¿por qué inventar tal distinción? No somos hombres o mujeres, somos humanos, se decía ella.

Quería demostrarle al mundo quién era, quería que se rompieran todas las estúpidas ideas que ralentizaban el progreso, pero sobre todo quería demostrar a su familia que estaban equivocados. Nunca creyeron en las mujeres de su propia familia. Unas creencias misóginas les habían marcado el carácter generación tras generación.

Necesitaba dar un golpe en la mesa por todas aquellas que no pudieron, por su madre que era de las pocas de su época que sabía leer y que le hubiese gustado estudiar. Necesitaba lanzar un órdago a aquella insensibilidad, necesitaba demostrar que no se trata de hombres o mujeres si no de seres humanos. Así que cada día sin levantar sospechas iba en busca de aquel dorado. En el caso de un hombre, si se marchaba a formarse en una carrera o hasta hacer fortuna, era algo heroico, pero si lo hacía una mujer podría ser signo de mala persona, de conductas lujuriosas, lo único que se les podía ocurrir es que iba a ser una desgraciada, que terminaría mendigando en las calles o peor aún, ejerciendo de prostituta. Porque eso es lo que pensaban que es una mujer, un órgano reproductor de más seres vivos, si lo hace dentro del seno de la familia es útil, si lo hace fuera, una fulana.

Si hubiesen medido su valor al enfrentarse cada día a esa rutina por sus sueños y buscar su camino y reconocimiento, hubiesen concluido que era un hombre de gran fortaleza. Pero era una mujer de gran fortaleza. ¿Por qué no? Le ayudaba pensar que aquello era otra enfermedad más, enfermedad de odio o quizás de miedo, se dio cuenta que la sociedad también está enferma y necesita de personas que no se resignen, se alcen y sirvan de cura. Así que ella esperaba el momento de licenciarse para descubrirse ante el mundo.

pexels-suzy-hazelwood-3087878

 Pero aquel mal no solo estaba en su familia, o en los sectores más pobres de la sociedad, aludiendo a la poca cultura asociada a la estrechez de miras, sino que tuvo que enfrentarse a esta en todo lugar al que iba. Incluso en los lugares más insospechados, pensó que quizás en la universidad no existía esa enfermedad, pensó que el conocimiento sería un buen antídoto, pero no fue así, incluso allí había enfermos. No todos, por supuesto, algunos lograron cierta inmunidad.

Pasaron los años y pese al agotamiento María logró licenciarse en Medicina con varias matrículas de honor, pero en el título de carrera no estaba su nombre sino el de su hermano. Llegó el momento de la verdad y pensó que iba a curar al mundo de su dolencia cuando se descubriera la verdad. Lamentablemente descubrió lo difícil que es para una mente abierta vivir en un mundo de mentes cerradas, en un mundo de hombres. Le quitaron su licenciatura y fue acusada de suplantación, la familia renegó de ella y la ingresaron en un sanatorio mental aludiendo histeria como enfermedad. Años más tarde y con algunas secuelas de su estancia en aquel sanatorio, donde hacían enfermar a personas sanas, consiguió trabajar como ayudante en un laboratorio. Las leyes no habían cambiado, pero aprovechando un vacío legal volvió a intentarlo y consiguió inscribirse en la universidad, esta vez como mujer, la primera mujer en conseguirlo. Aun así, las leyes no les permitían obtener los mismos títulos que un hombre y tenía que estudiar en casa, solo podía presentarse a los exámenes. Pero con aquello ella fue feliz. Estudió química y aunque el mérito de sus hallazgos se le atribuyeron al químico que trabajaba con ella, su esposo, eso ya no le importó. Consiguió para aquel hombre más de una patente con las vacunas que ella desarrolló. Nadie sabía su nombre, la familia nunca se retractó, pero sabía que su madre, donde estuviera, sí estaría orgullosa. Le llegó la vejez y murió sintiéndose feliz por todo lo que había hecho y sin arrepentirse de nada, sobre todo de haber criado a una hija luchadora. Pero se fue con la pena de sentir que no había curado la enfermedad que se proponía erradicar, la ignorancia de la sociedad y sin poder demostrar al mundo que hay otra manera de hacer las cosas, que nos incluya a todos. Murió pensando que una persona no puede cambiar el mundo.

Años más tarde su hija encabezaría una revolución por los derechos de la mujer y su inclusión en las aulas, aquel levantamiento lo cambiaría todo. Ella a su vez tuvo una hija que comenzó a disfrutar de muchas de aquellas libertades que consiguieron. Aun así, quedaba mucho por hacer y ella también quiso luchar inspirada por su abuela. Se convirtió en escritora reivindicativa y contó al mundo quién fue su abuela, cómo se llamaba, los logros en el campo de la medicina que logró y cómo todos podemos estar agradecidos a personas que se sacrificaron por el desarrollo de una sociedad torpe, lenta, y llena de prejuicios, pero que merece ser salvada. Tituló a su primer libro: ¿Puede una persona cambiar el mundo? Mi abuela lo hizo. Inspiró a muchas mujeres que decidieron cambiar su mundo.

Podemos llegar a pensar que no vale la pena luchar por esta sociedad con nuestros pequeños o grandes gestos y puede que ni siquiera notemos que hayamos hecho algo, pero no es así, no sabemos cómo germinará algún día aquello que hagamos hoy.

Sirva esta historia, inspirada en vidas reales, para recordar a aquellas mujeres que lucharon por un mundo mejor, como fueron: Concepción Arenal en 1849, que se disfrazó de hombre para poder estudiar Derecho en la Universidad de Madrid y la primera alumna que se matriculó en España, María Elena Maseras Ribera en 1872, en la Facultad de Medicina de Barcelona.

 

Manuel Salcedo Gálvez

baena

Playa San Cristobal

anuncio limer

Peñón s

Deja un comentario